jueves, 11 de octubre de 2012

Un doce de octubre, conspirar es necesario


Un doce de octubre,  conspirar es necesario

Mauricio Rodríguez Amaya
Descamisados, sedientos y a punto de morir de inanición, cerca de ochenta hombres desembarcaron en las Antillas, para sobrevivir primero y luego, con más fuerzas, arrasar la vida sobre estas tierras novedosas e indómitas; hoy los nuevos conquistadores vienen en aviones privados abastecidos hasta el derroche, con ni siquiera el más mínimo problema pero con el doble de las posibilidades de éxito.


Cuando el Almirante genovés besó estas tierras, eran vírgenes multimillonarias en productos y especies; en el Caribe, los pueblos vivían de sus propios cultivos, las tierras no eran de nadie porque eran de todos y de todas; habían imperios y grupos y guerras, y dominios, pero la vida tenía valor y la naturaleza alimentaba todos los estómagos y alcanzaba para vivir todos los sueños. Los nuevos conquistadores, tienen que lidiar con un pueblo esencialmente pobre, endeudado y desterrado; más de  la  mitad de América Latina es Pobre y otro 30% está en la indigencia. En vez de bosques inhóspitos y frondosos, estas tierras están condenadas al monocultivo del cacao, el café, el azúcar, el algodón, las flores o el banano, o cualquier otro producto de conspicuo gusto en los paladares europeos o norteamericanos. La tercera parte de la selva brasilera ha sido transformada en caucho,  otra  tercera  parte sufre los rigores de la explotación maderera; en Colombia, donde la tierra respiraba limpio, pululan palmas aceiteras para producir combustibles;  en Haití no nace un árbol porque el monocultivo de la caña quemó las tierras por más de cuatrocientos años; la selva chilena ha sido prácticamente destruida y en Guatemala, el banano devastó la comida de más de 15 millones de indígenas.

Hace quinientos veinte años, los camellones de américa brillaban de noche como si fueran estrellas; los cerros de Potosí, en Bolivia, Huancavelica en Chile, Zacatecas y Guanajuato en México, guiaban a los desprevenidos en las noches con su brillo y de día producían refulgencias sobre los cielos en gamas de colores incontables. Hoy, los nuevos conquistadores analizan desde sus aparatos electrónicos la explotación minera del continente entero. Ecuador vive condenada a la extracción, el 10% del territorio chileno es un cráter inconmensurable; en Bolivia las reservas de Plata son limitadas después de surtir por más de doscientos años al mercado europeo y luego al de Estados Unidos; en Colombia, más del 60% del territorio está entregado a empresas cuyos dueños ni siquiera conocen el Español, o el lugar exacto de las minas que sus empresas explotan. Centroamérica agotó sus reservas de oro, y el cobre y el níquel van directo de la mina al mar.

Cuando Colón llegó debió utilizar sus embarcaciones para llevarse todo cuanto era posible y poder, de esta manera, iniciar la larga historia de la extracción, la desolación americana y el desarraigo. Hoy, pareciera que no hubiera pasado nada; que el mundo que vivimos es el mismo que instauró Colón y su pléyade de delincuentes y extraditados; algunos cambios, por su puesto, han operado en el modelo de extracción: antes de abrir la tierra de nuestro continente, ésta ya ha sido vendida en las Bolsas de Nueva York o Londres; en los escritorios de Washington o Toronto se reparten las ganancias de la explotación minera o energética; en Francia, Alemania o España, los grupos empresariales deciden cuantas palmas se deben sembrar para producir el combustible suficiente para los carros de Norteamérica; En España, los grupos empresariales deciden el agua que deben acumular para luego venderla en pequeñas provisiones en su continente, ante la inminencia de quedarse seco. Antes de expurgar las entrañas de los llanos o las montañas, ya es posible saber la cantidad de lo exportable y los eventuales rendimientos, los cuales, de no ser alcanzados, son pagados por el Estado gracias a los modernísimos negocios de Joint Venture.

Con Colón nació la circulación mundial del dinero, antes era solo una quimera del mundo moderno europeo. Hoy los billetes circulan mucho menos que las inflaciones en las bolsas, los capitales inexistentes especulan en el país que se les da la gana; al parecer nadie los controla, pero la verdad es que es un sistema global que engorda un día a un pueblo, empresarios y gobierno y a las pocas horas los hace vomitar todo cuanto tengan en lo más íntimo de sus entrañas. Los banqueros tienen más dinero acumulado que los conquistadores industriales; producir es un riesgo innecesario, y si se hace, debe ser para alimentar el modo de vida europeo o norteamericano; al fin de cuentas, este continente, África y gran parte de Asia, siguen proveyendo las materias primas necesarias para producir el fomento industrial y financiero de los nuevos conquistadores.

Más de 600 multinacionales europeas o norteamericanas son dueñas de más del 50% del territorio de Nuestra América; pero al día, crecen el desplazamiento y la miseria. En Puerto Gaitán, principal municipio petrolero en Colombia, las multinacionales Pacific Rubiales, de Canadá, y CEPSA, de España, extraen más de 320 mil barriles de petróleo por día y venden una porción a las refinerías colombianas a precio internacional -otra parte va directamente a sus refinerías en el resto del mundo-. Pero en Puerto Gaitán, el 44% de los pobladores viven en la miseria; en la zona de principal explotación, no existe red eléctrica, aunque la Empresa canadiense tiene su propia subestación; los cables de energía pasan por encima de las casas pero la luz no baja hasta sus viviendas; más de 200 familias toman agua contaminada con petróleo o derivados diariamente; no hay acueducto, ni alcantarillado, ni carretera pavimentada, ni centro de salud, ni siquiera puesto de Policía, la seguridad local también está en manos de una empresa privada al servicio de la multinacional.

Cada doce de octubre, algunos de nuestros gobiernos hacen eventos y proclaman discursos elevando aleluyas a la sacrosanta modernización. Hacen ritos en conmemoración de Colón y su tropa de harapientos y mercachifles, en donde participan gustosamente los nuevos conquistadores con la anuencia de los nuevos ricos de acá, cuyas riquezas se deben a que han permitido que todo cuanto tenemos valioso viaje casi gratis hacia allá.

No siempre ha sido así; hace cerca de doscientos treinta años, miles de negros arrasaron las zafras de azúcar en casi todo el Caribe; los cimarrones de Haití se elevaron a las montañas y desde allí proclamaron su independencia y la de su nueva patria. En Colombia, un  campesino convertido en comerciante, declaró a orillas del Magdalena la libertad de los esclavos y la abolición de la encomienda, el negro Galán gritó para Colombia por primera vez independencia; por la misma época, un hombre misterioso y gigante reunió a más de 20 mil indígenas, hermanos y hermanas de su misma sangre, y declaró la expulsión de España de sus tierras y de su reino, proclamó que el español no volvería a comer del trabajo del Indio, Tupac Amaru hizo la primera independencia posible en la capital del imperio español; años después, otra generación se aventuró a la independencia y la alcanzaron, liberaron al continente de España, Portugal, Francia y Holanda, aunque no lograron liberarla del atraso, las deudas ni la presión de los Estados Unidos. Pero hubo una época donde era posible soñar y construir mundos libres, poderosos, soberanos, decentes. Hoy otra generación de hombres y mujeres están intentando recuperar esas rutas que el atolondramiento de las clases dominantes dejó perder, o borraron  para su propia  comodidad. En Venezuela y  Bolivia, en Brasil y en Cuba; en Ecuador y en la histórica ciudad de Lima; en los Andes del Sur y en los valles del Rio de la Plata, el sueño de la libertad sigue retumbando los oídos de los sórdidos nuevos conquistadores.

En muchos rinconcitos hay gente conspirando contra esos nuevos ricos, porque conspirar en Nuestra América consiste en esa vilipendiada herejía de soñar con alimento, con educación digna y para todos, con empleos estables y decentes, con derecho a un techo, con servicios básicos y con espacio para todos los hijos, las hijas y las nietas; soñar y vivir con aire fresco y con agua limpia, con mares propios y con montañas coloridas y valles verdes. En América conspirar es pensar que tenemos derecho a realizar nuestra propia historia, aunque implique siquiera sea un poquito, sacrificar el gusto de los nuevos conquistadores.

Cada doce de octubre, es un día que necesita conspirarse más, hasta que logremos que por fin, no nos acordemos de esta fecha sino como parte de una ignominiosa campaña que nos partió la historia y nos condenó al olvido. Hasta que olvidemos las celebraciones y recuperemos las conspiraciones, hasta ese día, conspirar en octubre será necesario.
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Octubre 12, 2012