Pensar con el deseo: Mockus Y Petro en la segunda Vuelta
Mauricio Rodríguez Amaya
El uribismo se disuelve como lo que es: una ilusión óptica creada por mafiosos, paramilitares y banqueros, para que la gente sintiera una falsa sensación de bienestar, mientras se le quitaban sus derechos al trabajo digno, la salud y la educación. Los banqueros alcanzaron ganancias de más de 5 mil billones de pesos por año, el negocio del tráfico de drogas sigue incólume; ni las rutas, ni los clientes en el extranjero han sido molestados por la Seguridad Democrática. No hay un solo paramilitar condenado por los miles de muertos, las masacres, las tomas ilegales de tierras y su desmovilización no fue más que un reacomodo. Pero la maquinita tuvo su daño, cuando la corte constitucional echó atrás en embeleco reeleccionista del ubérrimo, y la crisis ya no tuvo reverso cuando el presidente bendijo con su casta potestad al santo que debía secundar su obra. El santo que persigue el cetro de su amo, no es ni siquiera una mala fotocopia. Y sin embargo en todo se parece. Durante su paso por el ministerio de Defensa, se cometieron más de 2000 asesinatos extrajudiciales, por los cuales no hay ningún miembro del ejército en prisión, pues los que fueron capturados en poco tiempo volvieron a las calles y a sus puestos. Invadió militarmente a Ecuador, violando todos los protocolos internacionales. En su contra aún pesa una orden de captura. Y ya en campaña, se consiguió su propio joseobdulio: un jj sin intestinos a la hora de hacerle daño a los enemigos de su jefe de turno. La campaña se este poderoso santo se cae sin que nada pare su debacle. El uribismo en su versión más parecida se derrumba en escombros y el desespero no deja dormir tranquilos ni a los que salen, ni a los que sueñan en seguir viviendo del miedo y el horror. La otra uribista, la señora que viste del color que le sirve, tampoco tiene nada que decir, ni que pensar; su campaña no representa nada nuevo, ni viejo en el escenario político. Los genuinos conservadores, los más reaccionarios, están con el santo del ubérrimo, detrás, a ver que les toca en esta tienda. Nada dice interesante la señora, nada propone y su imagen, producto de maquillaje y cámaras, no alcanza el espectáculo que aspira. Ni que decir de Vargas, el de las posturas anti guerri-lleras. No sube, no baja, no anda. Ni hablar de Pardo, a quien se le cobra la ambigüedad de su partido y el daño feroz al país causado por su jefe Gaviria (el Cesar, por si acaso). Estas circunstancias me permiten pensar con el deseo. Y es que a menos de quince días de las elecciones solo dos candidatos irrumpieron con fuerza suficiente para proponer cosas nuevas y radicales, desde dos puntos de vista disímiles y contradictorios. Por un lado, a la derecha está Mockus, el representa el anhelo legalista de una país que ha visto como el ubérrimo se limpió los huesitos y las carnitas con la constitución del 91, que hizo la ley a su antojo y que propuso, a lo Fujimori, acabar las cortes si se seguían entrometiendo en sus pilatunas. Todos conocemos a Mockus, maestro del mackartismo, cuando se trata de atacar a sus opositores; amplio con el sector privado y cerrado con los trabajadores. En sus administraciones, avanzó disciplinadamente en la privatización de la educación y la Salud en Bogotá, a la vez que despidió a más de 13 mil trabajadores, que después de un largo proceso ganaron la batalla legal contra el distrito. Pero ahí está Mockus hoy, proponiéndole a este país devastado por la política del traquetismo, los falsos positivos y la corrupción, recuperar la moralidad administrativa, la lealtad a la ley, y el amor por el respeto a lo ajeno. Sin duda, Mockus desde su óptica, representa un cambio de rumbo para este país desangrado a lo sumo y maltratado al máximo por las peripecias de ubérrimo en su afán de controlarlo todo. El segundo candidato con una marcada posición de cambio es Gustavo Petro. Ganó en franca lid en una consulta de debió ser en marzo y no en septiembre. Ganó a pesar de haber iniciado su campaña en franca minoría. Ganó caminando más y trabajando más, derrotando el triunfalismo de una izquierda facilista y cómoda. Petro ha sido el mejor proponente en los debates televisados y en los foros académicos y universitarios; es el candidato con la más clara estructura discursiva, sabe hacia dónde va, conoce el terreno del debate político y lo hace con claridad y con respeto. El martes volví a verlo en el debate contra el D.A.S. y su exposición fue de nuevo impecable. Petro habla sin miedo: no reconoce como legal el acuerdo de las bases militares, está dispuesto a desmontar las cooperativas de trabajo asociado como intermediarias del empleo; ha planteado la necesidad imperante de quitarle el poder a las mafias (incluyendo la del ubérrimo); es claro en su oposición al TLC y sabe que el camino de la paz es el de la negociación sin descuidad la fuerza del Estado. La mejor segunda vuelta es esa: un Mockus, dispuesto a defender el estatus quo con legalidad, honestidad y transparencia, y un Petro dispuesto a ofrecer a este país un cambio de rumbo necesario y posible. Petro tiene el coraje para ganar en este último tramo, la voluntad no solo de su partido, sino de miles de colombianos indecisos. Mockus supo aprovechar el lugar que la sorpresa ofrece en contiendas electorales que se dan por definidas. Ambos tienen la fuerza suficiente para pasar a la segunda vuelta. Pero insisto, estoy pensando con el deseo, y con ese mismo deseo, en cualquier caso, votaré por Petro. |
jueves, 6 de mayo de 2010
Pensar con el deseo
martes, 4 de mayo de 2010
lunes, 3 de mayo de 2010
Noemí y Juan Manuel: ¡Únanse!
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