domingo, 1 de mayo de 2016

Haití

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almaro

Vino con el mar, y se fue con él; desde el astillero, su vestido blanco combatía los vientos; morena de soles y ojo brillantes como luces del puerto, su sonrisa esplendida, diáfana, interminable; sus labios finos y gruesos, su boca era misterio poderoso de imperios coloniales. Caminó contra el viento; mi tarea, recibirla de su travesía y acompañarla complaciente al hotelito que desde antes había escogido para su estadía; el día hervía y el sol estaba inmarcesible sobre todas las sienes negras y blancas, mulatas y mestizas. El puerto es el lugar en que se conjugan los mundos, done se atesoran los vocablos precisos y el sitio donde todo tiene un valor para traficantes y mercachifles.

Su español era escaso y mi ingles inexistente. Sus pocas palabras eran inescuchables en el bullicio del mercado, los pesqueros y los piratas, entre las ventas de la calle y el paso constante de los automóviles. La guerra había empezado lejos, así que su llegada a estas calles escondidas, era inevitable. Ella venía a prevenirnos de las intrigas  de los asesinos y al mismo tiempo a refugiarse de su propia muerte. Yo era solo el desconocido encargado de llevarla al hotel que serviría de escondite y de lugar de interminables reuniones y planes de defensa. Salimos de la repelencia y del bullicio, logramos un café cercano, tranquilo, poca luz, tenue de música y mustio de presencias; ahí pude verla  perfectamente bella a la luz precisa de la ventana. Dije algunas cosas para ganar confianza, sonreía, sonreía como sonríe la noche repleta de lunas y de estrellas, sonreía como sonríen las perlas en los mares de Kyona.

Haití fue tomada años antes y liberada por sus abuelos y sus tatarabuelas; pero cada cuanto, los invasores volvían sobre ella para intentar recapturarla y humillarla como en los tiempos del cepo y de la hoguera; esta vez, las calles sangraban y lloraba el cielo a cántaros interminables la tragedia extendida por los bríos de la naturaleza indómita, que adolorida daba vueltas sobre su propio vientre; ni el terremoto aplazó la guerra y en las calles se confundían los cuerpos grises del cemento y las almas ensangrentadas de la guerra; Ella venía a recobrar sus fuerzas, a indicar estrategias, a buscar acalanto y a sonreír en esta tarde solaz ante mis ojos perdidos en los suyos. Fueron tres horas arañando idiomas y destrozando lenguas imprecisas. Un Vino acompañó la cena, y la noche fue intensa, negra como sus pupilas, fría como la incertidumbre de la guerra y plácida como la  caminata sobre la calle del hotel.

Noches enteras  vine a verla, a aprender y a escuchar, a presentir que algo de su sonrisa maravillosa y eterna era para mí. Ella era la paz, ella venía a prevenirnos y a prepararnos. Era hija de Obá, pero se estremecía con la sevicia de los invasores, no deseaba un lucero como cárcel, no quería defraudar su linaje ni su espada; hubo una noche en que su piel morena fue acariciada por las aguas sórdidas de la mar; hubo un beso del que solo una estrella fue testiga, hubo un abrazo que solo los vientos presenciaron distantes; hubo un sueño, en donde vi su alma mientras ella contemplaba imperturbable los luceros donde viajan las almas que Obá castiga cuando en la guerra pierden la batalla.


Una mañana volvió a su barco, camuflada en faldones y camisas de algodón rosado, clandestina, imperceptible,  volvía a la resistencia cargada de esperanzas. Se fue con las olas y los vientos, volvió a su tierra a enfrentar invasiones y pecados, a pelear por tierras libres, azotadas y liberadas mil veces. Yo no pude separarme del puerto hasta que el barco desapareció ante la mirada del tiempo; con ella se fue el sol y la noche me acompañó un buen rato mientras el éxtasis de la ciudad dejaba espacio para las brisas del mar frío; yo volví también a mis luchas, con la imagen detenida de ese beso recóndito, volvía a enfrentarme a mis propios enemigos, como ha mandado Obá, volvía con la esperanza que ella y su pueblo ganen de nuevo esta guerra, o a verla quizás en algún lucero, si Obá la condena al exilio de las noches, ante la pérdida de la batalla. 
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Trabajo para la Paz



Mauricio Rodríguez Amaya
#trabajoesPAZ


Más de treinta años de retrocesos en políticas de protección del trabajo han transformado la realidad laboral en Colombia; como paradoja fundamental, la Constitución del 91, trajo consigo la promesa de proteger los derechos sociales y la implementación del Estado Social de Derecho, al tiempo que desarrolló el marco constitucional para la libertad de Empresa, el incremento de la inversión extranjera, la reducción de la protección de derechos sociales al amparo del neoliberalismo internacional.

La reducción del Estado, la privatización de las empresas industriales y comerciales del Estado, de la educación y de los servicios de salud, lanzaron a las calles un enorme ejército de desempleados que cuando volvieron al mundo del trabajo lo hicieron en condiciones de precariedad, tercerización e informalidad. Ninguna de estas políticas  hubiera alcanzado resultados tan eficaces y rápidos si no estuvieran acompañadas de una intensa ola de violencia antisindical que ha cobrado la vida de más de 5000 sindicalistas, otro tanto desaparecidos y un sinnúmero condenados y condenadas al desplazamiento interno y al Exilio. La guerra se convirtió en el pretexto para aniquilar sindicatos y sindicalistas, destrozar convenciones colectivas y desaparecer las conquistas obreras alcanzadas durante la segunda mitad del Siglo XX.


El nuevo contexto de superación de la guerra, ofrece un campo de expectativas y oportunidades para los y las trabajadoras colombianas; expectativas de superar el conflicto armado en el territorio colombiano y oportunidades de desarrollar un nuevo marco de conflictos sociales y políticos sin recurrir a la eliminación física de los oponentes. La paz en Colombia no será la superación de la desigualdad y las injusticias; la Paz en Colombia es un nuevo marco político para asumir los conflictos estratégicos que están por resolverse en la sociedad Colombiana; uno de ellos, es indiscutiblemente, la lucha por materializar los derechos individuales y colectivos del Trabajo.


Colombia requiere un nuevo marco normativo e institucional que cumpla por fin las promesas del Estado Social de Derecho y las aproxime a las expectativas  sociales creadas por el proyecto constitucional de 1991. Una Política Pública para el Trabajo Decente y la formalización Laboral, puede contribuir a construir una agenda que en el mediano plazo recupere la fuerza institucional en la defensa de los derechos del trabajo, genere un nuevo marco de relaciones entre obreros y empleadores que no esté mediado por la violencia y nuevas condiciones donde se acepte que los derechos de los trabajadores son tanto o más importantes que los de la libre empresa. La paz es una oportunidad, el trabajo es la herramienta fundamental para hacer posible la paz.