miércoles, 9 de abril de 2014

Un presidente gringo



U n presidente gringo

Enrique Peñalosa

Por: Mauricio Rodríguez Amaya



 
Ha llegado la hora de tener, para bien de la patria (nuestra y suya) un presidente de altas latitudes norteamericanas, de modales de corte anglosajón y de sentimientos nobles e imperiales como lo demuestra su linaje. Ha llegado la hora de tener un presidente Gringo que piense en su pueblo  y nos gobierne a nosotros.

En una venturosa tarde de septiembre de 1954, bajo los calores otoñales de Washington refrescados por los aires provenientes del Potomac, nació un niño que ahora quiere ser Presidente a varias leguas de distancia del país donde  vio la vida. Hijo de un prestigioso economista y político colombiano, Enrique Peñalosa, creció en el imperturbable norte de Bogotá, muy cerca donde hace pocos años unos asaltantes, seguramente venidos del sur, le robaron su bicicleta mientras almorzaba. Se hizo bachiller en el Refus, en Cota, fuera de la bulliciosa capital, en épocas en que los colegios públicos bogotanos no eran más que casuchas levantadas con tapia prefabricada y ladrillos cocidos en San Cristóbal (también al Sur). Luego, muchos años después, este gringo pudo ser alcalde de la Capital de Colombia, cuando se presentó ante el electorado como un candidato independiente, protector del cemento, prometedor de obras estratégicas (como la desocupación de la Candelaria y el Transmilenio), después de haberlo  intentado dos veces antes desde el Glorioso Partido Liberal, el mismo que le permitió a su padre ser ministro, embajador y hasta productor de telenovelas, cuando Punch dominaba el mercado de las lágrimas.

Ahora, este hombre de presencia gringa y de apellido cachaco, quiere ser presidente; algunos han dicho de forma equivocada que su inscripción es inconstitucional;  esta tesis no es cierta, porque los prístinos juristas que redactaron nuestra constitución nacional dejaron bien claro que son colombianos de nacimiento, no solo los que son paridos en esta patria moribunda y pobre, sino los que prorrumpen a la vida en el extranjero pero cuyos padres son nacionales colombianos. Cuando Enriquito nació, don Enrique Peñalosa Camargo era funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo bajo el manto prolijo del partido liberal de Lleras. Por esto, ese argumento para ensombrecer el legítimo derecho que tenemos todos a tener, por fin, un presidente gringo, se cae por su propio peso.

Ha llegado la hora de tener, para bien de la patria (nuestra y suya) un presidente de altas latitudes norteamericanas, de modales de corte anglosajón y de sentimientos nobles e imperiales como lo demuestra su linaje. Ha llegado la hora de tener un presidente Gringo que piense en su pueblo  y nos gobierne a nosotros. Bolívar se equivocó de cabo a rabo cuando aseguró que los Estados Unidos parecen estar destinados por la providencia para plagar de hambre y miseria el pueblo americano; pero errar es de humanos, y no tenía por qué saber nuestro libertador que de esas mismas tierras brotaría el hombre iluminado por la providencia para llevarnos al camino del bien común, del destino manifiesto, de nuestro propio sueño americano.

Para desgracia nuestra, siempre hemos tenido presidentes criollos, impuros de sangre y nacionales de nacimiento en estas tierras de tercera clase, concebidos en hospitales bogotanos o paisas, de pronto algún caucano o un barranquillero; y las experiencias nunca, pero nunca, han sido del todo satisfactorias; en la médula del problema está, que la enorme mayoría de todos nuestros gobernantes han nacido acá con ganas de haber sido de allá. Entonces, la única forma de revertir semejante tacha ha consistido en gobernar para allá, despreciando a todos los de acá.  Esos presidentes, desde el nacimiento mismo de esta republiquita liberal y goda, han intentado quedar bien con quienes consideran sus guías fundamentales, no les pueden llamar padres, porque no lo son, entonces asumen que deben llamarles jefes. Pero cuando este pueblito hace reclamaciones por la falta de justicia o de pan, por la ausencia de soberanía o de decencia, entonces estos presidenticos han asumido la postura de sus jefes: se han hecho los gringos. No queremos más presidentes que ante los problemas o las presiones, ante los reclamos y ante las multitudes descontentas se hagan los gringos, necesitamos un gringo que ya lo sea desde el primer día, que no tenga que hacerse el gringo porque ya lo es y para que no haya duda que  cuando reclame la gente de acá él se comportará como se comportan los de allá.

Peñalosa, nuestro futuro presidente gringo, tiene buenos respaldos aquí y en su país. Desde su país lo apoyan los economistas y los bancos que necesitan más cosas de nosotros y nuestro suelo, para pagar las deudas que nuestros presidentes criollos han  incrementado desmesuradamente; acá cuenta con el apoyo de otros ilustres colombianos, incluyendo a nuestro símbolo nacional, el Gran Colombiano, el ejemplo paisa, el dueño del ubérrimo y de su propio ejército, el hombre que logró que el centro (democrático) pudiera ubicarse definitivamente en la extrema derecha. Decir que Peñalosa es el caballo de Troya de los uribes y sus ubérrimos, es una figura desproporcionada y arcaica que remonta a una mitología ya olvidada en estas tierras dond ya no se estudia Ciencias Sociales en las escuelas públicas. No, definitivamente Peñalosa no es ningún caballo de Troya, es un símbolo fresco del progreso, es el Volks Wagen con el que Hitler introdujo a Henry Ford en el mercado de los automóviles de Europa; es el tanque con el que Texas Co. sembró la democracia en Irak; es la hamburguesa con que McDonald’s revolucionó la alimentación de la desnutrida y amarillenta cultura china; es el tomate transgénico con el que Monsanto nos va a convencer de producir alimentos sin que para ello tengamos que utilizar la tierra; Peñalosa es el símbolo del progreso americano, el chico rebelde (o  reverde) que cree en la economía del mercado aunque el mercado no crea en nosotros.

Peñalosa representa a nuestro propio llanero solitario, llamado por los dioses americanos a eliminar por fin, tanto indio suelto en estas tierras prodigiosas y ricas, a las que tantas ganas le tienen desde hace siglos los verdaderos redentores del futuro, los herederos legítimos de Monroe, la sangre poderosa que por el mundo riega millones de carros, tancados de democracia y carretilladas de hamburguesas.