jueves, 4 de marzo de 2010

Bogotá Está parada, y el alcalde ahí




Bogotá está parada, y el alcalde ahí



Son varias las causas: un gremio que se niega a regalarse a los monopolios, una ciudadanía que no asume una postura frente a los hechos, una ciudad repleta de carros, trancones obras inconclusas y un alcalde inútil.



Por: Despertandogente


Me permito proponer algunos puntos de vista sobre los factores que en este momento tienen paralizada la ciudad y algunas propuestas que pudieran servir, no para solucionar el problema, sino para enredar un trisito más la cuerda.



En primera medida, los autodenominados pequeños empresarios del transporte público en Bogotá, constituyen uno de los gremios (por no decir mafias) más fuertes de la capital. Cada alcalde pasa primero por ellos, luego por los votos. Viven del trabajo al destajo de los choferes; no pagan impuestos de acuerdo con el valor real de sus rentas, porque sencillamente no se pueden medir sus ganancias en la forma como actualmente está organizada la prestación de su servicio; gozan de un negocio redondo: Invierten en un bus, y en adelante viven de quienes se ven obligados a comprarles el cupo, llevarles diaria o semanalmente las ganancias, mantener el vehículo y asumir los partes que les claven al día. Un chofer de bus se gana 40 pesos por pasajero, el resto queda en los bolsillos del humilde dueño del busesito. Pero ahora andan preocupados; los monopolios del transporte vienen por todo en Bogotá, se cansaron de tanta estorbosa máquina que inunda las calles sin que representen ganancias para ellos. El monopolio es la clave de la estructura económica que defienden alcalde y ministro tan aunadamente. Los pequeños andan preocupados, porque están amenazados de salir del baile, y han decidido parar hasta que las condiciones de su absorción por los más poderosos se haga en unas condiciones de mayor rentabilidad. Los propietarios por sus números, los choferes por orden del patrón y los demás por que les toca, tienen parada a la ciudad, hasta que el más rico les diga bueno, o el alcalde ceda en su pretensión de venderlos con todo y chatarras.



El segundo factor, en mi opinión más grave, consiste en una ciudadanía desmovilizada, pero no por la falta de buses sino por el exceso de opinión pública, que es el nombre real de la falta de opinión propia. Una ciudadanía que se deja manipular sin escrúpulo de los errecenes o los caracoles que les cantan al oído que el paro es producto del terrorismo, que los vándalos son hijos de choferes, y que el pobre ministro vino a salvar al alcalde inútil de tan inmisericorde porfía. Hacer paros en estos días, ¡a quien se le ocurre, en medio de tanta seguridad democrática! ¡Por Dios!. Ciudadanos y ciudadanas que cierran los sentidos a la realidad, se cuelgan de lo que sea para llegar al trabajo, caminan horas enteras por el miserable mínimo que impuso el gobierno en diciembre. Se creen el cuento mentiroso de alcalde y noticieros de que el paro se levantó el martes, y el miércoles y ahora sí mañana. Ciudadanos y ciudadanas que no opinan, que son materia dócil y manipulable del dictamen que se generaliza en las cadenas de radio y en la televisión. Qué podríamos hacer para que entiendan de una vez por todas que estamos en paro. En paro, sencillamente así: En paro.



Del tercer factor de inmovilidad, ni hablar: basta ir por la décima, la del trancón eterno; o ver la desastrosa desaparición de la calle 26, la misma que construyó el abuelo del alcalde inútil; por cada calle un trancón, por cada obra inconclusa cientos de carros y miles de personas soportando con hastío el inmenso mar de autos inmóviles y contaminantes. No es dignidad, ni se puede llamar calidad de vida, la manera absurda como los bogotanos y bogotanas deben soportar las obras que exige el progreso. Del metro ni un centímetro, del Sistema de Integrado, solo desintegración de los más chiquitos a favor del pez grande, de la fase tres del Transmilenio solo el desfase en la entrega de las obras. Las calles de barro siguen siendo de barro, invertimos en echar el cemento sobre el cemento; el gobierno está decidido a montar como sea, al costo que sea, la infraestructura que requieren las multinacionales para que Bogotá sea un puerto de paso de mercancías y materias primas; vemos sin mirar y la vista no nos alcanza para comprender que a los gobiernos de Uribe y de Samuel les importa un bledo la indignidad de los bogotanos, el abuso diario y la falta de planeación efectiva a favor de los pobres.



Y por último, pero no menos importante: Bogotá está paralizada por un alcalde inútil. Este personaje mediático y desinteligente (como diría el filólogo y comentarista Carlos Antonio Vélez), no le importa la ciudad sino su imagen. Esta es la hora en la que el alcalde no ha asistido a ninguna reunión directa con los transportadores. Tiene a funcionarios de segunda y de tercera, en la mesa de negociación, en la que no se puede negociar porque no está el dueño de la marca. Este alcalde mediocre, entregó millones de millones a los amigos del ministro Andrés (el de transporte, aclaro), para que se llenaran los bolsillos sin que cumplieran con sus respectivas concesiones. Este galán de poca iniciativa, no atiende a los problemas de la gente, los agrava; aplica picante para bajar el reconcomio. Cansada la gente de trancones y trancones, él se inventa otros para que no exista duda sobre su estupidez. El alcalde inútil tiene la ciudad parada por las obras y la falta de capacidad para enfrentar con altura una negociación de intereses económicos. Pero, para completar, ha decidido sitiar la ciudad con los chapetones del ESMAD y el ejército (no ha podido meter la armada, porque las pirañas no caben por el Arzobispo). Más violencia en las calles; provocadores profesionales que a nombre de la Ley y el orden público, pueden, en cuestión de minutos, fomentar la más enconada batalla campal, claro, unos a piedra y ellos a bala, como debe ser, en un estado de derecha. El alcalde de Bogotá no renuncia (aún), pero tampoco busca alternativas para volver a la normalidad. Cerrado a la banda por la legitimidad que le ofrece la violencia oficial, anda amenazando a los huelguistas, a los mismos que no ha querido escuchar directamente. Bogotá está sitiada, amenazada y en paro; y el alcalde ahí, mirando pasar la vida desde el Liévano, sin atreverse a constatar con sus propios ojos lo que ya se le salió de las manos: la ciudad entera.



Las soluciones realmente son pocas: una podría ser que el Alcalde cesara en su intento de vender los pequeños a los grandes a precios irrisorios y ridículos; pero esto lo metería en problemas con los monopolios y su amigo el ministro. Otra podría ser que el alcalde renunciara, para que el Polo tuviera tiempo de corregir en algo la mediocridad y el daño; pero los costos políticos ya son insalvables, y mientras se hunde el alcalde en su tontería, se entierran con él las posibilidades de que el Polo demuestre que es capaz de gobernar la ciudad más importante de Colombia.



Por donde se vea las opciones son pocas, y parece que por hoy, la gente seguirá echando quimba la mitad del día, los taxistas seguirán haciendo de las suyas, aprovechándose del cansancio y las necesidades de sus pasajeros; Los pequeños transportadores seguirán en la casa o en las barricadas, y la prensa seguirá insistiendo en que el paro ya fue levantado. Sobre el alcalde inútil, no tenemos la menor idea a que dedicará el día; seguramente estará en la casa, con su mamita, esperando que se levante el paro.