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En una ciudad lejana, muy lejana (del progreso) gobernaba un hombre moreno, vacilante de espíritu y mediocre de talento. Llegó al gobierno gracias a una expectativa creada por su antecesor, el amor en la causa de quienes lo seguimos y, de cierta forma, por falta de competencia efectiva en elecciones. Prometió continuar la senda construida años anteriores, mejorar la vida de los ciudadanos, en temas medulares como, construir un sistema integrado de transporte, avanzar en el mejoramiento de la infraestructura y mejorar los derechos de la gente, toda ellas aspiraciones muy positivas. Tanto así que a su gobierno le llamó “positivo”, demostrando su profundo poder de ingenio y creatividad, a la hora de crear una marca para la ciudad que dirigiría en adelante.
Pero vinieron entonces a la fiesta de bienvenida, sus mejores amigos, entre ellos un ex presidente de la Patria del Coco, de quien se conocen de sobra sus vínculos con los carteles de la droga. Gordito él, bajito de estatura, pero grande en astucia, logró hacer que la administración del Alcalde Papaya se convirtiera sin más cortapisas, en el gobierno de la gente, de la gente de él, por supuesto. Y fue más, la familia entera del nuevo burgomaestre trabajó ardorosamente en la repartición de las huestes; madre y hermano dirigieron uno a uno cada nombramiento, empresa por empresa, institución por institución, hasta estar lo suficientemente seguros de que sus amigos y los amigos de sus amigos quedaran bien acomodados para ver desde sus poltronas el nuevo espectáculo. Esta práctica meritocrática (pues constituye un buen mérito ser amigo de algún amigo del alcalde Papaya), quedó en el silencio y aquellos que realmente trabajaron para llevar a Papaya a la casa de gobierno se fueron quedando con las migajas y uno que otro título honorario. Reparte y comerás, era la consigna de la ciudad positiva.
Pasó el tiempo y la expectativa creada fue tornándose en un manto de dudas que con los días dio paso a las frustraciones. Al primer año, el alcalde Papaya no había logrado empezar su gestión, de hecho, algunos ciudadanos habían olvidado ya el cambio de gobierno, no recordaban si la ciudad tenía alcalde, o si en las entidades existían directores, o si los funcionarios de la administración gozaban seriamente de los beneficios de los contratos. Poco se hacía por los habitantes, y por cumplir aquello que con tanto aspaviento se prometió el primer día. “No es que no lo queramos, es que el tipo está dedicado a dar papaya”, comentaba la gente en los corrillos, las calles sin asfalto y en las charlas amenizadas en medio de horas eternas de trancones.
Faltaba contar que desde la casa del Gobierno de la República del Coco, el gobernante de la Patria, enemigo declarado de los amigos del Alcalde Papaya, se había dedicado a aprovechar cualquier error, cualquier descuido, cualquier caída, que como se sabe, sobran en medio de la mediocridad y el desorden. , “cobren, cobren, aprovechen lo que sea, papaya puesta, papaya que recogemos”, declaraba y ordenaba diariamente. Exigía ingenio en el cobro a sus secuaces, reprochaba mayor compromiso a los medios de comunicación del régimen del Coco: “denle duro a Papaya, entrevisten a sus opositores, armen el escándalo que sea con el más mínimo de sus papayazos, no bajen la guardia que el tipo es lo suficientemente papayudo como para que no tengamos algo nuevo que decir contra él todos los días”. Así fue y así se hizo. En adelante, cada vez que Papaya concurría a cualquiera de sus innumerables equivocaciones, al minuto, los más instigadores y los menos hábiles en el arte del cobro, saltaban a los micrófonos y las cámaras, a las columnas de prensa y a las sesiones de debates públicos, para exigir retracciones, cambios de rumbo y cumplimiento de lo prometido. Papaya, absorto de la realidad, convencido de su buen gobierno, respondía con alguna otra caída, a veces peor que la primera.
Se hizo fácil la tarea de los promotores del desencanto, pues las salidas en falso del gobierno Papaya se volvieron constantes, como el día aquel en que las calles fueron levantadas sin ningún escrúpulo para poder adelantar las obras en las cuales correrían las Chivas. Hago un paréntesis para contar que el sistema de transporte masivo de la ciudad aquella, lo constituyen prioritariamente uno aparatos articulados llamados chivas, pues tienen la capacidad de correr entre las calles destapadas, entre el barro y los charcos incontables que se producen donde las lozas de asfalto se levantan paulatinamente o se entierran hasta que no queda rastro de los materiales de la obra. También se les llama chivas porque la gente que tiene la necesidad de recurrir a este servicio, bebe correr, saltar, empujar, avanzar atropelladamente a quien se encuentre delante de la fila, arrumar a los ancianos y coscorronear a los niños; y ya adentro, se deben hacer todos los esfuerzos para acomodarse sobre otros, o sobre las otras, montarse sobre las barandas porque las sillas son casi inexistentes, colgar la cabeza por las ventanas o esconder las manos en las bolsas de los vecinos. Las chivas llevan tanta agente acumulada al tiempo, que en algunos casos los pasajeros alcanzan a tener los mismos pensamientos; entre ellos, el más común: ¿Cuándo hará algo Papaya por mejorar esta indignación?... Solo algo más. La gente no se baja o se sube, los empellones de la masa informe de beneficiaros, te sube o te baja, depende del descuido.
Volvamos. Vino el día en que las pocas calles fueron cerradas para abrir las obras de las nuevas chivas, y como si fuera poco se aumentaron las restricciones a los ciudadanos que contaban con un carro propio, sin distingo de raza, estrato o credo. Para que la gente pudiera acceder al servicio de chivístico, se clausuraron rutas de buses y busetas; pero las chivas ya no daban a basto con la nueva oferta; la ciudad se hizo un caos. Papaya pensaba, y muy en serio, que ahora que no habrían calles debido a las obras iniciadas, debía haber menos carros. Y claro, no pensó en los efectos reales sobre la vida de los ciudadanos, ni en las bajas en el empleo, ni en las pérdidas empresariales, ni el tormentoso servicio de las pocas chivas existentes. Como era de esperarse, contra estas medidas calló el mundo entero, pero no solo los áulicos del gobierno del Coco, sino también los transeúntes que no podrían usar sus propios carros, y los de a pié, que verían como su sistema de transporte se rebosaría aún más de los cotidianamente acostumbrado.
La última vez que tuve noticias del gobierno del Alcalde Papaya, estaba hablando de edificar ahora sí, un metro. Pero parece que no hará más que reconstruir el monorriel que lleva a la sabana, porque si para meter las chivas que le hacen falta al lucrativo negocio de unos cuantos, ha afectado la ciudad entera, no me imagino lo que pensará hacer para convencernos de las bondades de su nueva obra. Queda esperar y ver cómo, por un lado, agoniza la expectativa de quienes creyeron en un gobierno que acentuara los cambios y que no han visto más que dispersión y mezquindad y, por el otro, ver a quienes gozan del banquete de papayas servido por el burgomaestre y a partir de los cuales se alimentan ahora los nuevos discursos electorales que se avecinan en la patria del Coco.
P.D. cualquier parecido con la realidad, nos podría dejar algo positivo.
En una ciudad lejana, muy lejana (del progreso) gobernaba un hombre moreno, vacilante de espíritu y mediocre de talento. Llegó al gobierno gracias a una expectativa creada por su antecesor, el amor en la causa de quienes lo seguimos y, de cierta forma, por falta de competencia efectiva en elecciones. Prometió continuar la senda construida años anteriores, mejorar la vida de los ciudadanos, en temas medulares como, construir un sistema integrado de transporte, avanzar en el mejoramiento de la infraestructura y mejorar los derechos de la gente, toda ellas aspiraciones muy positivas. Tanto así que a su gobierno le llamó “positivo”, demostrando su profundo poder de ingenio y creatividad, a la hora de crear una marca para la ciudad que dirigiría en adelante.
Pero vinieron entonces a la fiesta de bienvenida, sus mejores amigos, entre ellos un ex presidente de la Patria del Coco, de quien se conocen de sobra sus vínculos con los carteles de la droga. Gordito él, bajito de estatura, pero grande en astucia, logró hacer que la administración del Alcalde Papaya se convirtiera sin más cortapisas, en el gobierno de la gente, de la gente de él, por supuesto. Y fue más, la familia entera del nuevo burgomaestre trabajó ardorosamente en la repartición de las huestes; madre y hermano dirigieron uno a uno cada nombramiento, empresa por empresa, institución por institución, hasta estar lo suficientemente seguros de que sus amigos y los amigos de sus amigos quedaran bien acomodados para ver desde sus poltronas el nuevo espectáculo. Esta práctica meritocrática (pues constituye un buen mérito ser amigo de algún amigo del alcalde Papaya), quedó en el silencio y aquellos que realmente trabajaron para llevar a Papaya a la casa de gobierno se fueron quedando con las migajas y uno que otro título honorario. Reparte y comerás, era la consigna de la ciudad positiva.
Pasó el tiempo y la expectativa creada fue tornándose en un manto de dudas que con los días dio paso a las frustraciones. Al primer año, el alcalde Papaya no había logrado empezar su gestión, de hecho, algunos ciudadanos habían olvidado ya el cambio de gobierno, no recordaban si la ciudad tenía alcalde, o si en las entidades existían directores, o si los funcionarios de la administración gozaban seriamente de los beneficios de los contratos. Poco se hacía por los habitantes, y por cumplir aquello que con tanto aspaviento se prometió el primer día. “No es que no lo queramos, es que el tipo está dedicado a dar papaya”, comentaba la gente en los corrillos, las calles sin asfalto y en las charlas amenizadas en medio de horas eternas de trancones.
Faltaba contar que desde la casa del Gobierno de la República del Coco, el gobernante de la Patria, enemigo declarado de los amigos del Alcalde Papaya, se había dedicado a aprovechar cualquier error, cualquier descuido, cualquier caída, que como se sabe, sobran en medio de la mediocridad y el desorden. , “cobren, cobren, aprovechen lo que sea, papaya puesta, papaya que recogemos”, declaraba y ordenaba diariamente. Exigía ingenio en el cobro a sus secuaces, reprochaba mayor compromiso a los medios de comunicación del régimen del Coco: “denle duro a Papaya, entrevisten a sus opositores, armen el escándalo que sea con el más mínimo de sus papayazos, no bajen la guardia que el tipo es lo suficientemente papayudo como para que no tengamos algo nuevo que decir contra él todos los días”. Así fue y así se hizo. En adelante, cada vez que Papaya concurría a cualquiera de sus innumerables equivocaciones, al minuto, los más instigadores y los menos hábiles en el arte del cobro, saltaban a los micrófonos y las cámaras, a las columnas de prensa y a las sesiones de debates públicos, para exigir retracciones, cambios de rumbo y cumplimiento de lo prometido. Papaya, absorto de la realidad, convencido de su buen gobierno, respondía con alguna otra caída, a veces peor que la primera.
Se hizo fácil la tarea de los promotores del desencanto, pues las salidas en falso del gobierno Papaya se volvieron constantes, como el día aquel en que las calles fueron levantadas sin ningún escrúpulo para poder adelantar las obras en las cuales correrían las Chivas. Hago un paréntesis para contar que el sistema de transporte masivo de la ciudad aquella, lo constituyen prioritariamente uno aparatos articulados llamados chivas, pues tienen la capacidad de correr entre las calles destapadas, entre el barro y los charcos incontables que se producen donde las lozas de asfalto se levantan paulatinamente o se entierran hasta que no queda rastro de los materiales de la obra. También se les llama chivas porque la gente que tiene la necesidad de recurrir a este servicio, bebe correr, saltar, empujar, avanzar atropelladamente a quien se encuentre delante de la fila, arrumar a los ancianos y coscorronear a los niños; y ya adentro, se deben hacer todos los esfuerzos para acomodarse sobre otros, o sobre las otras, montarse sobre las barandas porque las sillas son casi inexistentes, colgar la cabeza por las ventanas o esconder las manos en las bolsas de los vecinos. Las chivas llevan tanta agente acumulada al tiempo, que en algunos casos los pasajeros alcanzan a tener los mismos pensamientos; entre ellos, el más común: ¿Cuándo hará algo Papaya por mejorar esta indignación?... Solo algo más. La gente no se baja o se sube, los empellones de la masa informe de beneficiaros, te sube o te baja, depende del descuido.
Volvamos. Vino el día en que las pocas calles fueron cerradas para abrir las obras de las nuevas chivas, y como si fuera poco se aumentaron las restricciones a los ciudadanos que contaban con un carro propio, sin distingo de raza, estrato o credo. Para que la gente pudiera acceder al servicio de chivístico, se clausuraron rutas de buses y busetas; pero las chivas ya no daban a basto con la nueva oferta; la ciudad se hizo un caos. Papaya pensaba, y muy en serio, que ahora que no habrían calles debido a las obras iniciadas, debía haber menos carros. Y claro, no pensó en los efectos reales sobre la vida de los ciudadanos, ni en las bajas en el empleo, ni en las pérdidas empresariales, ni el tormentoso servicio de las pocas chivas existentes. Como era de esperarse, contra estas medidas calló el mundo entero, pero no solo los áulicos del gobierno del Coco, sino también los transeúntes que no podrían usar sus propios carros, y los de a pié, que verían como su sistema de transporte se rebosaría aún más de los cotidianamente acostumbrado.
La última vez que tuve noticias del gobierno del Alcalde Papaya, estaba hablando de edificar ahora sí, un metro. Pero parece que no hará más que reconstruir el monorriel que lleva a la sabana, porque si para meter las chivas que le hacen falta al lucrativo negocio de unos cuantos, ha afectado la ciudad entera, no me imagino lo que pensará hacer para convencernos de las bondades de su nueva obra. Queda esperar y ver cómo, por un lado, agoniza la expectativa de quienes creyeron en un gobierno que acentuara los cambios y que no han visto más que dispersión y mezquindad y, por el otro, ver a quienes gozan del banquete de papayas servido por el burgomaestre y a partir de los cuales se alimentan ahora los nuevos discursos electorales que se avecinan en la patria del Coco.
P.D. cualquier parecido con la realidad, nos podría dejar algo positivo.
Alcaldía,
Samuel, Uribe, Moreno, Papaya, Transmilenio, Chiva