lunes, 19 de septiembre de 2016

Un octubre 3, después de la Guerra

Un octubre 3, después de la Guerra


Mauricio Rodríguez Amaya


Las cosas se parecen al pasado, los pobres seguimos siendo pobres, las multinacionales siguen explotando nuestro carbón, envenenando nuestras aguas con mercurio y destrozando pueblos; todo sigue como ayer, como hace unos años; pero hay algo nuevo, algo poderosamente nuevo, se respira otro aire de esperanza.



Hoy Salí a trabajar, temprano como de costumbre, tomé el transporte de siempre, los mismos rostros, las mismas sillas llenas; algo era más extraño; por alguna razón, más gente venía conversando sobre ayer, sobre los acontecimientos de la mañana y las angustias de la tarde mientras se esperaban los resultados en casi todos los televisores y en todas las radios. En casi todas las ciudades, salvo algunas pequeñas y remotas, había ganado el Sí, un sí de un país entero por la Paz, como una manifestación colectiva del agotamiento que sentimos con la guerra. Había ganado el Sí; cerca de las 7 de la noche, ya los resultados confirmaban un deseo colectivo, una posibilidad peleada y soñada; la diferencia era abrumadora, quienes salimos a votar fuimos muchos, los que votaron por el Sí fueron casi tres veces el número de aquellos que dijeron no.

La tarde estuvo igual; en el almuerzo la paz era el tema y las sonrisas la constante; en la tarde, en el café, todo hablaba de paz, todo hablaba de ganas de parar y superar la guerra. Al final, mientras compartía algunas notas en el cafetín de la ventana grande, dos mujeres, trabajadoras treintañeras, simpáticas, discutían fervorosamente sobre el tema, ellas conversaban sobre la síntesis de este escrito que aún no había nacido. La mayor dijo, pues al fin y al cabo,  todo sigue igual, hoy me tocó madrugar igual y trabajar como si nada; nada ha cambiado; la chica, la más joven, respondió, sí, tienes razón, todo sigue igual, pero no podrás quitarme, al menos por hoy, la sonrisa que produce esta nueva esperanza.

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