martes, 8 de mayo de 2018

Tú, el Viejo y La Mar




Tú, el Viejo y La Mar


Almaro

“Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se cotizaban altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.” Ernest  Hemingway., el Viejo y [la] Mar

Leíamos sentados bajo la luz del parque ante la tibieza de la brisa de la mar pacífica, llegamos a esa altura de la obra de Hemingway, en donde narra la diferencias del amor a la mar del viejo Santiago y el trato indiferente de los navegantes, para quienes esa ELLA misteriosa e inmensa no es más que otro EL, simplemente El Mar. Leí para ti, que  acariciabas mi cabeza mientras yo llevaba a tus oídos las páginas del libro, “Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores…” tu, posaste tu mano blanca sobre las hojas, dejaste tus ojos en los míos, y después de tomar con calma el aire de la noche, preguntaste algo que no podía responderse sin dejar la lectura: por qué el libro no se llama el viejo y la mar, si ese amor entre ambos es tan obvio? Sonreímos, especulamos, culpamos al autor, al editor, al libro, a la época, incluso al viejo. Las especulaciones se fueron convirtiendo en teorías y las teorías en programas de lucha; del amor de la mar, pasamos a las promesas de nuestros besos y a las posibilidades de entretejer, como el viejo, las tardes a la espera en esa mar paciente,  eterna y azul.

Fue el viejo quien no tuvo la fuerza suficiente para declararle su amor a esa ella, cercana y distante.

- Quizás fue el autor, que después de socorrer con sus metáforas el amor del viejo, olvidó recordar que para él,  ella no podía ser otra cosa sino ella, la mar,  y que el mar, quedaba reservado a los indiferentes.



Concluimos en que el editor, era aún más responsable. Hemingway había dejado a su cuidado la finalización de la obra, mientras él se disputaba entre numerosos viajes y la comodidad de su refugio plácido de su balcón de maderas de oro en pleno corazón de La Habana, frente al parque pequeño donde no pocas veces, venían los bohemios a verlo trabajar absorto en su máquina de escribir, puesta sobre una mesita en la que solo cabía esa ella, la máquina y ese ron infaltable de barriles cubanos que inundaron la obra del poeta y que lo acompañaron hasta el escape definitivo de sí mismo. Fue el editor, concluimos, quien se encargó de matar la Mar en el título de la última novela publicada en vida del viejo adusto que había dejado algo de autobiografía y algo de imaginación en ese trabajito, que ahora es imprescindible en las escuelas de toda la América Nuestra.

- Los editores solo piensan en dinero, y es que eso del amor ya no vende tantos libros como antes. Sentenciaste.

Volvieron las risas, los silencios, los besos y el viejo  y su mar se fueron quedando calladitos dentro de tu mochila. Luego entendí que esa simple pregunta con la que diste finalizada la lectura en el malecón frente a esa mar pacífica, era sencillamente una revelación, una declaración profunda sobre los cambios históricos que puede producir el adjetivo que designes, para El, para La. Las cosas son como se nombren, los amores, son entonces así simples, como la mar. Y es posible que entremos en él, en ella, para viajarlo juntos, juntas, nuestras almas, las olas, las noches, las estrellas, las lunas, las vidas. El amor es como la mar, y podríamos lanzar botellitas con papeles cifrados en donde le contemos al mundo que en medio de esa inmensidad, compartimos un universo pequeñito, que cada segundo cuenta,  que la distancia es la falta de imaginación y a veces la imaginación misma; que el continente que decidas para esperarnos será siempre más pequeño que lo que falta por nadar, por vivir, con la sal en los labios y el agua dulce pidiéndonos tregua. El amor es la mar. Así que vamos a ir a ella, a preguntarle por los pasos que siguen.  Tú lo dijiste al final de la noche, solo antes de que se acabara el espacio dispuesto a las palabras: Es una teoría que no podremos confirmar nunca, pero ya hemos confirmado que sí es cierto que un amor enorme puede esconderse en el más mínimo de los detalles.   


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