jueves, 4 de diciembre de 2008

del narcoterrorismo al narcofascismo

Del narcoterrorismo

al narcofascismo

Alineación al centro

Mauricio Rodríguez Amaya

Mauro_rodriguez1@yahoo.com

El narcotráfico entró por la puerta de atrás en los setentas y hoy está instalado en la Casa de Nariño. En Colombia gobierna un capo, que representa la continuidad del poder establecido por Pablo Escobar treinta años antes.

Pablo Escobar impuso en Colombia el mayor imperio narcotraficante en su historia. A mediados de la década de los 70 el Cártel de Medellín se estableció como epicentro de la actividad narcotraficante y paramilitar en Colombia y desde el oriente impulsó la más sangrienta cacería contra los demás cárteles, los grupos políticos no cooptados y, por su puesto, contra la izquierda. Esta historia, conocida por todos y vuelta a la luz por estos días a propósito de los quince años del asesinato de Escobar, constituyó la configuración de una nueva clase empresarial y política que fue desplazando a los oligarcas tradicionales, por un lado, y afianzando sus alianzas con los capitales internacionales de drogas, armas e información, por el otro.

La táctica desplegada por esta clase emergente puede consiste en una efectiva combinación de formas de lucha, que vinculaba al tiempo, el jugoso negocio del tráfico internacional de drogas, las obras sociales de bajo costo para lavar el dinero recogido, la participación electoral en todo el país y el terrorismo como medio de destrucción de los enemigos y desestabilización política. Al terrorismo de Estado, vieja herramienta de mantenimiento del statu quo, se sumó un nuevo aliado: el terrorismo narcotraficante desplegado por sicarios, paramilitares y elementos de la fuerza pública vinculados hasta los tuétanos con el nuevo negocio. Este es, palabras más, palabras menos, el origen del narcoterrorismo en Colombia. A Finales de los 80, el Pentágono, en los documentos de Santa Fe IV, dio este nombre a la actividad de las guerrillas colombianas, con el fin de desestimar su actividad política y facilitar la deslegitimación necesaria en la estrategia de quitarle el agua al pez.

Pero el narcoterrorismo es la táctica dominante del poder de la nueva clase política-empresarial narcotraficante. No hemos olvidado las masacres en el Magdalena Medio, Urabá y el Meta; los cientos de bombas en Medellín, Cali y Bogotá principalmente; el carro-bomba del DAS; el asesinato de políticos destacados en la lucha contra el narcotráfico, entre ellos varios candidatos presidenciales; la guerra sucia contra la Unión Patriótica, ni a los policías asesinados para intercambiar placas por millones, en las oficinas del cártel.

La muerte de Escobar representa la caída del jefe, pero no el desplome de la cúpula narcopolítica que había logrado ascender en la vida nacional gracias a las jugosas ganancias del negocio de la droga y de la eliminación física de sus oponentes en la arena político-electoral. Y es por esta razón, que a pesar de la muerte de los principales jefes (o dueños) del cártel de Medellín, sus discípulos y amigos no perdieron el terreno avanzado en más de 10 años de votos, sangre y coca. Y la mejor muestra de este fenómeno lo representa Alvaro Uribe Vélez, amigo personal de Pablo Escobar y de los hermanos Ochoa, exdirector de la Aeronáutica Civil (1980), cuando la mafia necesitaba rutas aéreas para adentro y fuera del país; ex alcalde de Medellín, cuando Escobar era Representante a la Cámara; narcotraficante Nro. 82 según datos del Departamento de Estado de los EEUU; senador de la República entre 1986 y 1994, exgobernador de Antioquia, y actual presidente de la república.

Uribe tuvo la capacidad de darle continuidad al proyecto político del cártel de Medellín, y adicionalmente, logró establecer alianzas de gran trascendencia con los enemigos de Escobar, conocidos como los PEPES (los enemigos de mi amigo, son mis amigos). Con Uribe se juntaron las principales fuerzas del narcoterrorismo colombiano, las distintas ramificaciones de las nuevas cúpulas narcotraficantes y las fuerzas paramilitares creadas bajo la égida de los Ochoa, Rodríguez Gacha y los Castaño. Uribe reorganizó la élite empresarial y política del narcotráfico, supo aliarse astutamente con el gobierno de Bush, lo que le permitió no ser cuestionado por sus consabidos vínculos con la mafia y se convirtió en un aliado estratégico del monroísmo en América Latina.

Pero la estrategia política de esta clase es más radical y perversa, pues no consiste solo en darle mantenimiento al negocio del tráfico internacional de las drogas, sino que tiene que ver con la consolidación de un Estado totalitarista de corte fascista. El proyecto de esta nueva cúpula busca garantizar su mantenimiento en el poder de forma indefinida, por medio de un jefe irrebatible, de un estado centralizado en función del jefe único, violencia organizada y cacería de brujas contra los oponentes, cortinas de humo para evadir los cuestinamientos de fondo, control total de la información social y los medios que la producen y una agresiva estrategia de terror que justifique la antidemocracia y el crimen oficial.

Este nuevo régimen puede denominarse como narcofascismo, pues la construcción del estado totalitario, se funda en las gabelas y favorecimientos que requieren las elites narcotraficantes para poder ampliar la rentabilidad de su negocio, con la particularidad de eliminar las barreras que la democracia impone, la concentración y monopolio del poder. El narcofascismo es la nueva articulación de las mafias con la política de seguridad norteamericana; de los capos con una clase empresarial y política corrupta; de la antigua represión estatal con las nuevas formas de terrorismo mediático, psicológico, físico y económico. El narcofascismo es la apuesta de una clase dominante altamente violenta y cada vez más enriquecida con los beneficios del neoliberalismo, las drogas y la guerra.

Por estos días, muchos buscan formas diversas de recordar las bondades y perversidades del capo Pablo Escobar Gaviria; unos se rasgan las vestiduras por los favores recibidos (o prestados) y otros pasan de agache para que nadie recuerde sus lazos familiares o filiales. Unos y otros llevan la cruz a cuestas de un país desangrado y empobrecido, envilecido por la ansias del dinero fácil y manipulado por los medios de comunicación dominante. Pero también, por esta época del año, el capo que hoy gobierna está pasando sus peores días; el primo de Escobar Gaviria que dirige la casa desde la cocina, busca broncas internacionales para distraer al público de incautos, y miles de colombianos ven cómo los mafiosos (favorecidos con el régimen de Uribe) se quedan con sus pocos ahorros y recursos. Este país de miles de tragedias, tiene como alternativa la memoria, es tiempo para no perder de vista la desdicha creada por una elite que desde Escobar hasta Uribe, han hecho del delito su forma de justicia, del terrorismo su manera de resolver las crisis y del asalto su práctica bursátil.