jueves, 31 de mayo de 2018

Aún podemos derrotar la Guerra


Aún podemos derrotar la Guerra

"le queda la tarea a la gente de a pie, a los que se cansaron de trabajar sin horas extras, a los ahogados de los créditos impagables de la educación privada, a los campesinos hartos de las explosiones de la sísmica o las bombas, a las mujeres cansadas de la exclusión patriarcal, a las madres que guardan de sus hijos asesinados las fotos y el deseo de conocer la verdad".


Mauricio Rodríguez Amaya
@MauricioRodríguezAmaya.blogspot.com

Hemos construido un país basado en el odio, en la confrontación armada y en la destrucción física y epistémica del enemigo. La guerra ha sido un sello particular de nuestra política. Pareciera que sin guerra no sabemos cómo organizar el Estado, cómo distribuir los recursos públicos ni cómo construir consensos y disensos democráticos. Hace pocos meses abandonamos una de las más largas, que costó más muertes fuera de ella que en los combates y en las confrontaciones directas entre los ejércitos en disputa;  Los fusiles fueron acallados, pero no hemos sido capaces de pensar diferente a la época en que esos fusiles lo definían todo.  

Hemos pasado la primera vuelta de las elecciones presidenciales y las sorpresas nos son pocas. En números planos, más allá de un eventual fraude, gana un candidato que a voces es la encarnación de quienes se apoderaron de las tierras, desplazaron millones de colombianos, entregaron miles de títulos mineros, promovieron el paramilitarismo y sembraron cientos de fosas. Gana quien mejor sabe vender el miedo, miedo al vecino, miedo a lo diferente, miedo a las alternativas, miedo al cambio. En eso se sustenta la agenda de quienes saben bien cómo enriquecerse haciendo exactamente lo mismo, a quienes saben combinar muy bien la retórica del odio, la práctica de la violencia institucionalizada y la economía parasitaria del narcotráfico y el extractivismo.


No sorprende que en una sociedad precarizada por la pérdida de los derechos del trabajo, violentada en la dignidad por siglos de violencia, enferma de paranoia contra los diferentes, banalizada por la publicidad y aceitada por el afán de lucro, gane el que mejor recoge la esencia de lo que esa sociedad es y conoce. No sorprende que la gente vote por medio almuerzo aunque eso represente perder el refrigerio de sus hijos, o que voten por la minería, aunque sueñen con ir a la finca o la montaña; no sorprende que se inclinen al odio, aunque cada domingo religiosamente se prometan a sí mismos perdonar a los que los ofenden. Pero lo que sí sorprende es que algunos de quienes  han luchado contra ese modelo de corrupción y explotación se hagan a un lado en un momento de definiciones cruciales que podrían ponernos en la ruta de las economías emergentes y en la posibilidad de superar la guerra devastadora.  Sorprende que los adalides de la corrupción dejen solo al candidato que en segunda vuelta puede derrotar a los corruptos. Sorprende que los que ayudaron a construir la paz se hagan a un lado para facilitar el retorno de quienes prometieron hacerla trizas. Sorprende que los que han denunciado la violencia de las mafias, dejen el camino abierto a las mafias para que ganen con sus mayorías aceitadas.



No es el momento de hacerse a un lado, sino de asumir los retos de una disputa histórica entre el poder tradicional de la guerra y la posibilidad de una era de paz; entre quienes se enriquecieron recibiendo las coimas del extractivismo y quienes proponen hacer transformaciones para recuperar la economía con producción y conocimiento. Es el momento de dar la disputa por un cambio de rumbo, que puede tener apuestas alternativas e incluso contra-hegemónicas. Algunos líderes, contrario al llamado del momento histórico, han abandonado la pelea por los cambios en esta etapa de  las definiciones. Quizás porque esos cambios no son su agenda, quizás porque aún siéndolo, temen más a los desconocido de los cambios que a lo conocido de la guerra que también les permitió  fama y prestigio. Algunos de esos líderes han abandonado a la suerte la opción de cambio; entonces, le queda la tarea a la gente de a pie, a los que se cansaron de trabajar sin horas extras, a los ahogados de los créditos impagables de la educación privada, a los campesinos hartos de las explosiones de la sísmica o las bombas, a las mujeres cansadas de la exclusión patriarcal, a las madres que guardan de sus hijos asesinados las fotos y el deseo de conocer la verdad. Esta pelea se hará sin los rostros reconocidos y mediatizados que en el momento de las definiciones abandonaron insolidariamente el cambio. Se hará con millones de rostros anónimos donde se marca la indignación y la dignidad de no desfallecer cuando sus caudillos les han dado la espalda. El cambio habrá que caminarlo sin las grandes lumbreras que se ocultaron por sobrevivencia o por estrategia; el cambio se caminará a pie, preguntando, viviendo las inclemencias del clima y el silencio de la prensa. Así como nos ha tocado siempre, con el corazón en la mano y un buen libro en la mochila, nos corresponde caminar preguntando lo que no sepamos e imaginando para explicar el mundo que nos corresponde construir; nos corresponde derrotar la guerra a los que no hemos renunciado a dejar definitivamente atrás el camino marcado por las cicatrices de las bombas y las minas. Aún podemos soñar y caminar, y mientras se camine y se sueñe, hay esperanza.


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