domingo, 18 de junio de 2017

De la insurgencia armada a las resurgencias populares

De la  insurgencia armada a  las resurgencias populares

“Como el agua que espera su tiempo para brotar sobre la tierra, vinieron los pueblos a usurpar la voz oficial, con sus consignas y sus barricadas; hoy siguen llegando pueblos al concierto de las nuevas luchas, las del agua, las de la vida, las del territorio, las del trabajo, las de la semilla natural, las del derecho a la educación y a la salud, las del derecho a vivir de nuevo a resurgir de las cenizas que dejó la guerra.”



Mauricio Rodríguez Amaya

Muchas lunas han durado las guerras y muchos soles han recibido los generales que con ellas crecieron y que con ellas mueren y resucitan incansablemente. Muchos años han durado las guerras y muchos hijos han cobrado sus noches. La Insurgencia Armada, fue el producto de siglos de humillación y avasallamiento de los poderosos contra pueblos inermes; fue la respuesta al tratamiento violento recibido por los poderosos contra los humillados. La insurgencia en armas se convirtió en la posibilidad de sobrevivencia que quedó a los pueblos desterrados de sus suelos de origen; pero al mismo tiempo, esa insurgencia valiente de nuestros pueblos, alimentó el pretexto incontrovertible de la guerra, que gorda y enferma de hambre, creció borracha en la borrasca del “todos contra todos”.  La guerra nos enseñó  que el máximo objetivo era la victoria, aunque pululara el hambre y el miedo. La autoridad legítima de la guerra  se legitimó en la teoría siempre creativa del enemigo interno o externo. Cualquier señal del enemigo se respondía con balas; cualquier respiración peligrosa era leída como signo de debilidad institucional, cualquier exclamación de protesta era causa rotunda contra los agitadores. Así, la guerra nos fue poniendo en bandos; de un lado, los defensores de la sacrosanta institucionalidad amenazada, y del otro, el resto, los peligrosos, las brujas, los herejes, los dueños de sospecha y las desposeídas de pan y de salud. La guerra ordenó el presupuesto, monopolizó las tierras, enterró a las víctimas y consumió el herario. Hacer la guerra, se convirtió en el negocio más promisorio al tiempo que sirvió de pretexto para perseguir y aniquilar las voces que pedían paz, salud, una vela y un estero para soñar la vida y vivir los sueños.

De esta forma las luchas del pan y del agua fueron tratadas con las balas con que se combate al enemigo interno; las luchas por la tierra y el maíz se convirtieron en teatros de operaciones de los militares contra campesinos peligrosos para la estabilidad del régimen. Las luchas por el trabajo fueron convertidas en pretexto para perseguir guerrilleros en los sindicatos y en las fábricas.  Las voces de los pueblos fueron acalladas, perseguidas, sepultadas. Las largas marchas fueron diezmadas y las barricadas populares fueron repelidas con las metralletas institucionales. Así pasaron los años, hasta que se fue naturalizando la violencia y el oprobio se fue volviendo parte del paisaje cotidiano.


Pero desde debajo de la tierra, las voces que lucharon seguían insistiendo tercamente en no morir; desde abajo, desde las canteras y los surcos, las voces seguían repitiendo sus consignas y resistiéndose al olvido obligatorio; cuando empezaron los tiempos de acallar los fusiles, esas voces se hicieron más nítidas, más contundentes, y los que no habíamos muerto aprendimos a escuchar, a aprender en silencio y volver a las marchas, a las calles, a la ribera del río y a la boca de la mina. Como el agua que espera su tiempo para brotar sobre la tierra, vinieron los pueblos a usurpar la voz oficial, con sus consignas y sus barricadas; hoy siguen llegando pueblos al concierto de las nuevas luchas, las del agua, las de la vida, las del territorio, las del trabajo, las de la semilla natural, las del derecho a la educación y a la salud, las del derecho a vivir de nuevo a resurgir de las cenizas que dejó la guerra. Llamo resurgencia popular a ese conjunto de fenómenos sociales, que estaban esperando brotar para hacer sentir sus polifonías y sus discursos, sus prácticas emancipatorias y sus agendas de cambio. 

Resurge del pueblo de Cajamarca, Piedras y Cumaral, la democracia popular como herramienta para defender el territorio; en menos de 6 meses tres consultas populares le ganaron el pulso a las multinacionales del Oro, que a nombre del extractivismo han extenuado los territorios y la dignidad de sus gentes. También resurge la voz de los Concejos municipales de Támesis y Jericó quienes desde las tribunas institucionales se sostienen en impedir proyectos mineros en sus territorios.

La resurgencia de Buenaventura permitió el paro más largo y hermoso de su historia. No hubo un solo habitante de esta ciudad que no hiciera parte del Paro Cívico. El Gobierno ha hecho promesas y los pueblos han aceptado esperar con escepticismo el compromiso de la palabra empeñada; y si el gobierno no cumple, como es de conocerse su costumbre, el paro volverá a vestir las calles con partidos de futbol y ollas comunitarias en cada barrio de Buenaventura.

El Chocó salió a las calles y la resurgencia popular dijo no más a siglos enteros de olvido y rezago; un acuerdo con el Gobierno permitió levantar el paro, y la gente sabe que en adelante, este país centralizado y racista deberá contar con la historia viva de los pueblos del pacífico.


De la resurgencia de los pueblos indígenas habla hoy la Guajira. Más de 70 días duró la huelga los obreros de la Empresa operadora de la explotación salinera; también las autoridades indígenas Wayuu han tomado el lugar dejado por los obreros de la huelga, y se han tomado las instalaciones de la Empresa privada para exigir cambios en las condiciones del contrato de operación que empobreció a Manaure y enriqueció un grupo de patronos que desprecian el saber y el sabor de la sal de los Wayuu. También están en paro los Wayuu que defienden su territorio en la Alta Guajira contra las trampas de la Empresa EPM quien decidió dejar de cumplir los acuerdos de la Consulta Previa. Y están en pie de lucha los pueblos Wayuu que viven sobre el ferrocarril del Cerrejón que extrae el carbón de Colombia sin que los pueblos originarios puedan disfrutar la renta del extractivismo.



Los maestros y las maestras, lograron la movilización más grande de los últimos años, para mejorar sus condiciones de trabajo y para cambiar al mismo tiempo las condiciones en que el Estado central ha postrado a los colegios y las escuelas. Resurgen los diálogos de luchas entre estudiantes, maestros y comunidades para exigir presupuesto para educación, infraestructura de calidad, y  gratuidad de la educación.

Resurge la voz de los educadores y las educadoras populares, los que han sembrado metodologías participativas y apuestas de conocimiento decoloniales, antipatriarcales y anticapitalistas. Resurge el sueño de una universidad popular de los pueblos, y  hoy cientos de hombres y mujeres comparten esta nueva apuesta colectiva.



Resurge la prensa popular y alternativa, la voz de las regiones y las poblaciones marginadas, la que se enfrenta al monopolio institucional televisado. Resurgen las madres comunitarias y sus luchas por sus derechos, resurgen los activistas de derechos humanos, resurgen las voces trasgresoras del arte popular rompiendo el orden de las calles y los teatros. Resurge un país que de las cenizas de la guerra, clama por su oportunidad definitiva de cambiar la historia.

Es la época de las resurgencias populares. Es el momento de volver a las luchas de los excluidos, los marginados, las mujeres y los hombres de la lengua nativa, del sembradío y de la fábrica. Es la resurgencia de su lucha y de sus voces; es la resurgencia de sus sueños, por los que vivieron y murieron los abuelos y las abuelas que sembraron por primera vez esta porción del mundo y que hoy ha decido asumir el reto de renacer para cambiar el destino trágico al que nos había condenado el pretexto oficial de la guerra. 




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domingo, 21 de mayo de 2017

Buenaventura y Chocó: La Revolución Pacífica

Buenaventura y Chocó:
La Revolución Pacífica

El Paro en el pacífico dejó al descubierto el abandono en que durante décadas el Estado Colombiano, centralista, racista y capitalista, ha sometido a los pobladores del Chocó y Buenaventura.

Por Mauricio Rodríguez Amaya




El chocó no aguantó más y desde cada casa se construyó el Paro Cívico, la gente salió a las calles, cerró el comercio y empezó uno de los capítulos más bellos por la dignidad del pueblo chocoano. Algo parecido sucedió en Buenaventura, la hora cero decretada fue el pasado martes 16 de mayo a las 5:00 a.m.; a partir de entonces, se clausuró el comercio en su totalidad, las vías fueron cerradas y la multitud se tomó las calles. Lo que antes eran estacionamientos de tracto mulas, se volvieron improvisadas canchas de futbol, lugares de canto y currulao, puntos de encuentro entre amigos y vecinas. Así nació el paro, como su región, pacífico, valiente, solidario; un Paro que sólo ha recibido por parte del Estado, la acostumbrada represión policial y estigmatización y señalamientos por parte de los medios de  comunicación dominantes.

El Paro en el pacífico dejó al descubierto el abandono en que durante décadas el Estado Colombiano, centralista, racista y capitalista, ha sometido a los pobladores del Chocó y Buenaventura. El pacífico colombiano pide servicios públicos, pide agua potable, pide escuelas y colegios, pide desarrollo económico, pide paz, esa paz con la que se sueña después de la guerra, esa paz que implica pan y salud, trabajo y dignidad. Esa región ha sido marginada y estigmatizada por siglos. Fue construida a fuerza del cimarronaje libertario del pueblo afro decsendiente  y de la resistencia indígena y mestiza. El pacífico colombiano se quedó rezagado del desarrollo centralista, machista y racista con el que se construyó el Estado; detrás de la cordillera quedó el desarraigo y el abandono.  En esa región, la minería y la industria maderera esclavizan pueblos enteros y destruyen ríos y montañas que sirvieron de refugio a pueblos libertarios; por esa región entra y sale el libre comercio, el 60% de las importaciones que recibe Colombia, pero en su pueblo solo quedan los desperdicios de los contenedores y la contaminación producida por los buques. En toda la región pacífica, sus habitantes son precarizados y tercerizados en su trabajo, estigmatizados por su condición negra o indígena, y condenados a la pobreza y al olvido. A Buenaventura la baña el Dagua y el Danubio, pero no tiene agua potable; su naturaleza produce maderas finas y fieles, pero no tiene industria maderera, la pesca es diaria y abundante, pero no hay mercado pesquero, y los barcos que antes hacían la pesca se oxidan en el mar del abandono. El Chocó tiene las tierras más fértiles de toda Colombia, pero no hay alimentos, las aguas más torrenciales, pero no hay energía y la gente más noble, pero no hay escuelas. El poder central del Estado se queda con todo, con las riquezas del puerto y la industria maderera, con la fuerza de trabajo y la exigencia del oro.



12 familias son dueñas de la Sociedad Portuaria de Buenaventura, ninguno de sus dueños vive en Colombia, pero el puerto vincula 4000 obreros que no tienen contratos de trabajo, estar tercerizados, ganan menos de veinte dólares al mes y no cuentan con seguridad social ni derecho a pensiones.  4000 obreros producen la riqueza de 12 familias, las mismas que controlan los Ministerios de Comercio Exterior y del Trabajo, la Superintendencia de Puertos y la Presidencia de la República, la Gobernación del Valle y la Alcaldía de Buenaventura. Ellos lo controlan todo, pero no viven en Colombia para ver las consecuencias trágicas del modelo de explotación violenta que imponen en el puerto más importante de Colombia.


Los pueblos del Pacífico no aguantan más y han lanzado a la historia un grito de rebeldía, han iniciado una revolución pacífica, libertaria y bella, una revolución negra, indígena y mestiza; una revolución que desde el mar atravesará las montañas de los Andes y se escuchará en cada Rincón de la América Nuestra. La Revolución del Pacífico, es la revolución de todos nosotros y nosotras, los que luchamos por un país donde valga la pena vivir y sembrar, danzar la ritmo del currulao y la marimba, disfrutar los ritos y los mitos de las gentes bellas que conversando con la tierra y el océano han decidido iniciar una nueva lucha por la libertad y han prometido no dar marcha atrás.
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viernes, 6 de enero de 2017

Una mirada a la globalización contra-hegemónica en el contexto de nuestra América



“Hacemos parte de un mundo globalizado, pero esta etapa de la globalización aún no cuenta con el elemento nuevo del cual seremos portadores y que en adelante determinará el rumbo de las globalizaciones: la época de nuestro propio descubrimiento”.


Mauricio Rodríguez Amaya


1.     la globalización

¿Cómo entendemos el fenómeno de la globalización? Para empezar, digamos que no es nuevo. Su desarrollo actual es la consecuencia del proceso globalizador europeo desde el siglo XV. Su camino los condujo al resto del mundo y la humanidad fue vista desde la lupa de los conquistadores. Colón encontró en las Indias Caníbales, o a Calibán, tomó sus tierras, y se apoderó de sus riquezas; pero el peor error y a la vez su máximo delito, fue haber destruido cientos de años de conocimiento propio de los pueblos de esta parte del mundo. La experiencia norteamericana fue similar en el genocidio pero distinta en la pretensión; también allí fueron muertos pueblos enteros, eliminadas las civilizaciones y los sobrevivientes condenados a la desmemoria; pero los británicos se quedaron a vivir en tierra nueva desde el primer día, su proceso de coloniaje se inició al tiempo con la conquista. En el resto de la tierra nuestra, el coloniaje solo tuvo lugar seriamente cien años después de la conquista. Esta “ventaja” en el tiempo, es determinante para el desarrollo de dos proyectos americanos: el del norte y el del sur.

El mundo británico fue desplegando las posibilidades económicas del proyecto capitalista, gracias al auge de la explotación de los productores de bienes y servicios, a la piratería marina contra España y a una fuerza naval tan solo comparada con la de los fenicios (quienes instauraron el primer mercado común algo más de 3000 años). Con su proyecto expansionista, fue creciendo su independencia del papado y de las instituciones católicas, lo cual favoreció el despliegue de la mentalidad burguesa. Esta herencia será adoptada por la nueva mentalidad norteamericana, y cien años después logrará dar como fruto la independencia de las antiguas colonias británicas en tierra continental americana.

Nuestra América en cambio, se alimentó del más radical y conservador catolicismo; España atravesó los palos a la rueda de la historia y prefirió fracasar en su proyecto feudal, sanguinario y bandido, lo cual significó el rezago histórico de las colonias. Esta tesis no explica todo, pero si en parte, la distancia en los Espacio-tiempo históricos de los proyectos desarrollados en la América europea norteamericana, y nuestra América.  Norte América se incrustó con mayor prontitud y facilidad al proyecto de la globalización británica, sus antiguos dueños pasaron rápidamente a ser sus principales socios y el comercio floreció sin reparos en este sistema-mundo, capturando rápidamente a las empobrecidas y expoliadas economías de las colonias europeas continentales.



La globalización europea encuentra en Gran Bretaña, por un lado, y Francia, por el otro, los dos motores de la expansión mundial. África, Asia y América, están en el mapa de la repartición. Así, durante la segunda mitad del siglo XIX, el imperialismo europeo ha logrado superar su propia historia de coloniaje. En esta pugna, Estados Unidos queda prácticamente solo en la batalla por las antiguas colonias europeas, su tesis de “América para los Americanos”, bien puede traducirse en “América para los norteamericanos”. Esto facilitará la incursión de EEUU como un nuevo actor clave en el sistema-mundo de la globalización europea. Su proyecto ideológico, no alcanzará su interiorización en la América nuestra, porque la preocupación norteamericana en un principio es el comercio y las materias primas y no la ideología. Pero además su proyecto ideológico es el mismo británico en el fondo, por eso no hay duda que Estados Unidos es Europa en América.

Así el mapa es claro: para finales del siglo XIX, Europa camina la ruta de sus propias revoluciones burguesas y proletarias, a la vez que descubre a sí misma que el sueño de la revolución francesa no fue más que un cataplán de buenas intenciones. El imperio Británico crece en nuevas tierras continentales en África y Asia, Francia hace lo suyo, y América del Norte, se empeña en crecer a costa de las repúblicas independientes del sur y del caribe. Mariategui comprendió que los países latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos están definitivamente asignados. El destino de estos países dentro del orden capitalista, es de simples colonias[1].

Esta complejidad combina el proyecto moderno racional europeo continental, con el utilitarismo británico/norteamericano. Nuestras nacientes instituciones se verán empeñadas en copiar ambos modelos o combinarlos.  Faustino Sarmiento prefiere imponer el modelo norteamericano en la pobre Argentina, y Bello prefiere pensar a la francesa en materia de derecho. Nuestras naciones, son libres de la presencia material española o francesa, portuguesa o británica, pero no conocen aún su propia emancipación intelectual, somos aún la prolongación de Europa en América, esta etapa la ha denominado De Sousa Santos como la época europea de nuestra América.

Hacemos parte de un mundo globalizado, pero esta etapa de la globalización aún no cuenta con el elemento nuevo del cual seremos portadores y que en adelante determinará el rumbo de las globalizaciones: la época de nuestro propio descubrimiento. Auque la copia nos gobierna y el comercio nos oprime, el siglo XIX significa para nuestra América el inicio del auto-descubrimiento. Hemos empezado a ver el mundo desde nuestros ojos y no desde los ojos de Europa. Por supuesto que la conciencia de este fenómeno tardará algunos años en imponerse. Simón Bolívar comprendió, gracias a su mentor, don Simón Rodríguez,  que la originalidad era el camino, pero para ello debíamos descifrar lo que éramos y lo que nos definiría como potencia en ciernes. No fue necesario indagar más allá de nuestras pieles para entender que en América el indio y el negro son los oprimidos, y que su mezcla con el español, son la fuente de una nueva raza, una raza cósmica en palabras de Vasconcelos. De esta manera se inicia una ruta intelectual y cultural que nos irá dando las claves de nuestro auto-descubrimiento. Pero dejemos este tema para más adelante.

La globalización capitalista del siglo XX, se enfrentó a la talanquera del socialismo, al poder real de los obreros y las obreras, a su inoportuna hazaña de contribuir a la liberación del mundo, a su pertinaz preocupación por el ser humano. La repartición de la periferia cuenta ahora con nuevos elementos que surcarán toda la centuria. Los modelos de acumulación y regulación impuestos en Europa, después de la gran depresión norteamericana y de la segunda guerra mundial, se basan ahora en pretender una supuesta mayor participación de los obreros en la riqueza global, pero el paradigma de la plusvalía relativa y del Estado de Bienestar, requería economías sólidas y en desarrollo como posibilidad de detener el nuevo fantasma; el socialismo había ingresado por la puerta de atrás, por un país pobre y atrasado, y se sentó en todo el centro del camino del progreso europeo/norteamericano. Nuestra América, estaba más próxima en años a la perspectiva socialista que al modelo de acumulación y expoliación de nuestros vecinos más próximos. Por esta razón, el imperialismo europeo/norteamericano, desarrolló la más perversa persecución contra nuestras instituciones y sus líderes, era menester asegurar el dominio de su hegemonía sobre la región antes que el fantasma del comunismo conspirara contra sus ideales de progreso y consumismo.

Se incrementó la explotación de nuestra noble fuerza de trabajo, la expoliación de nuestros recursos naturales y se persiguió el olvido de nuestra cultura. Éramos extraños en nuestra propia tierra, veíamos el mundo gracias a las sombras que nos dejaba ver la caverna europea. Comíamos del cuerpo de la Fe y nos consumíamos en las fosas de la miseria humana. Éramos modernos, de acuerdo al molde necesario para el progreso de Europa y de norte América. Una modernidad eurocéntrica, etnocéntrica y anglosajona. Una modernidad basada en el progreso de la industria a costa de la vida humana y la naturaleza; una modernidad contada por la civilización de los conquistadores contra la barbarie de los conquistados; una modernidad que nos enseñó que la guerra entre hermanos satisfacía necesariamente las promesas del progreso del norte, y que la venta de cabezas (como diría Monterroso[2]) era indispensable para el exquisito gusto estético del norte.

Heredamos de la modernidad su ortodoxia, su unicidad para mirar la historia, su Eurocentrismo totalisante, su universalismo racional y su tendencia a homogenizar los fines. Adicionalmente, la hegemonía norteamericana sobre la región nos terminó de alejar del sueño inconcluso de la Revolución Francesa, nos enseñó el utilitarismo y el pragmatismo y nos metió en la cabeza que lo importante se mide por lo que cuesta, lo que sirve es todo aquello que se compra, que el consumismo es el símbolo de la libertad y la competencia la mejor manera de relacionarnos.

Pero si existe un rasgo particular de la globalización contemporánea es su tendencia a colocar a los y las jóvenes en el centro de ésta, por medio de una muy sutil y definida ideología del consumismo; para ellos y para ellas crecen las marcas, los centros de intercambio, los accesorios cada vez más inútiles; ellos y ellas disparan los tiempos de obsolescencia de lo que se compra, no cuentan con oportunidades para el empleo y la educación, pero los mass media los empujan todos los días a las plazas del consumo. El enorme arsenal de mercancías, de modelos de consumo, de estereotipos, estándares de comportamiento, figuras y moldes para la estética, entre otros factores de alienación, han logrado que muchos y muchas jóvenes, hijos de la televisión, entrenados para contemplar la vida en vez de hacerla[3],  prefieran ver pasar la historia sin necesidad de comprometerse con ningún proyecto. Galeano ha dicho que los niños y niñas latinoamericanos tienen un pie amarrado a un televisor, y podríamos decir que sus conciencias están atadas a otras mercancías que los aíslan y cosifican. Esa dicotomía entre lo que se tiene y lo que se desea ha colocado a los y las jóvenes en franca riña con el modelo de exclusión, y en su ímpetu crece la necesidad de cambiar el mundo; saben que algo está mal en el sistema sino todo el sistema; incursionan nuevos ritmos y líricas, importados todos, pero resignificados y contextualizados a la realidad de nuestra América; se visten de acuerdo a patrones externos, pero hablan con el lenguaje de Calibán, han apropiado los símbolos, pero los han traducido a las necesidades históricas del continente. El consumo no descansa y se mantiene alerta, convirtiendo todo nuevo componente simbólico en mercancía. Muchos caen en la trampa, pero otro tanto sabe que sus culturas y expresiones significan manifestaciones expresas de ruptura, resistencia y revolución.


Este relativamente fácil acceso a nuevos productos y accesorios, ha cambiando el tiempo-espacio de vida de los jóvenes del continente; su velocidad es mayor en relación con el tiempo-espacio en que actúan los adultos; creen conocer más cosas, y controlan cantidades enormes de información. Esta dinámica  nos permite asegurar sin ambages que esta generación tiene en sus manos elementos indispensables de movilidad y consolidación de proyecto emancipatorio de nuestra América, pues la crisis de las instituciones modernas es fácilmente observable a los ojos de los jóvenes y adolescentes de hoy.

La globalización contemporánea es la globalización del consumo, del comercio libre y la mercadolatría. Sus productos son baratos en el centro porque la periferia ha pagado los altos costos con su fuerza de trabajo y sus recursos naturales destruidos; pero este modelo en línea ha entrado en crisis y ha empezado a develarse el engaño.  Pese a su  pretendida homogenización de la cultura moderna, en su versión más miserable y consumista, se han despertado los pueblos ancestrales, las culturas históricas y milenarias manifestaciones humanas con sus raíces vivas y en muchos casos aún intactas. La homogeneidad no prospera, porque el espacio común de la modernidad  ha debido ceder ante el influjo de la heterotopía. Nuestra historia ya no puede ser contada en una sola perspectiva; ha llegado la hora de vernos a nosotros mismos, de reconocer nuestra historia como irreductible, como propia del futuro y como posibilidad emancipatoria. La ortodoxia moderna ha entrado en crisis, y es la hora de que nuestro autodescubrimiento nos permita el derecho a la heterodoxia. Pero ello no consiste en un problema provincial o regional. Es una tarea de todos los pueblos oprimidos del mundo, expulsados de los beneficios y condenados al exterminio o la sumisión.


La heterodoxia también se globaliza, el proyecto emancipatorio de nuestra America, es nuestra propia heterodoxia, es en adelante nuestra herencia y nuestro futuro. Es pasado y presente, es nuestro derecho a la trasgresión, es nuestra alternativa de movimiento, es la vida. La heterodoxia globalizada nos exige varias tareas: uno, avanzar en el autodescubrimiento, lo cual significa construir un sentido de nuestra existencia basados en una perspectiva histórica contra-hegemónica.  Y dos, construir un paradigma emergente, que nos coloque en la perspectiva de tener derecho al mundo, al futuro, a la salvación del planeta y de la especie humana misma.


2.     Los retos de la heterodoxia globalizada
            2.1. El autodescubrimiento

El proceso de autodescubrimiento de nuestra América, fue construyendo una perspectiva propia de nuestra historia y de las otras historias del mundo; superó la falsa dicotomía entre civilización y barbarie para establecer una nueva relación entre naturaleza y falsa  erudición[4]. El autodescubrimiento es un proceso complejo y cosmopolita que tiene como función ponernos de frente a nuestra propia condición humana, como americanos, como mestizos, como un contingente humano único; un pueblo con una cultura propia que es a la vez la síntesis de muchas otras culturas, conquistadoras y conquistadas, importadas y originarias, pero todas vivas y llenas de posibilidades para seguir definiendo la personalidad propia de nuestra América.

El autodescubrimiento nos permitió volver la mirada a los abuelos y abuelas Caribes, Taynos, Mayas, Incas, Aztecas, Chibchas, Sinúes, Marichies, Arawuacos y toda la gama maravillosa de culturas, colores, mitos y saberes que poblaron la America Precolombina. El autodescubrimiento nos devolvió el mito, la posibilidad de explicar el  mundo con la magia de nuestra imaginación cósmica.

Los mitos fundacionales de los pueblos originarios, son a la vez una ratificación de su enorme conocimiento de la naturaleza, de su respeto por ella, por el hombre y los demás animales. La cultura muisca, que tuvo lugar en el altiplano cundiboyacense, por ejemplo, encuentra en el mito una manera de relatar, de explicar el origen del mundo; su particularidad, su unicidad, es a la vez la potencia generadora de una mentalidad continental, que no cuenta con sistemas racionales universalistas sino que encuentra en la particularidad su fuerza:

La tierra estaba despoblada de hombres. Entonces, en el helado páramo de Iguaque, de las aguas transparentes de la laguna, emergió una hermosa mujer con un niño entre brazos. Ella era Bachué la gran madre. Cuando el niño se convirtió en el primer hombre muisca, ella procreó con él hijos de seis en seis, hasta que sus hijos se fueron cruzando y la humanidad se extendió sobre el mundo. Bachué les enseñó los principios básicos de la convivencia y cumplida su tarea regresó a la laguna de Iguaque y allí se despidió de la humanidad transformándose en dos serpientes que se hundieron en la profundidad de las aguas[5].

El autodescubrimiento nos permitió darnos cuenta, que al contrario de la homogenización, nuestra fuerza principal es la diversidad; muy a pesar de que el mito fundacional judío-cristiano, ha querido presentarse como verdad única, los pueblos originarios no han renunciado a creer en sus propias historias sobre el origen.

También fuimos aprendiendo, gracias al mito, que el error humano es una herencia de los dioses. Que nuestra similitud con ellos consiste precisamente en que los dioses de nuestra América, creen en el ensayo, en la experimentación, en el volver a intentarlo. El hombre de maíz solo es posible después de múltiples intentos, de variadas posibilidades que les fueron mostrando a los creadores cómo hacer mejor su creación. El mito fundacional judio-cristiano consiste en la oposición de este principio, pues su dios es perfecto y unívoco.
  
El autodescubrimiento nos condujo a la maravillosa filantropía de los negros, a la magia de sus dioses libertarios, a la liberadora música de sus tambores, a los cimarrones, al trabajo duro, a la fe en el esfuerzo y a la alegría de sus ritmos y fiestas. William Ospina[6] asegura que América es inconcebible sin el aporte africano… sin las miles de toneladas de oro y plata que extrajeron los esclavos en las minas de las antillas, del norte de México, del Potosí, y de la Nueva Granada… Es inconcebible sin la nodriza negra de los poemas de Aurelio Arturo; sin los sones caribeños y los boleros cubanos; sin las tropas negras y mulatas de los ejércitos libertadores; sin las manumisiones del siglo XIX, sin el batallón de pardos y negros de la independencia argentina, sin los tangos y las cumbias, sin el mambo y la salsa, sin los carnavales de Río, sin las trompetas de Matanzas y las marimbas de Jamaica, sin los tambores y las tumbas de papá Montero; sin el Vudú de los haitianos y la santería de los cubanos… sin la erudición continental de Pedro Henríquez Ureña, sin Changó y Yemayá… sin Benny Moré y Celia Cruz, sin Candelario Obeso y Nicolás Guillén. 

La fuerza de la raza negra se ha construido a pulso contra años y años de esclavitud y opresión, y en medio de la tragedia de la raza originaria de todas las razas surge en sus sonrisas la esperanza, la voluntad, el ánimo por  superar la salasión, como diría Nicolás Guillén, hay que tener boluntá; esa fuerza esperanzadora ha forjado el espíritu de nuestro pueblos desde hace cuatrocientos años:



Mira si tú me conose,
Que ya no  tengo que hablá
Cuando pongo un ojo así,
E que no hay na;
Pero si lo pongo así,
Tampoco hay na.

Empeña la plancha elétrica
Pa podé sacá mi flú;
Buca un reá,
Buca un reá,
Cómprate un paquete’ vela
Poqque a la noche no hay lu.

Hay que tené boluntá
Que la salasión no e
Pa toa la bida!

Camina, negra, y no yore,
Be p’ayá
Camina, y no yore, negra,
Ben p’acá;
Camina, negra, camina,
Que hay que tené boluntá.




El auto descubrimiento nos demostró que somos hijos de Europa, no sus siervos. Que del viejo mundo conocimos el paso de la humanidad de la magia a la ciencia, la racionalidad moderna, el renacimiento, la ilustración, las revoluciones científicas y las revoluciones políticas burguesas y proletarias. De Europa heredamos la máquina de la explotación capitalista, y también la fuerza y la teoría de su destrucción: el socialismo. Y auque muchos en Europa miran a la América nuestra con la nostalgia del esclavismo y el coloniaje, muchos hermanos europeos se han comprometido durante todos estos años en nuestras utopías emancipatiorias, en la construcción de un verdadero nuevo mundo.

Qué sería de nuestros proyectos emancipatorios sin el aporte histórico del romanticismo y  del modernismo;  ellos trajeron el crucifijo y lo implementaron con la espada, pero entre ellos también venía el padre de las Casas. Destruyeron nuestras bibliotecas y centros culturales, pero los señores Von Humbolt y José Celestino Mutis nos aproximaron a las ciencias contemporáneas; Hegel nos condenó entre los pueblos sin cultura, pero al fin y al cabo el mismo reconoció que América es el porvenir. Fue en Europa donde  primero encontraron eco Miranda, Bolívar, San Martín, Nariño, Bello y  muchos de los padres de la nueva racionalidad continental.

Sin embargo el principal reto del autodescubrimiento consiste en ser capaces de construir una perspectiva propia, nuestro propio universalismo, pues aún dependemos en gran medida de la mentalidad hegemónica europea/norteamericana, lo que hace de nuestras ciencias sociales copia y calco, no originalidad y riesgo. El autodescubrimiento nos ha permitido entender que, si bien Próspero nos enseñó su lengua, -que ahora es también nuestra, pero no es la única-, es con esa lengua como nos enfrentamos al paradigma de la emancipación humana, mezclada con las lenguas originarias africanas y precolombinas. Somos la América de Calibán[7];  somos Calibán y hemos decidido recuperar todo aquello de lo que Próspero nos despojó, utilizando también su propia herencia y enseñanzas.



2.2.1.  La posibilidad del diálogo intercultural

2.2.2.1. Diversidad como identidad

Las identidades culturales no son rígidas y mucho menos inmutables. Son los resultados siempre transitorios y fugaces de procesos de identificación[8]. Nuestros políticos exóticos han encontrado en el discurso de los nacionalismos una forma concreta de negar la diversidad. En chile no hay indios, solo hay chilenos, expresa la máxima que se extendió paulatinamente por todo el continente americano. Toda la historia del proyecto moderno está pensado desde la óptica de la homogeneidad, pero para el caso de América, desigualdad y diferencia, constituyen dos ejes del mismo fenómeno: los explotados son a la vez, los indios y los negros, los mulatos, los zambos y los criollos; y son también las mujeres y aún más las mujeres negras o indias, mulatas y zambas.



Sousa sostiene que la construcción de los nuevos paradigmas en nuestra América deben basarse en dos principios complementarios e inseparables: el principio de la redistribución, entendido como la lucha histórica por la igualdad, y el principio del reconocimiento, que comprende todo el acerbo de la lucha de los pueblos por el reconocimiento. Estos son los parámetros de las globalizaciones contra-hegemónicas[9]. Desde este punto de vista, los diálogos interculturales constituyen una necesidad histórica de nuestros proyectos. Hasta ahora, la escuela solo habla en la lengua de Próspero e impone sus valores como inmutables. Muy pocos proyectos educativos han asumido la perspectiva etnoeducativa y de hecho los proyectos políticos modernos dominantes están aún en oposición a la etnopolítica y desconocen los avances contemporáneos de la etnografía. Distinto a la pretendida homogenización hegemónica, América es el terreno de la diversidad cultural, de la oportunidad intercultural que crea nuevas posibilidades del mundo y del futuro de la especie humana. Nuestra identidad es la diversidad. Nuestra posibilidad se sustenta en el reconocimiento de las particularidades.

No son los nacionalismos nuestro factor diferenciador. Qué hay realmente de distinto al hombre  y a la mujer de Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia o Colombia­? No son los negros de Haití, los mismos de Brasil, o los indígenas de Guatemala no han sufrido la misma humillación y escarnio que en Chile, en Bolivia o en Colombia?. No es la distribución feudal/nacional nuestro eje de disposición identitaria, lo nuestro está en la mezcla, en el ser mestizo, en el intercambio de nuestras culturas. Nuestra identidad se funda en la diferencia, pero no la de las falsas nacionalidades y los chovinismos locales. Por esta razón, nuestra perspectiva de la tolerancia consiste, como diría el maestro Freire, en la virtud revolucionaria que consiste en la convivencia con los diferentes para que se pueda luchar mejor contra los antagónicos[10].



2.2.2.2. El diálogo intercultural

Si la diversidad es nuestro signo identitario, el establecimiento de encuentros entre las culturas que pueblan nuestro territorio es una labor indispensable en la identificación de los factores de proyecto. Y aquí la complejidad de la globalización se coloca del lugar de los pueblos en franca lid con la ortodoxia moderna. Tuvimos que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para que los oprimidos (negros e indígenas, mulatos o criollos) empezaran a hablar en sus propias lenguas. Martín Fierro habló y nos mostró la existencia del gaucho; Candelario Obeso nos platicó en la lengua de los negros de América. En adelante, nuestra literatura es la historia de nuestras culturas. Sin embargo, Aún son pocos los  escenarios donde se permite hablar desde la perspectiva intercultural y la escuela aún está lejos de lograrlo sinceramente. La antropología y la etnografía han jugado un papel determinante en este impulso, y en el caso concreto de los análisis sobre juventud, la perspectiva de los estudios socioculturales nos han dado herramientas indispensables para profundizar en la tarea de las investigaciones desde los discursos interculturales.

Desde este enfoque es sorprendente todo el camino que se puede allanar cuando se trata de establecer análisis, investigaciones y propuestas sobre juventud. Las culturas juveniles se sustentan en discursos importados. La industria cultural ha contribuido a mercantilizar todas las relaciones estéticas e impone una ética del consumismo, que en muchos casos elimina la posibilidad contestataria que traen consigo esos modelos culturales de ruptura. Pero el consumismo tiene límites, son los que imponen la exclusión, la marginalidad y la pobreza; por esta razón las culturas juveniles se han convertido paulatinamente en una respuesta, en un contra-relato, en una acción de oposición a las reacciones del mercado. El hip-hop, por ejemplo, es en primera instancia ruptura de los negros marginados de las grandes urbes estadounidenses y en nuestra América ha logrado mantener su nivel contestatario a pesar de la industria. Ha sido resignificado y contextualizado: si en los EEUU el rap (la música de la cultura hip-hop) significa ritmin and poetry,  muchos movimientos de jóvenes enrolados en esta cultura lo traducen como Revolución Artística Cultural.

Igual sentido adquiere en América el rock, el punk, el metal, y también las manifestaciones culturales tradicionales africanas u originarias del continente; en América hay tantos jóvenes enamorados del rock, como de la música andina latinoamericana y, a diferencia de otros contextos homogenizadores, aquí no es necesario matarse por la cultura; por el contrario, es en nuestros territorios donde crecen las fusiones y las mezclas musicales, produciendo nuevos ritmos que encuentran en el sincretismo una oportunidad de desarrollo. La falta de observación de este fenómeno ha conducido a muchos errores de apreciación de un número importante de investigaciones y estudios institucionales; se han concentrado en la estética de cada cultura y en su lógica interna, y han decidido llamar a estas nuevas manifestaciones culturales como tribus, garantizando así que la cultura moderna (dominante) pase por encima de las ellas.

Es degradante señalar de tribus urbanas las nuevas manifestaciones culturales, pues este concepto se sustenta en el mismo principio de civilización y barbarie: lo que hacen los jóvenes es tribal, lo nuestro es universal. Este discurso del tribalismo ha conducido a que los jóvenes sean observados como elementos extraños a nuestros conflictos culturales, leídos marginalmente, al tiempo que es puesta a salvo la hegemonía, de los factores que buscan su ruptura. Los científicos miran a los jóvenes metidos en su maloka, desde el sacrosanto campo de la universidad moderna, con el enfoque positivista de las ciencias sociales, es decir, sin comprometerse con su realidad y su mundo. Los que hacen de la objetividad una religión mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano[11].

Vale la pena explorar estas nuevas manifestaciones culturales, o culturas juveniles desde la perspectiva intercultural contra-hegemónica que se sustenta en la díada redistribución/reconocimiento, porque ello nos permitirá entender que los y las jóvenes no están al margen del mundo, sino, por el contrario, están en todo el centro de la globalización capitalista y la alienación de la ortodoxia moderna. Que su heterodoxia no es marginal sino fundamental y necesaria para la definición del proyecto emancipatorio de nuestra América. Preocupémonos menos de los pantalones anchos y puestos sobre la pelvis, del tipo de chompo y el color de las zapatillas. Indaguemos mejor por lo que piensan, lo que desean y las condiciones en las que viven para alcanzar su expectativas de vida. Hablemos con ellos con respeto a su cultura o sus culturas, sin las mismas pretensiones hegemónicas y colonialistas que tanto hemos criticado y que son la causa de nuestro rezago. Hablemos de sus culturas para reconocerlas como propias, y busquemos puentes de comunicación con las otras culturas; no alimentemos el ghetto con estudios que solo miran hacia adentro de los consumos y no sobre las prácticas y los contextos histórico-sociales. En eso consiste el reto del establecimiento de los diálogos interculturales.



2.2.1.3.                  El diálogo con todos los mundos posibles

Si comprendemos la interculturalidad como posibilidad discursiva contra-hegemónica, estaremos dispuestos a conversar con mayor fluidez con los explotados y marginados del resto del mundo. Con los otros y las otras que también luchan en otros lugares por otros mundos posibles. Si la escuela abre sus puertas a las culturas de todo el mundo, nuestra América estará también preparada para abrirle las puertas a los otros mundos y discutir con ellos sin intermediaciones hegemónicas, ni pretensiones de colonizarlos o recolonizarlos. Reconoceremos el efectivo respeto de la diferencia y lograremos establecer como principio el concepto de tolerancia del maestro Freire.

La globalización hegemónica nos junta en las propagandas del televisor, pero nos aísla en la vida real, nos permite acceder a las tecnologías con mayor facilidad pero nos convierte en objetos de los mares de información que circulan por las redes. Cada vez más conectados, cada vez menos comunicados. Pero esta verdad puede invertirse a favor del proyecto contra-hegemónico, aprovechando las ventajas de la interconexión virtual con el fin de establecer efectivos canales de comunicación intercultural. Vivimos la época del surgimiento de nuevas subjetividades que ya no están guiadas por razones únicas o por teleologías omniscientes; esta nueva realidad conduce a la materialización de idearios contradictorios[12], que nos exigen rediseñar  y recrear las posibilidades de la socialización, la comunicación y la interacción de estas subjetividades. El reto nos pone entonces en el centro del futuro de la especie humana, precisamente porque ha entrado en crisis el paradigma moderno del desarrollo capitalista y las instituciones que lo han sostenido y defendido durante más de cinco siglos. La interculturalidad es el lenguaje, o la forma como se mezclan los lenguajes de los otros mundos posibles, con el fin de buscar salidas a la crisis desde una perspectiva de ruptura con el modelo dominante.



Bogotá D.C.; Colombia
Agosto 21 de 2008



[1] RETAMAR Fernández  Roberto.  Todo Calibán . ediciones Ilsa,  2005. pag. 68
[2] MONTERROSO, Augusto. Mr. Taylor. En Obras completas y otro cuentos. Espasa, 1959
[3] GALEANO, Eduardo. E libro de los abrazos, la televisión/3. Siglo XXI editores, 2006.
[4] MARTÍ, José, Nuestra América.
[5]  PINZÓN Carlos;  SUAREZ Rosa. Las enseñanzas de Bochica a los hombres de maíz. Instituto Colombiano de Antropología, 1985
[6] OSPINA William. América Mestiza, Ed. Nomos S.A., 2006; pags. 82-84
[7] FERNANDEZ RETAMAR, Roberto, Calibán.
[8] SOUSA SANTOS Boaventura de. DE la mano de Alicia. Siglo del Hombre Editores, 2006. pag. 161
[9] SOUSA SANTOS, Boaventura De. La Caida del Angelus Novus: ensayos para una nueva teoría social y una nueva práctica política. ILSA-Unilibros, 2003. 
[10] FREIRE Paulo. Pedagogía de la Esperanza. Siglo XXI editores, 2005. pag. 36
[11] GALEANO Eduardo. En El libro de los abrazos, celebración de la subjetividad. Siglo XXI editores, 2006. pag. 106
[12] MEJIA Marco Raúl. Educación (es) en la(s) globalización(es) I. Ediciones Desde Abajo. 2006. pags. 177-180.