jueves, 31 de enero de 2019

Bicentenario, de qué?


Bicentenario, de qué?

“Pero, así como nuestros pueblos no olvidan sus triunfos, el invasor tampoco olvida su derrota, y han decidido, no por coincidencia, que este 2019, en pleno bicentenario, se hará trizas lo que queda de la memoria colectiva de nuestras luchas por la libertad”.

Mauricio Rodríguez Amaya


fuente:https://www.google.com

No es coincidencia, que precisamente por estos años, las armas de Estados Unidos sueñen con establecerse en nuestros territorios; no es coincidencia, que una guerra fratricida contra los hermanos y hermanas de la América Nuestra aparezca como inevitable. Hace más de doscientos años, una generación de hombres y mujeres soñaron y trabajaron por el propósito de la libertad, recogiendo las banderas de las incontables luchas indígenas y negras por la independencia; hace doscientos años no solo fueron derrotados los europeos que plagaron de miseria y muerte el continente entero, sino también los espíritus invasores que desde Estados Unidos veían en estas tierras la prolongación de su imperio. Hace doscientos años, fueron derrotados Europa y Estados Unidos en las tierras y en los mares de la América Nuestra; pero si nosotros recordamos esa victoria de hace doscientos años, debemos tener seguro que el gringo tampoco olvida su derrota.

Desde las resistencias indígenas, pasando por las incontables independencias negras del cimarronaje africano que vistió de colores y tambores toda nuestra América, hasta las independencias impulsadas por las nuevas generaciones de criollos ricos, el siglo XIX le dio a Nuestra América un aire de libertad que supo saborear con agrado, aunque no por mucho tiempo. Las pugnas internas rompieron nuestra gran nación latinoamericana en pequeñas republiquitas manipuladas por empréstito gringo y británico, condenadas a servir fielmente los intereses de los imperios y a pagar el favor con las enormes riquezas de la tierra y el mar. Pronto los gobiernos de criollos ricos, fieles a los ideales de Europa y Estados Unidos, hijos legítimos del colonialismo y el patriarcado, tomaron el rumbo de las nuevas instituciones, para hacer lo mismo que el poder extranjero, pero ahora a favor de las nuevas familias poderosas que se instalaron para controlar la tierra, la fuerza de trabajo negra e indígena, el desprecio por lo femenino, la exaltación del catolicismo y la copia burda de instituciones republicanas en tierras manejadas como feudos. En pocos años, la nueva estirpe dirigente nos condenó a guerras entre hermanos y hermanas, en el chaco y en el Caribe, en Centro América y en la Pampa; en los primeros años de independencia, se consolidaron los proyectos esclavistas y se declaró la guerra a los pueblos indígenas y negros, tanto en México como en Colombia, en la Pampa Argentina y en bella Venezuela; la guerra fratricida de Rosas y de Mosquera, promovió el exterminio los pueblos originarios y ordenó el destierro, la esclavitud y la muerte de miles de aquellos que se negaron a someterse al modelo civilizatorio colonial, patriarcal y extractivista.


Entonces vale la pena preguntarse, qué conmemoramos? En primera medida, conmemoramos las incontables insurrecciones indígenas y negras por todo el continente, que hoy siguen tronando en las montañas y en los mares para exigir respeto, pan y paz. conmemoramos el empoderamiento de las mujeres que con los feminismos del abya Yala han recuperado su lugar histórico en las luchas contra el poder patriarcal, capitalista y colonial; conmemoramos las trasgresiones del arte popular, de las voces juveniles cansadas de seguir el libreto vetusto de la dominación colonial sobre sus cuerpos y esperanzas. conmemoramos la vida de un continente que se ha tejido a pulso con el dolor y la sangre de miles de hilos cortados en la urdimbre de nuestra historia. conmemoramos la creatividad que no se agota, la agroecología que busca salvar el planeta, la imaginación indígena y la potencia negra. conmemoramos la vida que nos queda en medio de los vientos de guerra y muerte.

Pero, así como nuestros pueblos no olvidan sus triunfos, el invasor tampoco olvida su derrota, y han decidido, no por coincidencia, que este 2019, en pleno bicentenario, se hará trizas lo que queda de la memoria colectiva de nuestras luchas por la libertad. El invasor sabe que no es suficiente con usurpar el poder y producir muertos, sino que tiene claro que debe destruir los símbolos y los valores de las sociedades que ha puesto bajo su dominio. No es gratuita la época en que con fiereza el invasor nos condena a la guerra. Es parte de la destrucción icónica de nuestras identidades nacionales y territoriales; el bicentenario de esas primeras independencias incómodas, resulta una buena época para volver a demostrarnos que tienen la fuerza para plagar de miseria un continente entero.

Este 2019, arranca con una profunda amenaza de recolonización capitalista trasnacional. Las empresas poderosas de la guerra, el petróleo y el oro, han puesto sus ojos en las enormes riquezas venezolanas, y usando todos los libretos de intervención, apoyados por su absoluto control sobre los medios de comunicación y sobre los gobiernos proclives a su agenda, amenazan con una casi inminente toma militar del Estado venezolano. Los gobiernos del continente se han dividido en pros y contras, y los pueblos están fraccionados entre los que se guían por el odio del fascismo mediatizado y los que aún se manifiestan en rechazo a la nueva guerra imperialista. Con un continente dividido, entregado en gran parte al fascismo trasnacional y condenado a sus deudas de corrupción, cumplimos este bicentenario.


La década entera ha estado harta de los intentos belicistas sobre el continente; Honduras, Brasil y Ecuador pueden hablar con precisión de los efectos dominadores del fascismo impulsado por las trasnacionales del capitalismo global. Colombia, que no ha conocido aún una experiencia de aquellas que denominados progresistas sobre la primera década de este envejecido siglo –no tanto por sus años como por sus odios- sigue al servicio ciego de los intereses trasnacionales, siempre violentos, siempre corruptos, siempre insultantes. Gozamos con el despreciable título del hermano lacayo que es capaz de agredir a su propio hermano para gozar con las migajas de la mesa del vecino. La pobreza patriótica de nuestros gobiernos nos ha puesto ante la vergüenza continental como un país sin dignidad ni escrúpulos. Los gobiernos de estas épocas insultan el derecho de los pueblos y prestan sus bases militares para asesinar hermanos; vergüenza producimos en el continente y de vergüenza está plagada la cúpula corrupta que ostenta el poder, para quienes la guerra, contra el que sea, es la cortina perfecta para ocultar sus fechorías. A doscientos años de las primeras independencias, el gobierno de turno, sigue mostrando que no hay límites para el odio y la corrupción y que no están dispuestos ni siquiera a respetar los principios básicos de la democracia republicana que dicen representar. ¿Qué conmemoramos? conmemoramos el proyecto frustrado de la unidad republicana de Bolívar y de Martí, de Leona Vicario y de Juana Azurduy; conmemoramos la cita incumplida de Angostura, y conmemoramos la fragmentación potenciada por la banca trasnacional que hoy sigue haciendo de las suyas en nuestro continente. No los conmemoramos, porque compartamos ese camino de la derrota de la América nuestra; lo conmemoramos porque esos sueños y esos proyectos siguen vigentes en el corolario de las luchas por la tierra y el agua de los pueblos nuestroamericanos que no se rinden ante el poder injurioso del imperio.

Como hace 200 años, los pueblos marginados y mancillados por las familias poderosas que suplantaron el poder español y estadounidense para seguir al servicio de sus instituciones, nunca abandonaron la lucha ni han abandonado la esperanza de un continente nuevo. Desde la gran lección de la independencia Haitiana, la primera de todo el continente, hasta las banderas emancipatorias del zapatismo, de las cholas aymaras, de los combatientes mapuches de Chile y las sonrisas maravillosas del pacífico afrodescendiente, las banderas de la libertad, la dignidad y la paz, siguen ondeando en sus territorios y trincheras.

Hoy Venezuela está amenazada por las bombas que destrozaron a oriente medio con toda y su milenaria historia cultural y política; hoy Venezuela y todo el continente siente la bota militar de nuevo entrando a sus calles y casas asesinando gente para cumplir las metas del imperio, como en Panamá, como en Nicaragua, como en la Chile, como en Guatemala. Hoy, a doscientos años de las independencias, es hora de batir el clamor contra la guerra, es hora de enarbolar la dignidad como bandera y es hora de recordar  lo que José Martí, ese hermano gigante de Nuestra América, nos dijo hace casi 150 años: “El amor, madre, a la patria, no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca“.

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