lunes, 14 de abril de 2014

El Nacional-Chovinismo


El Nacional-Chovinismo

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Por: Mauricio Rodríguez Amaya



 
En épocas en que nos considerábamos inferiores o iguales, por debajo de nuestra verdadera condición humana, aceptamos inscribirnos en ese despreciable sistema interamericano de protección de Derechos Humanos;  ese sistema defiende  intereses de quienes sin el alcance de nuestra cultura, pretenden ponerse a nuestro nivel sin que ni su sangre ni su intelecto los legitime



Cada vez más solos, más puros, más nacionales; las instancias de justicia internacional desaparecen ante nuestros ojos como si nunca hubieran existido, para bien de nuestras propias verdades. Cada vez estamos más convencidos de nuestro propio destino manifiesto, imbuidos en nuestras locomotoras que llevan el progreso del subsuelo al puerto sin hacer ninguna parada cerca a nuestras casas. Cada vez más solos, más nacionales, más orgullosos de nuestra felicidad a borbotones, la misma que nos permite ganar premios de sonrisas año tras año, mientras las lágrimas se ocultan para mejorar el paisaje. Entre más pobres y miserables más engreídos de nuestro rotundo éxito en la brega por alcanzar el tan prometido paraíso; entre más nacionales más seguros de no hacer parte de esa plebe que contagia democracias por todo el continente en contra del deseo de los verdaderos propietarios del progreso. Esa es la fuente de nuestro renovado nacional-chovinismo, el que predica nuestro honorabilísimo Señor Presidente, heredero legítimo de Chauvin, muestra incólume de nuestra más noble pureza intelectual, referente contemporáneo de la justicia y del derecho.   

El Nacional-Chovinismo permite defendernos incluso de nosotros mismos: hace algunos años, cuando no teníamos conciencia de nuestra prolífica pureza intelectual, algunos manzanillos diplomáticos firmaron el Pacto de Bogotá; invitaron cancilleres y diplomáticos de culturas menos desarrolladas y por error y por desgracia, nos rebajamos a su nivel. En abril de 1948 nos sometimos a un requerimiento injusto con nuestro portentoso origen superior nacional; aceptamos que las controversias con nuestros vecinos serían resueltas, sin más mediación  ni dilaciones, por la Corte Internacional de Justicia de la Haya; nada más deshonroso para nuestra sangre y nuestro intelecto que someternos como iguales con pueblos inferiores, vecinos pero inferiores; para bien de nuestra superioridad nacional, nuestro Presidente y Guía Supremo, ha decidido que ese famoso Pacto de Bogotá no existe y nunca debió haber existido; ha optado por retirarnos de semejante oprobio para imponer ante nuestros ojos nuestra voluntad superior, por encima de todo esquema que limite nuestras infinitas condiciones principales.

El Nacional-Chauvinismo nos protege de los estertores democráticos que a nombre de una supuesta justicia internacional vienen imponiendo culturas despreciables e impuras; En épocas en que nos considerábamos inferiores o iguales, por debajo de nuestra verdadera condición humana, aceptamos inscribirnos en ese depravado sistema interamericano de protección de Derechos Humanos;  ese sistema defiende  intereses de quienes sin el alcance de nuestra cultura, pretenden ponerse a nuestro nivel sin que ni su sangre ni su intelecto los legitime; llaman derechos humanos a las degradaciones de pueblos infectos, a las limitaciones de gentes confinadas, a las inmundicias de culturas basabas en democracias contaminantes; Algunos nacionales de miserable cuño, han acudido a esas cortes roñosas para intentar detener nuestro futuro superior, incluso esas cortes han pretendido emitir decisiones contra nuestra razones de justicia, irrumpiendo abusivamente la superioridad de nuestro sistema jurídico, cuestionando el poder de nuestras autoridades nacionales, constituidas por la Fe Católica y por la pureza de la Raza, llamadas a protegernos de las desviaciones de quienes por error acceden a los puestos de poder que están destinados para nuestros machos y ricos más ilustres y poderosos. Sirva de ejemplo el caso Petro, ese semihombre minúsculo que promovió, para vergüenza de nuestro orgullo nacional, un proceso contra nuestro Estado ante una Comisión Interamericana. De nuevo, el Conductor de la Patria, cortó de un tajo semejante vagabundería e impuso lo que la verdad exige: que esa Comisión Interamericana no existe, que esa decisión pervertida de proteger a Petro no existe, que ese señor Petro nunca debió haber asumido un cargo de Alcalde porque esos asientos están destinados para hombres puros, dignos del poder, representantes de toda nuestra orgullosa estética nacional.

Ni las Cortes de la Haya existen, ni el Sistema interamericano existe, ni siquiera nuestros vecinos existen a los ojos de nuestro ilustre Presidente. Solo existimos nosotros y nuestras verdades, nuestro orgullo nacional y superioridad histórica; En el mundo existen dos tipos de seres humanos: nosotros, los de supremacía demostrada, y los demás, los inferiores, los débiles, los que recurren a la denigrante justicia internacional para intentar defenderse de su propia impotencia histórica. Hoy se hace más necesaria la defensa de la plataforma nacional-chovinista porque solo mirándonos a nosotros mismos y negándonos a la influencia mezquina de pueblos precarios e inferiores, podremos mantener nuestro orgullo nacional, nuestra pureza patria, nuestro intelecto límpido y nuestro perfecto e inmutable sistema de justicia.  
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