Mi voto es por la Paz
Mauricio Rodríguez Amaya
En medio de
la guerra dirigida contra las esperanzas de la paz; en medio del escepticismo
popular y el oportunismo mediático de la ultraderecha; en medio de un país
empobrecido por la ausencia de empleo decente mientras la riqueza es expoliada
por empresarios y trasnacionales sin decoro ni ética; en medio de la falta de
fe en la política de un pueblo enseñado a obedecer por fe y por miedo; en medio
de este panorama, hay elecciones. Unas elecciones en la que se elegirá un
parlamento cuya principal tarea corresponderá a impulsar o frenar
definitivamente el anhelo de la paz. Un parlamento que quizás tenga un periodo
breve, porque una constituyente parece ser el destino de un país que requiere
refundarse y volverse a creer, volver a crearse y recrearse, a menos que
precisamente en ese parlamento tengan más asientos quienes impulsan el poder de
la motosierra, la coca y el latifundio todos juntos.
Hacer leyes
para redistribuir la riqueza y la tierra, para reconstruir moralmente y
reorganizar estratégicamente al Estado; para promover la verdad, la justicia y
la reparación y para validar los acuerdos que requiera el diálogo; leyes para
proteger el empleo y para cuidar la riqueza que nos queda; leyes para
garantizar servicios públicos como derechos y no como dádivas de R o U partido;
leyes para proteger el medio ambiente y combatir la destrucción planetaria, por
lo menos en lo que respecta a este millón de kilómetros cuadrados donde
habitamos más de 44 millones de personas. Leyes para que la educación sea de
calidad y no el espacio donde se pierde el tiempo mientras llega la edad de trabajar;
leyes para que la salud no sea la palabra clave en los festines de la clase
alta sino la oportunidad de dignificar toda nuestra existencia; leyes de esas,
requiere un país que se piense en paz, que crea definitivamente que podemos ser
mejores y que nos merecemos un lugarcito propio, con historia propia en el
complejo concierto de las naciones.
Pareciera una
pretensión quijotesca, ante un parlamento donde estamos acostumbrados a ver una
mayoría que dilapida el futuro, la dignidad y la democracia, ante una minoría
atónica e indignada, pero con pocas posibilidades de éxito. Al parecer las
mayorías seguirán protegiendo al gobierno y al empresariado corrompido que lo
sostiene; al parecer las mayorías seguirán promoviendo la paz de los sepulcros,
para que ninguno de sus beneficios sean erosionados por una transición
democrática y pacífica; seguramente las mayorías seguirán corrompiendo la
patria y envileciendo en futuro. Quizás esas mayorías seguirán ganando, pero aun
así es necesario no perder la esperanza en un grupo de personas que sean capaces
de enfrentar desde el atrio mismo de las leyes la ilegalidad, las mafias y el
delito como práctica empresarial y del gobierno.
Iván Cepeda Castro, es un
hombre valiente y brillante, hijo de esta guerra inmerecida y heredero de esa
conciencia popular, incorruptible y digna que durante más de medio siglo han querido
extirpar los “padres de la patria”; Alirio
Uribe Muñoz, es un maestro de la forma como el derecho se permite ciertos
resquicios desde los cuales es posible enfrentar el poder de los billetes y las
balas, es un ser humano transparente y honesto, que ha puesto más de una vez en
evidencia los vínculos corrosivos entre los gobiernos y las mafias; Iván y
Alirio aspiran a ser, Senador y Representante, respectivamente, precisamente
para impulsar las reformas democráticas y el derecho a construir nuestra propia
la historia en paz. Yo votaré por ellos, porque aunque harán parte de esa
minoría, su voz no se callará cuando la maquinaria aplaste el debate, porque
con su voz, podrán llevar al parlamento la realidad de la Colombia que no sale
en los medios masivos; porque movilizarán la vocación popular por la paz, el
anhelo de las mayorías por el empleo, la educación y el futuro; porque desde el
parlamento, ellos serán aliados y dirigentes de nuestra incansable brega por la
vida.
Votaré por Lilia Solano
al Parlamento Andino, por ser mujer, por su consecuencia política en la lucha
por la paz, por su aporte desde la academia a comprender mejor nuestros
problemas, porque está en la UP y porque ha decidido hacer parte de ese
contingente de hombres y mujeres que anhelamos a que renazca la esperanza.
Juan Carlos
Villamizar, es un hijo de esta generación que se niega a un día más en
guerra, que reclama el derecho a volver a su país, sin el miedo al gatillo y la
amenaza; que lucha desde afuera de su patria para construir otra donde quepamos
todos y todas; aspira a la Cámara en representación de los miles de colombianos
que por cosas de la guerra o de la vida, hoy viven en otro país, lejos de su
casa, empuñando muchas causas por el mundo, haciendo posible desde la distancia
mantenerse presentes en la memoria de quienes los recordamos, los apreciamos y
los quisiéramos más cerca. Aspiro que esta voz alcance oído en otras
dimensiones que acompañen a Juan Carlos en esa titánica tarea.
Ese será mi
voto el próximo 9 de marzo, así podré decir, que por lo menos ante la marginal dimensión
del voto en esta democracia de papel, hemos ayudado a empujar el carro de
hombres y mujeres dispuestos a enfrentar en la tribuna parlamentaria a quienes
han desangrado al país, degradado la política al pago de favores y han
permitido que la pobreza intelectual y moral se instale en las sillas del poder.
Votaré por Iván Cepeda, Alirio Uribe y Lilia Solano; Al mismo tiempo acompañaré con todo mi entusiasmo
a Juan Carlos para que vuelva a su país en condición de parlamentario, aquí,
donde tanto se le quiere y se le necesita.