domingo, 18 de junio de 2017

De la insurgencia armada a las resurgencias populares

De la  insurgencia armada a  las resurgencias populares

“Como el agua que espera su tiempo para brotar sobre la tierra, vinieron los pueblos a usurpar la voz oficial, con sus consignas y sus barricadas; hoy siguen llegando pueblos al concierto de las nuevas luchas, las del agua, las de la vida, las del territorio, las del trabajo, las de la semilla natural, las del derecho a la educación y a la salud, las del derecho a vivir de nuevo a resurgir de las cenizas que dejó la guerra.”



Mauricio Rodríguez Amaya

Muchas lunas han durado las guerras y muchos soles han recibido los generales que con ellas crecieron y que con ellas mueren y resucitan incansablemente. Muchos años han durado las guerras y muchos hijos han cobrado sus noches. La Insurgencia Armada, fue el producto de siglos de humillación y avasallamiento de los poderosos contra pueblos inermes; fue la respuesta al tratamiento violento recibido por los poderosos contra los humillados. La insurgencia en armas se convirtió en la posibilidad de sobrevivencia que quedó a los pueblos desterrados de sus suelos de origen; pero al mismo tiempo, esa insurgencia valiente de nuestros pueblos, alimentó el pretexto incontrovertible de la guerra, que gorda y enferma de hambre, creció borracha en la borrasca del “todos contra todos”.  La guerra nos enseñó  que el máximo objetivo era la victoria, aunque pululara el hambre y el miedo. La autoridad legítima de la guerra  se legitimó en la teoría siempre creativa del enemigo interno o externo. Cualquier señal del enemigo se respondía con balas; cualquier respiración peligrosa era leída como signo de debilidad institucional, cualquier exclamación de protesta era causa rotunda contra los agitadores. Así, la guerra nos fue poniendo en bandos; de un lado, los defensores de la sacrosanta institucionalidad amenazada, y del otro, el resto, los peligrosos, las brujas, los herejes, los dueños de sospecha y las desposeídas de pan y de salud. La guerra ordenó el presupuesto, monopolizó las tierras, enterró a las víctimas y consumió el herario. Hacer la guerra, se convirtió en el negocio más promisorio al tiempo que sirvió de pretexto para perseguir y aniquilar las voces que pedían paz, salud, una vela y un estero para soñar la vida y vivir los sueños.

De esta forma las luchas del pan y del agua fueron tratadas con las balas con que se combate al enemigo interno; las luchas por la tierra y el maíz se convirtieron en teatros de operaciones de los militares contra campesinos peligrosos para la estabilidad del régimen. Las luchas por el trabajo fueron convertidas en pretexto para perseguir guerrilleros en los sindicatos y en las fábricas.  Las voces de los pueblos fueron acalladas, perseguidas, sepultadas. Las largas marchas fueron diezmadas y las barricadas populares fueron repelidas con las metralletas institucionales. Así pasaron los años, hasta que se fue naturalizando la violencia y el oprobio se fue volviendo parte del paisaje cotidiano.


Pero desde debajo de la tierra, las voces que lucharon seguían insistiendo tercamente en no morir; desde abajo, desde las canteras y los surcos, las voces seguían repitiendo sus consignas y resistiéndose al olvido obligatorio; cuando empezaron los tiempos de acallar los fusiles, esas voces se hicieron más nítidas, más contundentes, y los que no habíamos muerto aprendimos a escuchar, a aprender en silencio y volver a las marchas, a las calles, a la ribera del río y a la boca de la mina. Como el agua que espera su tiempo para brotar sobre la tierra, vinieron los pueblos a usurpar la voz oficial, con sus consignas y sus barricadas; hoy siguen llegando pueblos al concierto de las nuevas luchas, las del agua, las de la vida, las del territorio, las del trabajo, las de la semilla natural, las del derecho a la educación y a la salud, las del derecho a vivir de nuevo a resurgir de las cenizas que dejó la guerra. Llamo resurgencia popular a ese conjunto de fenómenos sociales, que estaban esperando brotar para hacer sentir sus polifonías y sus discursos, sus prácticas emancipatorias y sus agendas de cambio. 

Resurge del pueblo de Cajamarca, Piedras y Cumaral, la democracia popular como herramienta para defender el territorio; en menos de 6 meses tres consultas populares le ganaron el pulso a las multinacionales del Oro, que a nombre del extractivismo han extenuado los territorios y la dignidad de sus gentes. También resurge la voz de los Concejos municipales de Támesis y Jericó quienes desde las tribunas institucionales se sostienen en impedir proyectos mineros en sus territorios.

La resurgencia de Buenaventura permitió el paro más largo y hermoso de su historia. No hubo un solo habitante de esta ciudad que no hiciera parte del Paro Cívico. El Gobierno ha hecho promesas y los pueblos han aceptado esperar con escepticismo el compromiso de la palabra empeñada; y si el gobierno no cumple, como es de conocerse su costumbre, el paro volverá a vestir las calles con partidos de futbol y ollas comunitarias en cada barrio de Buenaventura.

El Chocó salió a las calles y la resurgencia popular dijo no más a siglos enteros de olvido y rezago; un acuerdo con el Gobierno permitió levantar el paro, y la gente sabe que en adelante, este país centralizado y racista deberá contar con la historia viva de los pueblos del pacífico.


De la resurgencia de los pueblos indígenas habla hoy la Guajira. Más de 70 días duró la huelga los obreros de la Empresa operadora de la explotación salinera; también las autoridades indígenas Wayuu han tomado el lugar dejado por los obreros de la huelga, y se han tomado las instalaciones de la Empresa privada para exigir cambios en las condiciones del contrato de operación que empobreció a Manaure y enriqueció un grupo de patronos que desprecian el saber y el sabor de la sal de los Wayuu. También están en paro los Wayuu que defienden su territorio en la Alta Guajira contra las trampas de la Empresa EPM quien decidió dejar de cumplir los acuerdos de la Consulta Previa. Y están en pie de lucha los pueblos Wayuu que viven sobre el ferrocarril del Cerrejón que extrae el carbón de Colombia sin que los pueblos originarios puedan disfrutar la renta del extractivismo.



Los maestros y las maestras, lograron la movilización más grande de los últimos años, para mejorar sus condiciones de trabajo y para cambiar al mismo tiempo las condiciones en que el Estado central ha postrado a los colegios y las escuelas. Resurgen los diálogos de luchas entre estudiantes, maestros y comunidades para exigir presupuesto para educación, infraestructura de calidad, y  gratuidad de la educación.

Resurge la voz de los educadores y las educadoras populares, los que han sembrado metodologías participativas y apuestas de conocimiento decoloniales, antipatriarcales y anticapitalistas. Resurge el sueño de una universidad popular de los pueblos, y  hoy cientos de hombres y mujeres comparten esta nueva apuesta colectiva.



Resurge la prensa popular y alternativa, la voz de las regiones y las poblaciones marginadas, la que se enfrenta al monopolio institucional televisado. Resurgen las madres comunitarias y sus luchas por sus derechos, resurgen los activistas de derechos humanos, resurgen las voces trasgresoras del arte popular rompiendo el orden de las calles y los teatros. Resurge un país que de las cenizas de la guerra, clama por su oportunidad definitiva de cambiar la historia.

Es la época de las resurgencias populares. Es el momento de volver a las luchas de los excluidos, los marginados, las mujeres y los hombres de la lengua nativa, del sembradío y de la fábrica. Es la resurgencia de su lucha y de sus voces; es la resurgencia de sus sueños, por los que vivieron y murieron los abuelos y las abuelas que sembraron por primera vez esta porción del mundo y que hoy ha decido asumir el reto de renacer para cambiar el destino trágico al que nos había condenado el pretexto oficial de la guerra. 




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