Bicentenario, de qué?
“Pero, así como nuestros pueblos no
olvidan sus triunfos, el invasor tampoco olvida su derrota, y han decidido, no
por coincidencia, que este 2019, en pleno bicentenario, se hará trizas lo que
queda de la memoria colectiva de nuestras luchas por la libertad”.
Mauricio Rodríguez Amaya
No
es coincidencia, que precisamente por estos años, las armas de Estados Unidos
sueñen con establecerse en nuestros territorios; no es coincidencia, que una
guerra fratricida contra los hermanos y hermanas de la América Nuestra aparezca
como inevitable. Hace más de doscientos años, una generación de hombres y
mujeres soñaron y trabajaron por el propósito de la libertad, recogiendo las
banderas de las incontables luchas indígenas y negras por la independencia;
hace doscientos años no solo fueron derrotados los europeos que plagaron de
miseria y muerte el continente entero, sino también los espíritus invasores que
desde Estados Unidos veían en estas tierras la prolongación de su imperio. Hace
doscientos años, fueron derrotados Europa y Estados Unidos en las tierras y en
los mares de la América Nuestra; pero si nosotros recordamos esa victoria de hace
doscientos años, debemos tener seguro que el gringo tampoco olvida su derrota.
Desde
las resistencias indígenas, pasando por las incontables independencias negras
del cimarronaje africano que vistió de colores y tambores toda nuestra América,
hasta las independencias impulsadas por las nuevas generaciones de criollos
ricos, el siglo XIX le dio a Nuestra América un aire de libertad que supo
saborear con agrado, aunque no por mucho tiempo. Las pugnas internas rompieron
nuestra gran nación latinoamericana en pequeñas republiquitas manipuladas por empréstito
gringo y británico, condenadas a servir fielmente los intereses de los imperios
y a pagar el favor con las enormes riquezas de la tierra y el mar. Pronto los
gobiernos de criollos ricos, fieles a los ideales de Europa y Estados Unidos,
hijos legítimos del colonialismo y el patriarcado, tomaron el rumbo de las
nuevas instituciones, para hacer lo mismo que el poder extranjero, pero ahora a
favor de las nuevas familias poderosas que se instalaron para controlar la
tierra, la fuerza de trabajo negra e indígena, el desprecio por lo femenino, la
exaltación del catolicismo y la copia burda de instituciones republicanas en
tierras manejadas como feudos. En pocos años, la nueva estirpe dirigente nos
condenó a guerras entre hermanos y hermanas, en el chaco y en el Caribe, en
Centro América y en la Pampa; en los primeros años de independencia, se
consolidaron los proyectos esclavistas y se declaró la guerra a los pueblos
indígenas y negros, tanto en México como en Colombia, en la Pampa Argentina y
en bella Venezuela; la guerra fratricida de Rosas y de Mosquera, promovió el exterminio
los pueblos originarios y ordenó el destierro, la esclavitud y la muerte de
miles de aquellos que se negaron a someterse al modelo civilizatorio colonial,
patriarcal y extractivista.
Entonces
vale la pena preguntarse, qué conmemoramos? En primera medida, conmemoramos las
incontables insurrecciones indígenas y negras por todo el continente, que hoy
siguen tronando en las montañas y en los mares para exigir respeto, pan y paz. conmemoramos
el empoderamiento de las mujeres que con los feminismos del abya Yala han
recuperado su lugar histórico en las luchas contra el poder patriarcal,
capitalista y colonial; conmemoramos las trasgresiones del arte popular, de las
voces juveniles cansadas de seguir el libreto vetusto de la dominación colonial
sobre sus cuerpos y esperanzas. conmemoramos la vida de un continente que se ha
tejido a pulso con el dolor y la sangre de miles de hilos cortados en la
urdimbre de nuestra historia. conmemoramos la creatividad que no se agota, la
agroecología que busca salvar el planeta, la imaginación indígena y la potencia
negra. conmemoramos la vida que nos queda en medio de los vientos de guerra y
muerte.
Pero,
así como nuestros pueblos no olvidan sus triunfos, el invasor tampoco olvida su
derrota, y han decidido, no por coincidencia, que este 2019, en pleno bicentenario,
se hará trizas lo que queda de la memoria colectiva de nuestras luchas por la
libertad. El invasor sabe que no es suficiente con usurpar el poder y producir
muertos, sino que tiene claro que debe destruir los símbolos y los valores de
las sociedades que ha puesto bajo su dominio. No es gratuita la época en que
con fiereza el invasor nos condena a la guerra. Es parte de la destrucción
icónica de nuestras identidades nacionales y territoriales; el bicentenario de esas primeras independencias incómodas, resulta una buena época para
volver a demostrarnos que tienen la fuerza para plagar de miseria un continente
entero.
Este
2019, arranca con una profunda amenaza de recolonización capitalista
trasnacional. Las empresas poderosas de la guerra, el petróleo y el oro, han
puesto sus ojos en las enormes riquezas venezolanas, y usando todos los
libretos de intervención, apoyados por su absoluto control sobre los medios de
comunicación y sobre los gobiernos proclives a su agenda, amenazan con una casi
inminente toma militar del Estado venezolano. Los gobiernos del continente se
han dividido en pros y contras, y los pueblos están fraccionados entre los que
se guían por el odio del fascismo mediatizado y los que aún se manifiestan en
rechazo a la nueva guerra imperialista. Con un continente dividido, entregado
en gran parte al fascismo trasnacional y condenado a sus deudas de corrupción, cumplimos
este bicentenario.
La
década entera ha estado harta de los intentos belicistas sobre el continente;
Honduras, Brasil y Ecuador pueden hablar con precisión de los efectos
dominadores del fascismo impulsado por las trasnacionales del capitalismo
global. Colombia, que no ha conocido aún una experiencia de aquellas que
denominados progresistas sobre la primera década de este envejecido siglo –no
tanto por sus años como por sus odios- sigue al servicio ciego de los intereses
trasnacionales, siempre violentos, siempre corruptos, siempre insultantes.
Gozamos con el despreciable título del hermano lacayo que es capaz de agredir a
su propio hermano para gozar con las migajas de la mesa del vecino. La pobreza
patriótica de nuestros gobiernos nos ha puesto ante la vergüenza continental
como un país sin dignidad ni escrúpulos. Los gobiernos de estas épocas insultan
el derecho de los pueblos y prestan sus bases militares para asesinar hermanos;
vergüenza producimos en el continente y de vergüenza está plagada la cúpula
corrupta que ostenta el poder, para quienes la guerra, contra el que sea, es la
cortina perfecta para ocultar sus fechorías. A doscientos años de las primeras
independencias, el gobierno de turno, sigue mostrando que no hay límites para
el odio y la corrupción y que no están dispuestos ni siquiera a respetar los
principios básicos de la democracia republicana que dicen representar. ¿Qué
conmemoramos? conmemoramos el proyecto frustrado de la unidad republicana de
Bolívar y de Martí, de Leona Vicario y de Juana Azurduy; conmemoramos la cita
incumplida de Angostura, y conmemoramos la fragmentación potenciada por la
banca trasnacional que hoy sigue haciendo de las suyas en nuestro continente.
No los conmemoramos, porque compartamos ese camino de la derrota de la América
nuestra; lo conmemoramos porque esos sueños y esos proyectos siguen vigentes en
el corolario de las luchas por la tierra y el agua de los pueblos
nuestroamericanos que no se rinden ante el poder injurioso del imperio.
Como
hace 200 años, los pueblos marginados y mancillados por las familias poderosas
que suplantaron el poder español y estadounidense para seguir al servicio de
sus instituciones, nunca abandonaron la lucha ni han abandonado la esperanza de
un continente nuevo. Desde la gran lección de la independencia Haitiana, la
primera de todo el continente, hasta las banderas emancipatorias del zapatismo,
de las cholas aymaras, de los combatientes mapuches de Chile y las sonrisas
maravillosas del pacífico afrodescendiente, las banderas de la libertad, la
dignidad y la paz, siguen ondeando en sus territorios y trincheras.
Hoy
Venezuela está amenazada por las bombas que destrozaron a oriente medio con
toda y su milenaria historia cultural y política; hoy Venezuela y todo el
continente siente la bota militar de nuevo entrando a sus calles y casas
asesinando gente para cumplir las metas del imperio, como en Panamá, como en
Nicaragua, como en la Chile, como en Guatemala. Hoy, a doscientos años de las
independencias, es hora de batir el clamor contra la guerra, es hora de
enarbolar la dignidad como bandera y es hora de recordar lo que José Martí, ese hermano gigante de
Nuestra América, nos dijo hace casi 150 años: “El amor, madre, a la patria, no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca“.
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