domingo, 10 de marzo de 2019

La chica de la tela




La chica de la tela

Almaro





Ya hace varios días que no viene; he estado esperando inútilmente sobre las 9 o cerca de las 4, que eran las horas en que acostumbraba a verla desde la ventana que deja luz al pequeño escritorio donde trabajo en esta agencia de viajes. Ella venía, silenciosa, sola, con su maletita de estudiante, dejaba en el suelo sus pertenencias, sacaba una enorme tela negra, y empezaba, sin decir una sola palabra, a improvisar una serie de movimientos que con el tiempo se iban volviendo más fuertes, más intensos, más conmovedores; después de algunos minutos, iniciaba un monólogo extraño, entre sonidos estridentes y textos de alguna obra teatral, una poesía o alguna canción de tierras lejanas; cantaba, gritaba, gemía, hablaba en susurros, con su voz tenue, melancólica, fuerte, aguda y grave. La primera vez que se instaló frente a mi ventana, pensé que se trataba de alguna chica buscando algún aliento económico con su presentación unipersonal, sin ayuda, sin compañía, solo algunos transeúntes que se dejaban salir de su camino para introducirse en la rutina de esta chica; muchas personas la miraban extrañados al pasar a su lado, e incluso, algunas veces los agentes del orden intentaron detener su ejercicio infructuosamente, porque mientras ajustaban esos movimientos extraños a un delito perseguible, el ejercicio se daba por finalizado; otras veces vi rostros absortos convertidos en sonrisas y en otras ocasiones, vi gente dejar pasar minutos de sus vidas para convertirse en su público gratuito.


Muchas veces la vi repetir su extraña presentación, nunca pidió monedas ni esperaba recibir aplausos, solo ella y su enorme tela negra llegaban y se iban en el mismo silencio absorto. Con el tiempo comprendí que no era la necesidad de la limosna la causa de sus vueltas en el suelo; entonces pensé que se trataba de una actriz de alguna compañía teatral que había decidido abstraerse de su grupo para preparar su presentación; también llegué a pensar que se trataba de una estudiante que por alguna razón extraña, abandonaba la comodidad de los salones de clase y los portentos auditorios y por la dureza de los andenes y el cemento para desarrollar sus corporencias, (que es como le llaman las actrices a las conversaciones que se realizan con el cuerpo) sin más aspiraciones de público que los pocos transeúntes extrañados, los policías al servicio de la cuadra y yo, yo desde mi ventana y mi escritorio de venta de viajes.



Cuando ella convierte la calle en su escuela, su campo de combate, su teatro, o lo que sea, los transeúntes se detienen, miran un poco, pretenden haber comprendido alguna cosa, y luego se retiran; yo no, yo me quedo observando toda la secuencia, paro mis ocupaciones y me deleito con su voz y su danza, con su cuerpo y su cabello, casi tan largo como la tela negra en que se envuelve sobre el suelo frío; Cuando termina cada presentación, está extenuada, sudorosa, cansada; toma con el mismo silencio y la misma calma su maletita de estudiante y se retira, sin aplausos, sin público, solo yo, que ya no puedo concentrarme en estas solicitudes de créditos de viaje. Pienso en qué querrá decir con sus discursos, por qué baila en su tela y se deja envolver sobre ese suelo duro; por qué la gente no se queda hasta el final, a ver qué pasa, cómo termina todo eso; pienso si por algún momento cambiará la escena, dirá otra cosa, saldrá de su sencilla presentación absorta y mirará de frente a mi ventana y sabrá que la observo, que disfruto mirar su cabello negro, su tela interminable y sus ojos intensos, oscuros, brillantes, su movimiento compulsivo y frecuente, su sonrisa y sus labios, su sudor y su maletita de estudiante.


Ahora mismo no puedo concentrarme en estos papeles, solo quiero saber en qué lugar de la ciudad su tela estará envolviendo su cuerpo, y cuanta gente pasará sin mirarla mientras yo deseo que venga de nuevo, para salir de esta oficina lúgubre, a romper definitivamente mi silencio, y hasta quizás acepte algún refresco, o un café; decirle que la observo con la pasión del teatro o de la pantalla del cine; que quiero saber por qué lo hace, qué nos quiere decir, de quién son esos textos, por qué escogió precisamente instalarse frente a mi ventana. Ella no viene y no puedo pensar en otra cosa, mientras se acumulan estas solicitudes de crédito de viaje, de gente que quiere salir de esta ciudad bajo cualquier pretexto; yo en cambio, quiero salir de mi oficina, quedarme en la ciudad y buscarla, porque en algún lugar, estará silenciosa y bella, envuelta entre su tela y su cabello, hablándole a los nadies, conquistando otros ojos, mientras los míos solo quieren mirarla una vez más para poder volar con ella sobre su enorme tela negra, en la que debe viajar todos los días desde su mundo mágico hasta mi ventana.



___________________________________________________________________

No hay comentarios: