domingo, 27 de noviembre de 2016

Nos vemos en el infierno

Nos vemos en el infierno

Si es verdad que allí “viven” los que insurgieron con sus letras y sus actos, mundos más rebeldes, páginas más fascinante y países más igualitarios, entonces debe haber muy pocas cosas interesantes por visitar en el compasivo y enmermelado paraíso del Señor nuestro Dios


Mauricio Rodríguez Amaya

Tengo muchas sospechas sobre ese cuento de la vida eterna en un paraíso de leche y miel; pero si eso es así, y uno tiene que seguir viviendo después de la muerte, quiero estar donde habita Berta Cáceres, Fidel Castro, Gabo Marquez, Hugo Chávez, Eduardo Galeano, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, María Cano y Ana Frank. Este mundo es muy aburrido sin ellos y sin ellas; y me imagino que donde anden, las cosas tienen los colores de la vida, la alegría incansable de los luchadores y la virulenta crítica de los que no comieron entero en este mundo de miserias a crédito. 


El cristianismo nos enseñó, esa extraña división del mundo social, entre buenos, malos y casi malos; Dante Alighieri, al perecer el único testigo presencial de la división interna del infierno, graficó hace varios siglos cómo funcionaba la cosa; entre más pecadores los pecadores, más cerca de Lucifer. Parece que al Viejo grande de cornudas frontis, no le gusta estar muy lejos de los más peligrosos. Claro que hay que decir, que la obra más importante de la literatura italiana (para ellos) fue construida con los parámetros de la racionalidad cartesiana y tomista, que extrapoló las realidades del mundo de los mortales para intentar construir una descripción, más o menos verosímil del infierno. Esa cosa de los círculos concéntricos alrededor de lucifer, que nunca se mueve de su centralidad, todavía no alcanza a convencerme; el demonio debe ser un poco más astuto, con tanta gente ingeniosa que llega cada día buscando morada entre sus huestes, como para quedarse todos los días mirando exactamente al mismo punto. Además, en la cultura Muisca, aprendimos que la muerte es un viaje, bueno y  malo, pero en todo caso, solo eso, un viaje. Así que pensar que te mueres, no para viajar sino para quedarte en el mismo círculo concéntrico per saecula saeculorum, no me deja de producir sospechas. 

Aun así, si el infierno de Dante y de Tomás son ciertos, si los fuegos y las pailas y las chacras y las lepras son ciertas, y es cierto el aceite irritante y el llanto eterno, creo que me gustaría conocer algunos de los círculos concéntricos donde habita tanta gente interesante. Si es cierto, como dicen, que en el infierno habitan quienes se atrevieron a enfrentar la sacrosanta modernidad, capitalista, colonialista y machista, si es verdad que allí “viven” los que insurgieron con sus letras y sus actos, mundos más rebeldes, páginas más fascinantes y países más igualitarios, entonces debe haber muy pocas cosas interesantes por visitar en el compasivo y enmermelado paraíso del Señor nuestro Dios. Los gigantes están en otro lado; las magas y las brujas magníficas y eternas están donde deben estar y ahí es precisamente donde hay que ir, en el primer viaje que me permitan  hacer mis abuelos Muiscas. 

Seguramente tendré que encontrarme con seres despreciables que han curtido de miseria el mundo, que han hecho de la muerte su estandarte y que han mancillado la dignidad de millones de personas. Veré muchos pecadores virtuosos, de esos que no quisieron pecar y que en pecado murieron; esos que están lejos, en el limbo, de las garras mortales del demonio. Los pusilánimes, los indecisos, los incrédulos, por ahí pasaré rápido, para que no me contagien sus indecisiones. Me quedaré un rato entre las lujuriosas, disfrutaré sus huesos, amaré sus pasiones, dejaré que sus cuerpos descompuestos y sucios me consuman un poco, a fuego lento;  disfrutaré las viandas podridas que celosamente ofrezcan los glotones, y me cuidaré de la ira infernal de los coléricos. Y sin duda, sin ninguna duda, pasaré una larga temporada entre los necios, los irreductibles.



Quiero imaginarme una noche de ron y de cervezas, con Fidel, el Che y Simone de Beauvoir; entre el estilo picaresco del Comandante Chávez, y la gramática perfecta de Lucila Godoy; disfrutar de la insidiosa elocuencia de don José  María Vargas Vila, la épica mundana de Miguel Hernández y la paciente literatura profunda de Eduardo Galeano; gozar el donaire abnegado de María Cano y la destemplada hermosura de Frida Kalho; escuchar las alucinante sensatez de Sartre y dejar que la locura de Antonin Artaud controle el universo;  aprender a distinguir lo real maravillo de Gabriel García Márquez y la maravillosa realidad de José Saramago. Dejarme tentar por un trago de aguardiente con Jaime Pardo y saldar la cuenta que dejó por pagar Guadalupe Salcedo la noche negra en que lo asesinaron. Bailar con Maya mientras canta Celia, brindar con millones de desconocidos, reírnos de nuestra triste realidad latinoamericana y llorar otra vez, por los que no alcanzaron a llegar a ese maravilloso circulo 6, que es la casa final de los herejes.

Aún hay muchas cosas por hacer aquí y sobre todo, un mundo por cambiar. Quizás ese viaje deba esperar un poco, no sabemos; pero cuando venga, que sea para compartir con tantos hombres y tantas mujeres que quise y quiero conocer en este mundo, donde fueron marginados, perseguidos, olvidados, pero que sin duda, tendrán su segunda oportunidad bajo la tierra. 


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