miércoles, 17 de junio de 2009

Causas y desmemorias I

Causas y desmemorias I
almaro






Pasábamos horas conversando sobre todos los temas que se nos ocurrían al mismo tiempo. De vez en cuando volvíamos sobre el más importante para darle término o una nueva ronda. Y luego había silencios profanos hasta un beso, o muchos besos y una caricia o varios mimos. Y una sonrisa y un hechizo. Pasábamos horas enteras haciéndonos saber qué tanto nos podíamos amar. Nunca supimos cuánto, pero teníamos una certeza profunda en esa incertidumbre que nos producíamos el uno junto al otro. Nunca nos juramos nada, pero nuestros ojos se necesitaban para ver la vida de los colores de la ridiculez, la bobería y la profundidad que da el amor para mirar. Nunca nos dijimos esta sí es la historia, pero tejimos tan delicadamente cada punto, cada coma, cada canción y cada beso, que nunca dejaremos de volver sobre el tupido trazo que dejamos en algún lugar, cuando era menester que se acabara. Jamás se nos ocurrió pensar en el futuro, pero ella era la ventana por donde van los vientos y las luces traen los últimos consejos. Yo fui su compañía silenciosa muchas veces, su compulsivo fotógrafo, su amante en el silencio de la calle abierta y en la clandestinidad a la que recurren todos los amantes. Nunca fuimos amantes, ni novios, ni gozamos de ningún título honorífico el uno para el otro; pero éramos la cara para el sello, la mano para el lápiz, el calor y la hoguera, la noche para el día, la brújula del barco, el candil y la noche, el frío que no se aguanta sin su madrugada.

Debo aclarar que al principio, por razones traídas de la propia experiencia, nunca me hice planes más lejanos que la próxima noche o el almuerzo a las carreras de las horas contadas. Y que más de una vez pensé hacerme el loco para no pasarme por sus ojos un ratito. Sacarle el cuerpo en franca forma. Pero ella me iba atrayendo como el imán al clavo, el chicle a la suela, el vapor al vaso con sus hielos. Nos fuimos haciendo necesarios, socios, camaradas, amigos, el uno era en muchas cosas la razón del otro, la tarea del otro, el sueño del otro y de la otra. Nos hicimos tan juntos que el día no pasaba sin saber del otro y de la otra. Nos pensábamos al mismo tiempo. No miento, en más de una ocasión sonaba el teléfono al tiempo que mis pensamientos la buscaban en algún recuerdo para ver su boca o su mirada.


Tuvimos que reconocer que el amor, tan sigiloso y pervertido, nos había hecho un encierro de corrida de feria; clavados a las banderillas del deseo y amarrados al burladero de la vida, vino el amor para hacerse con nosotros, burlarse de nosotros, complacerse con la angustia de dos seres inconclusos y confiados. La amé, no hay la menor duda. Ella llenó todo lo bello y lo feo. A lo bello le dio sentido y a lo feo no le dio importancia. Ella se llenó de mí al tiempo en que era necesario atragantarme de cada uno de sus poros, sus cabellos, sus muslos, sus pupilas, sus dientes. Y ella me amó, también estoy seguro, fue un amor fugaz, pudo pasar más rápido que el mío, pero me amó con la locura del amor primero, con la sospecha del amor perdido y con la calma del amor amado.

El día que más me amaba, ese mismo día, tomó las maletas y se fue. Extraño, no lo dudo. Pues había aprendido de la vida que nos vamos cuando se nos acaba el amor o cuando hemos agotado la fuente de la fulana que nos deja solos. Pero aquí no. Me amaba tanto el día que se fue, que yo no supe si llorar o alegrarme. Llorar porque el amor hacía de nuevo de las suyas en este corazón de pérdidas en rojo. O alegrarme porque no se quedaba para un ocaso de trágicos finales. Se iba amándome, y era extraño no saber que se hace en estos casos. Al fin, lloré, no crean otra cosa. Lloré por ella una noche entera, empecé a escribir esta breve historia y me prometí como siempre no olvidar terminarla.

Después de mucho tiempo vinieron a mí estas notas, por esas cosas de revolcar entre olvidos o recuerdos mal guardados. Las leí varias veces, corregí algunas ortográficas señales de la falta de oficio y disciplina. Y cerré el círculo. Me gustó la idea de escribir de esta forma, así que volveré sobre otras historias inconclusas para intentar traerlas al presente con la frescura del dolor sellado o la agonía del deber que no cumplimos. Veremos qué pasa con el resto, por ahora disfruten si desean está página inútil.
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