miércoles, 12 de junio de 2019

Mi corazón, mi entendimiento


Mi corazón, mi entendimiento
Pquyquy Cho
(Corazón bonito)

Almaro





He venido de tierras lejanas que ahora me parecen extrañas y de las que pareciera que se borraran las memorias. He venido a la conquista de tus secretos, al amasijo profano de tu vientre y al tejido paciente de tus deseos. He conocido el lugar recóndito en donde guardas mil riquezas, entre poemas en lenguas milenarias y pasos caminados por hombres y mujeres que crearon este mundo que ahora tú me enseñas viajando en las estrellas de tu cielo; me has llevado al sitio donde ocultas tus libros secretos y las pócimas donde aprendiste a cambiar el mundo solo con tronar tus dedos. No conocía tu lengua, pero de ella aprendí que corazón y entendimiento son la misma cosa, se pronuncian con la misma fuerza y en las mismas siete letras, como siete misterios. No sabía de los parajes profundos en donde reyes y reinas entregaban al sol y a la luna sus tesoros fundidos en jornadas extenuantes de saberes y fiestas; no conocía este mundo tuyo, repleto de imaginación y de misterios, que ahora me parece tan cercano y tan propio.






Vine a conquistar la cumbre pronunciada de tus labios, y a beber en tus besos esos lenguajes nuevos que se escriben con el color de la montaña o las aguas prodigiosas de tus ríos; vine a saborear el idilio sagrado de tus mejillas, en donde el frío reposa tiernamente mientras mis manos temblorosas conocen poro a poro esos nuevos senderos. Tomaré posesión de las alturas de tus senos y desde sus cumbres majestuosas y tibias proclamaré mi nuevo reino; te tomaré por la cintura y clavaré mi espada en la tierra fértil de tu cuerpo, dejaré en tus oídos una oración profana de jadeos en donde prometeré no salir jamás de este paraíso sagrado que me ofreces hasta morir idolatrando tu presencia y tus diosas. Bajaré a las profundidades de formas cóncavas y dúctiles y con mi lengua tallaré mi nombre con la suavidad de las aguas que nacen desde el fondo de tu vientre y vienen a alimentarme y a beberme. Besaré cada valle y cada curvatura de tu espalda y cabalgaré sobre ese terciopelo majestuoso que solo conocen los frailejones y los duraznos, y la recorreré palmo a palmo, a veces con la fuerza raudal del aguacero, a veces con la suavidad del rocío que hace el amor al alba en cada pétalo.

 

Ya no pronunciaré mi lengua, y aprenderé la tuya en la que corazón y entendimiento son la misma cosa. Quiero morir enterrado en tu cuerpo, dejar que mi espíritu sea liberado en los cielos radiantes de tus constelaciones, y quiero vivir mil años entre las caricias de tus manos que labran la historia de tu pueblo, ese pueblo que ha fraguado mil batallas para recuperar la memoria profanada por almas invasoras y pérfidas y para lamer las cicatrices que en otras guerras avasallaron sus cuerpos.  No volveré a partir, moriré complacido en las orillas de tus mares y tus lagunas de oro y cielo; quemaré mis navíos y ya no conoceré otros destinos que no vengan de la extensión maravillosa de tu cabello o de la oscuridad profunda de tus ojos o de la paz sincera de tus besos. Naceré de nuevo, entre tu lengua, entre los hijos bellos de tus tierras, y me quedaré mil años hecho polvo y cieno, planta natural y pétalo, aquí en donde estarás tú, mi corazón, mi entendimiento.

 
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