Mauricio Rodríguez Amaya
Nuestra herencia libertaria es corta, y sin embargo, está llena de glorias y pesares. Pletórica de líricas y heráldicas y también de muertes y dolores. Cuando Antonio Nariño tenía 16 años, participó vivamente del movimiento comunero que desde Vélez lideraba el rebelde Galán, otro Antonio, por cierto. Luego estuvo preso y desde la caverna conoció los frutos de sus luchas, un 20 de julio, cuando “el chispero” Carbonell llamó a la plebe a no perder esa hora memorable, a costa de volver a las cadenas y los grillos, que amarraban el cuerpo de Nariño.
Y también la ciencia se tornó libertaria. Años antes, la expedición botánica había decidido enfrentar el dogma y combatir la ignorancia. Sus eruditos convirtieron un observatorio astronómico en obelisco de la libertad, siempre en secreto, pues de los sabios nunca se sospecha. Así se materializaron 30 años de soberana resistencia. Algunos insisten en culpar un florero, pero lo cierto es que la libertad se fue fraguando poco a poco, casa a casa, tertulia por tertulia, tarde a tarde. En el alma del criollo y del indio nació el deseo, y con él la necesidad, la responsabilidad y la causa. En los ojos ya no brillaba tanto la tragedia como la esperanza, el yugo se fue sobrellevando mientras se materializaba la revolución y las gargantas acalladas a espada y crucifijo, guardaban el mejor estertor para probar alguna vez el grito de la independencia.
Esa es la historia de la libertad, trágica y bella; la misma que sufrió con la traición y el odio de los hermanos de
Ese tesoro que es de todos no es de nadie, y ahora lo usurpan lo tiranos, lo vanaglorian los dictadores, lo vilipendian los homicidas oficiales y lo venden los ricos. Nuestra riqueza mayor se hace trizas en manos de unos cuantos serviles del caudillo, que remeda al napoleón español en su postura y ciencia del gobierno. Para exacerbar su déspota conducta, prensa hablada y escrita convierte el país en una cárcel de papeles y noticias, convocan marchas para asegurar la dictadura y compran conciencias con camisetas y permisos (los mismos que se niegas si se trata de la enfermedad de un hijo, por ejemplo).
La patria es una cárcel troglodita, solo se habla de aquello que le agrada al carcelero, de sus victorias sólamente, claro. A nombre de la libertad priman grilletes; en nombre de la libertad asesinan a los hombres libres. En nombre de la libertad somos esclavos del monopolio informático, de las cadenas de nuestra patria boba, embelesada por la falacia del capataz baladrón de la república. En nombre de la libertad marcharán miles de ignorantes y a la cabeza sus verdugos, los cancerberos del régimen tiránico.
No marcharé esta vez, porque soy libre, porque la libertad merece un desagravio, porque los pueblos libres prefieren su más pequeña esperanza a la obligación de soportar un país por cárcel. No saldré a respaldar a los verdugos, no saldré a marchar junto a los mismos que desaparecen, torturan y asesinan; Quien conoce la libertad podrá perderla temporalmente, pero siempre luchará por ella, pero quien no la conoce no habrá visto su luz y la caverna enceguecerá su vista y su conciencia. No marcho, porque la libertad merece un desagravio, que la recuerde digna y soberana, a pesar de su ajada vestidura. No marcho, porque ser libre me lo exige, porque la libertad pide a gritos que la salvemos de las garras tiránicas del capo. No marcho, porque Colombia se merece libre, porque la patria nos lo pide a gritos, porque el futuro no merece esto, porque mis hijas no merecen esto. No marcho, porque soy libre y porque la libertad merece un desagravio.
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