Mauricio
Rodríguez Amaya
El
13 de Septiembre de 2008, los paramilitares del Gobierno de Alvaro Uribe Vélez
asesinaron a mi hermano Oscar Orlando Rodríguez Amaya; una mañana sofocante en
una calle desolada de Cúcuta; los paramilitares que Uribe desmovilizó sin proceso
judicial alguno, convertidos en “vigilantes de barrio” a través de empresas
privadas de seguridad, cumplieron las amenazas que tiempo atrás habían hecho de
eliminarlo. Era la época del Terror uribista, de la legalización de las bandas
paramilitares, de la impunidad, del miedo. Ese 13 de septiembre, Oscar murió
acribillado cerca de su casa; el amigo que caminaba con él, aún yace cuadripléjico
a la espera de su propia suerte, sin destino, sin vida pero respirando, pegado
de la esperanza de ver en la cárcel a los asesinos.
Oscar
es una de las miles de víctimas del régimen de terror y odio que impuso Alvaro
Uribe Vélez y los grupos paramilitares, no solo cuando fue presidente, sino
desde que promovió su legalización a través de las Convivir. Uribe representa ese sector del Poder que ha
construido su discurso, su riqueza y su legitimación política en nombre de la
muerte, de la muerte de los más humildes, de los jóvenes que no alcanzaron a
concretar sus esperanzas; de los campesinos que murieron arañando la aridez de
un país que olvidó el campo, de los líderes sociales y comunitarios, de los
indígenas, de los artistas como mi hermano, que no pudieron ver crecer a sus
hijos en un país en paz. La guerra es el factor detonante de su poder, la
muerte su principal arma y los capitales ilegales la gasolina que alimenta su
maquinaria.
Si
las balas miserables de los paramilitares del gobierno de Uribe Vélez no hubieran
terminado abruptamente la vida de Oscar, estaría rapeando sus líricas, construyendo parrafadas enteras de
canciones, discutiendo en algún buen sitio, sobre la importancia de consolidar
la paz, estaría pensando en que por fin, nuestros hijos, se merecen un país
donde el terror no lo domine todo, donde valga la pena la esperanza y donde el
pan pueda volver a las mesas humildes en cada rinconcito de la patria. Si Oscar estuviera entre nosotros, sería un compulsivo
promotor del Sí, un abnegado combatiente de la paz. Porque si de algo estoy
absolutamente convencido, es que entre las miles de voces que la guerra calló,
clama la de Oscar pidiendo paz, cantándole a la paz y denunciando a los que
insisten en hacer sus glorias a costa del dolor ajeno. El 2 de Octubre, votaré
por Oscar, porque si estuviera aún entre nosotros, andaría calle a calle,
tarima por tarima, letra a letra, promoviendo el Sí. #SíalaPAZ #VotoSÍ.
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