La decadencia del capo
Almaro
“Para perseguir a este
tirano búho, hay que bajar con él hasta el fondo del abismo, siguiéndolo en su
voloteo vertiginoso en las tinieblas (…) era un despreciable y oscuro soñador
de crímenes; aquel déspota, fue un arcaísmo político, un extraño en este siglo,
una especie de fraile loco, escapado de su celda, y tocado del misticismo de la
destrucción”.
José María Vargas Vila, De los
divinos y los Humanos. Sobre otro déspota parecido al protagonista de esta
nota.
Son famosas
las decadencias de los usurpadores, de los déspotas y los sátrapas. Pero las caídas
de sus cuerpos descompuestos no son silenciosas ni calmadas; por el contrario,
están repletas de jadeos y gritos espantosos, de olores hediondos de la fetidez
que despliegan mientras caen. No hay caída de un tirano que no termine
estrellada sobre la sangre que derramó en los cuerpos de su pueblo; no hay
silencio en la decadencia de los asesinos; precisamente porque esos estertores
melancólicos y dramáticos son su voz agónica ante la inevitable circunstancia
de su desgracia.
Este
hombre minúsculo se hizo grande en la felonía de la trampa y la traición; creció
rodeado de los capos que le formaron para ser uno de los mismos, uno de ellos,
el más servil y útil capo de entre ellos; aprendió de lealtades y de rutas, aprendió que era útil matar comunistas para ocultar las guerras de la mafia; su padre
manejaba todo, conocía muy bien a sus enemigos y sus amigos eran pocos. Era poderoso
como solo él pero la muerte le llegó pronto, producto de las mismas traiciones
e inquinas que le habían llevado a convertirse en uno de esos hombres duros que
la mafia protege. El estudiante se hizo maestro y burócrata, hizo aeropuertos
y limpió las rutas de competidores indeseados; muchos murieron hasta que él se
convirtió en esa especie de jefe medio que manda pero que obedece, que grita
pero que calla, que mata pero pide permiso. En las épocas en que los capos se volvían
héroes, él se escondió en la fila trastera de los cobardes; así que la furia cayó
sobre la arrogancia de los poderosos y él se quedó abajo, esperando el momento
de asaltar el vacío dejado por sus antiguos dirigentes. Era la época de la
opulencia y la arrogancia, de los escándalos y los espectáculos como muestras
de poder y de encanto; amenazar, cumplir, matar, seguir reinando, era la línea poderosa
de los capos mayores; él aprendió el arte de encubrirse, de pasar por debajo
desapercibido. Se hizo gobernante muy joven y acumuló su propio poder. Cada día
dependía menos de sus mentores hasta que le estorbaron y entonces vino la difícil pero plácida tarea de exterminarlos. Sus ejércitos, ahora al servicio del Estado
que combatían, llevaron a la muerte al más grande de sus maestros.
Ya sin
aspavientos, él tomó su lugar, de a poco, como crece la hiedra y el regaliz en
selvas húmedas de ansias de poder y secas de decencia. Se tornó imprescindible, consolidó su ejército, controló las rutas del narco, los
contactos, los jefes medios, unificó a los narcos regionales, refundó la patria ante el
poder impotente de su insignia mafiosa y llegó a Presidente. Ya en el gobierno, amnistió a sus
socios y exilió a sus contradictores, aquellos que quedaban de otroras épocas
cuando él no era más que el mensajero, el aprendiz, el joven dúctil y locuaz
que consumaba cumplidamente las órdenes que le eran asignadas.
Gobernó
largo tiempo; instauró el miedo, creó escombreras de tumbas, mató miles y los
vistió para la muerte, tomó el derecho para destruir el derecho, creó leyes
para asegurar su impunidad y se hizo reelegir usando las trampas y las balas
que desde joven había aprendido a cultivar pacientemente. Quiso mantenerse en el
poder que envenena su espíritu engreído y paciente, pero las cosas habían cambiado,
y aquellos que lo usaron para limpiar el país de sindicalistas y campesinos, ya
no necesitaban de la misma forma de sus servicios. Le ofrecieron un partido
propio y un puesto en el Congreso, como otros sátrapas en otras geografías, que
después de matar se hicieron senadores.
Vinieron
épocas de cierta calma, donde su poder se convirtió en problema para una parte de los
poderosos que representaba. Nunca dejó de ser el mensajero aquel que cumplía
cabalmente cada orden, nunca pudo ponerse a la cima del mundo, porque el mundo
le pertenece a los que alimentan la guerra que lo usa.
Sigue presentándose como el gran jefe, pero siempre ha sido el mensajero otrora preferido, ahora medio incomodo mensajero. Hizo la guerra, alimentó la guerra, necesita la guerra porque ahí es cuando más lo necesitan. Controla sus redes de asesinos, los pájaros oscuros de la muerte que lo siguen tratándo como el capo supremo entre los capos. Pero ineludiblemente estorba a las élites que lo usaron y él lo sabe. Ha empezado la caída, su caída funesta, su desaparición trágica.
Sigue presentándose como el gran jefe, pero siempre ha sido el mensajero otrora preferido, ahora medio incomodo mensajero. Hizo la guerra, alimentó la guerra, necesita la guerra porque ahí es cuando más lo necesitan. Controla sus redes de asesinos, los pájaros oscuros de la muerte que lo siguen tratándo como el capo supremo entre los capos. Pero ineludiblemente estorba a las élites que lo usaron y él lo sabe. Ha empezado la caída, su caída funesta, su desaparición trágica.
Ha
iniciado su ocaso; su final melancólico y trágico. Pero él, tan cobarde y
paciente, no quiere dejar de ser, de aparentar ser la sombra que todo lo oscurece,
el buitre que decide la carroña, el apóstol santificado de la decadencia. Ahora,
en su caída impredecible, grita, amenaza, deja las babas exaltadas en la mesa,
gruñe inverosímil, dispara bocanadas inefables de insultos. Su caída será lenta
y dolorosa, su final será escandaloso y perverso, él es la perversión. Ha empezado
su degeneración y del estadista que quiso ser, quedarán sus sombras y las miles
de tumbas en que sostuvo su oscuro mandato. Viene su fin, por eso grita,
por eso enloquece y no hay medicina natural que atenúe el desespero de su alma
mordaz y sucia ante la inminencia de su caída al fondo del abismo.
10 comentarios:
Excelente compañero.
Que bien lograda la intención, te atrapa hasta saber de quién hablas, enmascara inteligentemente el nombre del ejército que le sigue. Un texto muy optimista, yo soy quizá un poco más pesimista, pero me gusta la idea.
Gracias por tu comentario. Como decía Borjes. En épocas de crisis la esperanza es un deber. Un abrazo.
Excelente apéndice para 100 años de soledad? ummm
Exelente, bien logrado poético y hasta lirico
Genial, para un buen entendedor,un buen comienzo para un final
Dios nos proteja de la retaleación de la bestia...
Excelente descripción del Matarife y su decadencia
Uribe deja una descendencia de lacayos como él lo fué
Muy bien narrado. Solo desde el arte la realidad cobra vida y desaliena el espíritu. Abre el espacio-tiempo desde múltiples puntos de observación
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