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jueves, 14 de febrero de 2019

Haití, Venezuela y el uso fascista del humanitarismo


Haití, Venezuela y el uso fascista del humanitarismo

Los imperios hinchan sus pulmones con causas humanitarias cuando de sus aventuras logran las ganancias de la apropiación y el despojo; cuando gracias a las consignas de la libertad o la civilización alcanzan el control de los recursos que hacen “mover sus automóviles”

Mauricio Rodríguez Amaya
www.mauriciorodriguezamaya.blogspot.com

Fuente: El Espectador/AFP

Haití se desangra. Varios días llevan las revueltas populares que han decretado a febrero como el punto definitivo para derrocar al gobierno corrupto de Juvenel Moise, a quien se le acusa de quedarse con más de 3.8 mil millones de dólares que Petrocaribe entregó a su gobierno con destinación a obras de infraestructura y servicios. Los manifestantes mueren a diario. Unos, por las balas asesinas del régimen protegido por El Pentágono, y otros, por el hambre y falta de atención médica. Nada se dice de ayuda humanitaria, nadie levanta la voz de indignación por esta nueva tragedia contra una isla que le enseñó a un continente entero la justa causa de la libertad.

Los ojos de la gran prensa solo miran hacia Venezuela, hablan de ayuda humanitaria a un país cuya economía está bloqueada y saboteada por los mismos que proclaman el humanitarismo. Hablan de enviar aviones repletos de humanidad, hablan de quitar del gobierno al tipo que no se arrodilla, pero callan impunemente frente a los muertos de régimen de Moise, en Haití, donde el Ejército dispara contra sus hermanos a diestra y siniestra, bajo el silencio cómplice de la misma gran prensa que se rasga las vestiduras frente a Venezuela.  Pero ya sabemos que la gran prensa defiende los intereses de las trasnacionales que la patrocina, y por eso, detrás de cada segundo de información sobre Venezuela, están millones de dólares para promover una invasión militar que le entregue a esas empresas el petróleo que nunca debió dejar de estar bajo su poder. Ya sabemos también que la democracia es selectiva y que las causas democráticas sirven para resolver problemas internos de la muy desprestigiada democracia estadounidense.

No solo se trata de la selectividad de los escándalos y las noticias, sino del uso instrumental y selectivo del humanitarismo. Haití, sigue siendo de lejos el país más pobre del Continente; la reconstrucción después del terremoto sigue siendo lenta, los servicios públicos son casi inexistentes y el hambre pulula. No hay campañas internacionales para llevar comida o abrigo a los haitianos, no hay prensa ni gobiernos del norte prometiendo lanzar comida desde aviones o helicópteros, no hay campañas internacionales para devolverle el pan a los niños y a las niñas de la isla; no hay humanitarismo internacional frente a una tragedia humana que envuelve a este país ante el silencio del mundo. Haití sigue abandonada a su suerte, en manos de un gobierno corrupto al servicio de Washington, mientras desde Washington se prometen más de 150 mil millones de dólares para invadir a Venezuela.

Fuente: El Popular.com.ar

Desde tiempos remotos, el humanitarismo ha sido utilizado como pretexto de los invasores, ha servido de bandera legitimadora de la colonización; ya lo decía el célebre humanista francés Ernest Renan, en algunos de sus trabajos repletos de humanitarismo colonial: “La regeneración de las razas inferiores o bastardas por las razas superiores está en el orden providencial de la humanidad… Gobiérnesela con justicia, extrayendo de ella, por el beneficio de un gobierno así,  abundantes bienes, y ella estará satisfecha;  una raza de trabajadores de la tierra es el negro[…]; una raza de amos y de soldados es la raza europea […]. Que cada uno haga aquello para lo que está preparado, y todo irá bien”[1].

En el mismo sentido, se pronunciaba el argentino Domingo Faustino Sarmiento, al servicio de la causa humanista de la gran potencia del norte: “Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella, y la más progresiva de las que pueblan la tierra”[2]. Sin mencionar la reconocida consigna de Monroe, de que la América está destinada a los “americanos”, en sus cartas con el presidente Jefferson quien comentaba sin vacilaciones: “Los ciudadanos de Estados Unidos abrigan los sentimientos más amistosos en favor de la libertad y de la dicha de sus semejantes del otro lado del Atlántico. En guerras de los poderes europeos sobre asuntos que se relacionan con ellos mismos, jamás hemos tomado parte, ni es conforme con nuestra política obrar de otra manera”[3].

Fente: https://www.telesurtv.net/news/Memorias-del-holocausto-indigena-en-America-Latina-20160122-0074.html

Los imperios hinchan sus pulmones con causas humanitarias cuando de sus aventuras logran las ganancias de la apropiación y el despojo; cuando gracias a las consignas de la libertad o la civilización alcanzan el control de los recursos que hacen “mover sus automóviles”, como lo diría el mismo expresidente Obama en su discurso de posesión de su primer gobierno, o como lo ratificaría Donald Trump al momento de hacerse Presidente: “Nosotros, los ciudadanos de Estados Unidos, nos unimos ahora en un gran esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país y restaurar su promesa para todo nuestro pueblo. Juntos podremos determinar el curso de Estados Unidos y del mundo en los años venideros”. 
No puede el humanitarismo seguir siendo utilizado como pretexto al servicio de los intereses internacionales del fascismo; no puede el humanitarismo seguir encubriendo invasiones y genocidios; no puede el mundo seguir viendo cómo la humanidad ve morir los niños haitianos mientras pide asesinar niños venezolanos con las bombas de un nuevo humanitarismo colonial y fascista orientado desde los escritorios que sirvieron de plataforma para auspiciar las intervenciones militares sobre Texas, Nuevo México, Granada, Cuba, Puerto Rico, Panamá, Honduras, Nicaragua, Chile y Ahora Venezuela. No olvidamos que, a nombre de un humanitarismo selectivo y fascista, Estados Unidos sigue destinado a plagar de miseria el continente entero, como lo diagnosticó Bolívar hace un poco menos de 200 años.
Hay otro humanismo, el de la América Nuestra, el de los rostros cobrizos y amarillos, mulatos y mestizos de los pueblos que siguen luchando por su libertad, por la dignidad del trabajo y la dignificación de la vida. El humanismo de los pueblos de la América que rechazan con vehemencia seguir siendo objeto de las aventuras militaristas de Estados Unidos, de Europa, o de cualquier otra potencia que desde el norte quiere jugar a la guerra en las tierras de nuestro sur global. Cualquiera que sea el promotor de la guerra, no pondrá los muertos; los muertos serán los hijos y las hijas de este sur, que sueña, como diría Martí, con que algún día logremos la segunda y definitiva independencia. Nuestro humanismo es la paz, la autodeterminación de los pueblos y la justicia social; nuestro humanismo, es llevar en el corazón y en la mente, la solidaridad a los hombres y mujeres que en Haití siguen luchando por pan y democracia ante el silencio sórdido del mundo; nuestro humanismo consiste en rechazar el genocidio contra el pueblo de Venezuela, y de paso contra las aventuras del fascismo que quiere renacer en varios rincones de esta tierra herida y renacida mil veces, desde que los “humanistas” europeos vieron con buenos ojos venir a asesinar “salvajes”.

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[1] Citado por Aimé Cesaire en Discours sur le colonialisme (1950). En Retamar (2005).
[2] Retamar (2005), citando a Domingo Faustino Sarmiento.
[3] López-Portillo y Rojas, José (1912). la Doctrina Monroe. Versión PDF.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Gracias, Camarada Alvaro


Gracias, Camarada Alvaro

“El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza”.
Antonio Gramsci, 1916.

Mauricio Rodríguez Amaya
  
Fuente: Semanario Voz



Todavía recuerdo la mañana en que Alvaro Vásquez Del Real me obsequió esa antología de Antonio Gramsci, editada a principios de los años 70 por Manuel Sacristán para Siglo XXI; el libro traía más de la mitad de las hojas sueltas, pero yo me di a la tarea de mantenerlas juntas hasta donde fue posible contener la libertad de los facsímiles (muy paradójico para una obra que se escribió en gran parte en la cárcel). Fue en la sede de la 32 –cuya nomenclatura ya cambió, porque nuestro norte queda más al sur- cuando fui dirigente de la Juventud Comunista y Alvaro era ese hombre mamagallista y sarcástico que hablaba poco, pero cuya contundencia era sencillamente incomparable. Fue por esos días de las escuelas de secundaria en donde nos dimos a la tarea de llevar a las nuevas generaciones las voces célebres y necesarias de Nicolás Buenaventura, Medófilo Medina,  y Arturo Alape, entre otros intelectuales que bien podrían contarse en la lista prolija de los imprescindibles.  Dar tribuna a las voces de algunos que se fueron del Partido con la tregua del 91 era un acto más o menos temerario; pero Alvaro nunca me recriminó ese hecho, sino que, por el contrario, me buscó en la oficinita que teníamos al fondo de la casa antigua de la 32 para regalarme ese libro descocido y otros varios que recuerdo con menos precisión. “Tome para que vea qué le sirve de eso”, fueron casi las palabras exactas con que Alvaro puso sobre la mesa varios ejemplares de la Editorial progreso y de otras menos conocidas, algunos trabajos propios del CEIS, muy muy antiguos, cuando publicaba textos de pedagogía y educación popular, y la inolvidable antología de Antonio Gramsci.

Toda la vida agradeceré a Alvaro Vásquez por esa concesión reveladora; pero también le agradeceré las palabras que casi a diario nos cruzábamos en la sede, o caminando hacia el sindicato de los petroleros, o en las Escuelas revolucionarias de la JUCO. Nunca olvidaré las intervenciones de Alvaro en la célula petrolera que más bien terminaban convertidas en conferencias magistrales de un marxista impecable, de un mamagallista nato y de un comunista sin adenda alguna.
 
Fuente: google.com


Alvaro hablaba poco de su vida, así que cuando le propuse entrevistarlo para el homenaje que organizamos a Jesús Villegas, quien había muerto poco tiempo antes del acto inaugural del X Congreso de la JUCO, me dijo casi sin pensarlo, “entreviste a Gilberto que él sí sirve para eso”. Y así lo hice; Gilberto Vieira había caminado toda la historia del Partido, muchos de esos pasos al lado de Jesús Villegas y de Alvaro Vásquez y de otros muchos y otras muchas que no conocí y que aún no han sido redescubiertos para las próximas generaciones. Pero Alvaro se negó a conversar conmigo sobre su historia para que fuera incluida en ese material del Power Point del que no logré conservar copia alguna. Sin embargo, en otras ocasiones conversamos sobre la cárcel, sobre el partido clandestino, sobre las masacres en tiempos de la UNO, sobre la violencia incontenible contra la UP, sobre lo estratégico que resultaba aprender y contribuir en la causa de los petroleros y sobre su gusto casi pastoral por inducirme a abandonar el sectarismo que envejece cualquier doctrina revolucionaria.

 
Fuente: Semanario Voz

En efecto, Alvaro había recuperado el espíritu Comunero desde el Tolima al servicio de la clase obrera, había sufrido la cárcel en la época en que el Partido Comunista fue declarado ilegal y la clandestinizacion era la opción de aquellos comunistas para preservar su lucha. Había aprendido sus propias lecciones en la acción parlamentaria, en lo que llamó la democracia marginal; había desatado su pluma desde joven y se había convertido en educador del Partido; caminó la reconstrucción del movimiento obrero y formó una generación de dirigentes sindicales que se dieron a la tarea de construir la CUT; Alvaro fue Secretario General del Partido, y desde esa difícil posición a la que supo renunciar a tiempo, impulsó a manos llenas las tareas de la paz, la lucha contra la violencia sociopolítica institucionalizada y la necesidad de ampliar la lucha de masas en todos los niveles de la sociedad. Álvaro fue siempre un educador, un organizador obrero, un intelectual orgánico, y sigue siendo un político brillante y un mamagallista nato.

Alvaro lo repetía en cada charla, en cada conferencia, en cada conversación coloquial acompañados de Julito, su compañero eterno, camino a la USO: “la respuesta  a la dictadura, son las masas, el partido clandestino tiene la tarea de luchar por su legalidad, y su legalidad es poder estar al seno de las masas; en las épocas de alta violencia sociopolítica, el mejor protector del partido revolucionario son las masas, estar no solo en medio, sino en el corazón de las masas, y cuando el partido se aburguesa o se burocratiza, el mejor catalizador de sus errores son las masas; “sin masas no hay partido, el partido no nació para la clandestinidad ni la burocracia, sino para disputarle abiertamente el espacio político a la burguesía en el corazón de la lucha de masas”, esta no es simplemente una tarea, es el deber ser de cualquier revolucionario comunista.

 
Fuente: Google.com

Hoy quiero recordar las impresionantes lecciones de política que recibí casi a diario de Alvaro Vásquez del Real en ese hermoso periodo de mi vida militante; recordar sobre todo lo vigente y vigoroso que resulta su pensamiento, su mirada precisa sobre la táctica y su capacidad de pensar estratégicamente nuestros proyectos emancipatorios. Y sobre todo, nunca le agradecí como hoy ese gesto simple y afectuoso de regalarme ese libro revelador de Antonio Gramsci. Hace rato no converso con el viejo, y eso, en sus términos, cabalmente puede expresarse así:  “qué calamidad ala”.


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jueves, 31 de enero de 2019

Bicentenario, de qué?


Bicentenario, de qué?

“Pero, así como nuestros pueblos no olvidan sus triunfos, el invasor tampoco olvida su derrota, y han decidido, no por coincidencia, que este 2019, en pleno bicentenario, se hará trizas lo que queda de la memoria colectiva de nuestras luchas por la libertad”.

Mauricio Rodríguez Amaya


fuente:https://www.google.com

No es coincidencia, que precisamente por estos años, las armas de Estados Unidos sueñen con establecerse en nuestros territorios; no es coincidencia, que una guerra fratricida contra los hermanos y hermanas de la América Nuestra aparezca como inevitable. Hace más de doscientos años, una generación de hombres y mujeres soñaron y trabajaron por el propósito de la libertad, recogiendo las banderas de las incontables luchas indígenas y negras por la independencia; hace doscientos años no solo fueron derrotados los europeos que plagaron de miseria y muerte el continente entero, sino también los espíritus invasores que desde Estados Unidos veían en estas tierras la prolongación de su imperio. Hace doscientos años, fueron derrotados Europa y Estados Unidos en las tierras y en los mares de la América Nuestra; pero si nosotros recordamos esa victoria de hace doscientos años, debemos tener seguro que el gringo tampoco olvida su derrota.

Desde las resistencias indígenas, pasando por las incontables independencias negras del cimarronaje africano que vistió de colores y tambores toda nuestra América, hasta las independencias impulsadas por las nuevas generaciones de criollos ricos, el siglo XIX le dio a Nuestra América un aire de libertad que supo saborear con agrado, aunque no por mucho tiempo. Las pugnas internas rompieron nuestra gran nación latinoamericana en pequeñas republiquitas manipuladas por empréstito gringo y británico, condenadas a servir fielmente los intereses de los imperios y a pagar el favor con las enormes riquezas de la tierra y el mar. Pronto los gobiernos de criollos ricos, fieles a los ideales de Europa y Estados Unidos, hijos legítimos del colonialismo y el patriarcado, tomaron el rumbo de las nuevas instituciones, para hacer lo mismo que el poder extranjero, pero ahora a favor de las nuevas familias poderosas que se instalaron para controlar la tierra, la fuerza de trabajo negra e indígena, el desprecio por lo femenino, la exaltación del catolicismo y la copia burda de instituciones republicanas en tierras manejadas como feudos. En pocos años, la nueva estirpe dirigente nos condenó a guerras entre hermanos y hermanas, en el chaco y en el Caribe, en Centro América y en la Pampa; en los primeros años de independencia, se consolidaron los proyectos esclavistas y se declaró la guerra a los pueblos indígenas y negros, tanto en México como en Colombia, en la Pampa Argentina y en bella Venezuela; la guerra fratricida de Rosas y de Mosquera, promovió el exterminio los pueblos originarios y ordenó el destierro, la esclavitud y la muerte de miles de aquellos que se negaron a someterse al modelo civilizatorio colonial, patriarcal y extractivista.


Entonces vale la pena preguntarse, qué conmemoramos? En primera medida, conmemoramos las incontables insurrecciones indígenas y negras por todo el continente, que hoy siguen tronando en las montañas y en los mares para exigir respeto, pan y paz. conmemoramos el empoderamiento de las mujeres que con los feminismos del abya Yala han recuperado su lugar histórico en las luchas contra el poder patriarcal, capitalista y colonial; conmemoramos las trasgresiones del arte popular, de las voces juveniles cansadas de seguir el libreto vetusto de la dominación colonial sobre sus cuerpos y esperanzas. conmemoramos la vida de un continente que se ha tejido a pulso con el dolor y la sangre de miles de hilos cortados en la urdimbre de nuestra historia. conmemoramos la creatividad que no se agota, la agroecología que busca salvar el planeta, la imaginación indígena y la potencia negra. conmemoramos la vida que nos queda en medio de los vientos de guerra y muerte.

Pero, así como nuestros pueblos no olvidan sus triunfos, el invasor tampoco olvida su derrota, y han decidido, no por coincidencia, que este 2019, en pleno bicentenario, se hará trizas lo que queda de la memoria colectiva de nuestras luchas por la libertad. El invasor sabe que no es suficiente con usurpar el poder y producir muertos, sino que tiene claro que debe destruir los símbolos y los valores de las sociedades que ha puesto bajo su dominio. No es gratuita la época en que con fiereza el invasor nos condena a la guerra. Es parte de la destrucción icónica de nuestras identidades nacionales y territoriales; el bicentenario de esas primeras independencias incómodas, resulta una buena época para volver a demostrarnos que tienen la fuerza para plagar de miseria un continente entero.

Este 2019, arranca con una profunda amenaza de recolonización capitalista trasnacional. Las empresas poderosas de la guerra, el petróleo y el oro, han puesto sus ojos en las enormes riquezas venezolanas, y usando todos los libretos de intervención, apoyados por su absoluto control sobre los medios de comunicación y sobre los gobiernos proclives a su agenda, amenazan con una casi inminente toma militar del Estado venezolano. Los gobiernos del continente se han dividido en pros y contras, y los pueblos están fraccionados entre los que se guían por el odio del fascismo mediatizado y los que aún se manifiestan en rechazo a la nueva guerra imperialista. Con un continente dividido, entregado en gran parte al fascismo trasnacional y condenado a sus deudas de corrupción, cumplimos este bicentenario.


La década entera ha estado harta de los intentos belicistas sobre el continente; Honduras, Brasil y Ecuador pueden hablar con precisión de los efectos dominadores del fascismo impulsado por las trasnacionales del capitalismo global. Colombia, que no ha conocido aún una experiencia de aquellas que denominados progresistas sobre la primera década de este envejecido siglo –no tanto por sus años como por sus odios- sigue al servicio ciego de los intereses trasnacionales, siempre violentos, siempre corruptos, siempre insultantes. Gozamos con el despreciable título del hermano lacayo que es capaz de agredir a su propio hermano para gozar con las migajas de la mesa del vecino. La pobreza patriótica de nuestros gobiernos nos ha puesto ante la vergüenza continental como un país sin dignidad ni escrúpulos. Los gobiernos de estas épocas insultan el derecho de los pueblos y prestan sus bases militares para asesinar hermanos; vergüenza producimos en el continente y de vergüenza está plagada la cúpula corrupta que ostenta el poder, para quienes la guerra, contra el que sea, es la cortina perfecta para ocultar sus fechorías. A doscientos años de las primeras independencias, el gobierno de turno, sigue mostrando que no hay límites para el odio y la corrupción y que no están dispuestos ni siquiera a respetar los principios básicos de la democracia republicana que dicen representar. ¿Qué conmemoramos? conmemoramos el proyecto frustrado de la unidad republicana de Bolívar y de Martí, de Leona Vicario y de Juana Azurduy; conmemoramos la cita incumplida de Angostura, y conmemoramos la fragmentación potenciada por la banca trasnacional que hoy sigue haciendo de las suyas en nuestro continente. No los conmemoramos, porque compartamos ese camino de la derrota de la América nuestra; lo conmemoramos porque esos sueños y esos proyectos siguen vigentes en el corolario de las luchas por la tierra y el agua de los pueblos nuestroamericanos que no se rinden ante el poder injurioso del imperio.

Como hace 200 años, los pueblos marginados y mancillados por las familias poderosas que suplantaron el poder español y estadounidense para seguir al servicio de sus instituciones, nunca abandonaron la lucha ni han abandonado la esperanza de un continente nuevo. Desde la gran lección de la independencia Haitiana, la primera de todo el continente, hasta las banderas emancipatorias del zapatismo, de las cholas aymaras, de los combatientes mapuches de Chile y las sonrisas maravillosas del pacífico afrodescendiente, las banderas de la libertad, la dignidad y la paz, siguen ondeando en sus territorios y trincheras.

Hoy Venezuela está amenazada por las bombas que destrozaron a oriente medio con toda y su milenaria historia cultural y política; hoy Venezuela y todo el continente siente la bota militar de nuevo entrando a sus calles y casas asesinando gente para cumplir las metas del imperio, como en Panamá, como en Nicaragua, como en la Chile, como en Guatemala. Hoy, a doscientos años de las independencias, es hora de batir el clamor contra la guerra, es hora de enarbolar la dignidad como bandera y es hora de recordar  lo que José Martí, ese hermano gigante de Nuestra América, nos dijo hace casi 150 años: “El amor, madre, a la patria, no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca“.

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martes, 27 de julio de 2010

La Guerra del Bicentenario


La guerra del bicentenario

Ante el Presidente Álvaro Uribe Vélez se posesionó este martes Luis Alfonso Hoyos Aristizábal como Embajador de Colombia ante la Organización de Estados Americanos (OEA). El nuevo representante ante este organismo continental ocupó la Dirección de la Agencia Presidencial para la Acción Social y la Cooperación Internacional. Foto: Felipe Ariza - SP

Mauricio Rodríguez Amaya

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¿Como le caería al continente la guerra de Uribe contra Venezuela en plenas festividades del bicentenario de las primeras independencias?¿ Porqué el interés del ubérrimo de encochinar las conmemoraciones bicentenarias, a sabiendas que en quince días se acaba su gobierno?. Hacer el mal, dejar su huella revanchista, alimentar el odio entre hermanos y cumplir juiciosamente la tarea impuesta por el pentágono, son algunas de las razones.

Pero existe otra que me llama poderosamente la atención. Una labor más sutil, más ideológica, menos pragmática. Aunque las amenazas belicistas del capataz de Nari, no llegasen a la concreción contra el pueblo venezolano y su gobierno, no hay duda que la agresión tiene un sello histórico: demostrar que en los últimos doscientos años, la división, el enfrentamiento fraterno y las heridas entre nuestros pueblos prevalecen sobre los anhelos de unidad continental y popular. Desde los inicios de su gobierno, Alvaro Uribe Vélez (AUV) fue un enemigo de la integración latinoamericana, de la búsqueda de caminos propios de los modelos populares cercanos.

Desde sus inicios se enlistó en las filas del ALCA, y ante su derrota se entregó a un TLC, que por distintas razones ajenas a su voluntad no ha podido entrar en vigor. Luego impulsó el odio entre Ecuador y Perú, promovió la animadversión contra Venezuela y recibió como héroes a los traidores que hicieron el golpe de Estado contra Chavez en 2002. Prohibió en Colombia la ideología chavista; invadió vilmente la República ecuatoriana; se adelantó a recibir gloriosamente a los golpistas de Honduras antes que su golpe se disfrazara de democracia con unas elecciones arregladas. Si en esta etapa ha habido un gobierno abiertamente opuesto a los ideales populares de América Latina, es el de Colombia, para vergüenza de los colombianos y para orgullo de las vetustas oligarquías continentales.

En plenas conmemoraciones del bicentenario, AUV montó un nuevo show mediático contra Venezuela; en boca de un delincuente más de su ralea (Luis Alfonso Hoyos) Uribe agredió de nuevo al pueblo venezolano, arremetió contra su gobierno y pretendió poner a la OEA a favor de otro intento fratricida. Mostró unos mapas bajados del google (o del Ricón del Vago, da lo mismo) profirió improperios antes y después de la sesión y amenazó con iniciar una aventura guerrerista. Luego, después del escándalo, guardó silencio, se ensimismó en sus gotas de valeriana y dejó que los medios oficialistas de Colombia hicieran el resto del trabajo.

Es triste que mientras el resto del continente recuerda con orgullo los primeros estertores que nos permitieron lograr la independencia de las potencias europeas en los primeros años del siglo XIX, el gobierno de Colombia sea el instigador del odio, el promotor del belicismo entre pueblos hermanos y el conspirador más importante contra el proyecto integracionista latinoamericano. Da vergüenza y da rabia; el aislamiento en que se encuentra nuestro país en relación con las naciones hermanas no tiene precedentes; el odio que despierta Uribe en todo el continente lo viven sin amparo los compatriotas que habitan otras tierras; Uribe juega el papel del borracho empedernido y bollero que en medio de la fiesta expela su inmundicia sobre la torta, golpea a los invitados y descarga sus heces en la puerta de la casa. América Latina asiste estrepitosa al espectáculo bochornoso de este enano pendenciero, que ama la guerra más que a sí mismo. Duele saber que nos gobierna, tranquiliza saber que ya se va.

AUV, tiene el serio propósito de envilecer las festividades del bicentenario, no tiene nada de raro que sus aspavientos hagan parte de alguna treta programada por los padres del Monroismo, para intentar convencernos que la división sigue siendo nuestro fatal destino; mientras este títere se juega su propósito, el resto del continente, incluyéndonos a miles de colombianos, queremos vivir este bicentenario en paz, en medio de una nueva ruta que una definitivamente el destino común de Nuestra América.

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Escuche esta semana

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miércoles, 30 de junio de 2010

Felíz Cumpleaños Gringos - Escúchelo en La Hora del Necio

Esta semana (del 30 de Junio al 7 de Julio) en nuestro programa La Hora del Necio estaremos celebrando el 4 de Julio, gloriosa fecha en que los Norteamericanos se independizaron y empezaron a regar su libertad por todo el mundo, con el consabido método Pecos Bill. Además de nuestras acostumbradas secciones:

  • Oración de la semana: Oración al Tío Sam.
  • Música del Necio: "Pecos Bill" de Luis Aguilé.
  • Un Espacio para la incultura: Tango y Rock,cambio de cancha.
  • Palabras Misteriosas: Anglicismos usados en español.
  • Farándula: Usted quiere adoptar un niño… nosotros sabemos donde!
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miércoles, 20 de enero de 2010

Época del Bicentario: ¿qué tanto hemos aprendido?

Epoca del Bicentenario


¿Qué tanto hemos aprendido?




Por :Mauricio Rodríguez Amaya


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El 20 de julio de 1810 es considerado, en nuestra historia como el primer grito de los hombres y mujeres de estas tierras por la libertad. Esta brega se inició mucho antes, desde la resistencia indígena pasando por la valerosa acción de los artesanos encabezados por José Antonio Galán, quien erigió su hazaña desde una febril mañana de aquel mayo glorioso de 1781. Sin embargo, fue en 1810 cuando se sintieron los primeros estertores de la derrota definitiva de chapetones y virreyes, mientras la nueva clase de criollos, apoyada en libertos naturales y cimarrones venidos de ultramar, crecía vertiginosamente en madurez y experiencia para dirigir por su cuenta los destinos de un país naciente.



1810 representa la síntesis de años de trabajo diario e incansable de hombres y mujeres que durante un largo periodo, menos célebre entre los libros de historia, se dieron a la tarea de ir construyendo las bases de la independencia, no solo del gobierno, sino también de las letras, las ciencias, el arte y la cultura; actuaban bajo condiciones de opresión permanente, que obligaba a que las labores insurrectas se realizaran en el más entrañable secreto, mimetizados entre bibliotecas fecundas de plegarias medievales o entre los lentes del primer observatorio astronómico, venido con la Expedición botánica, a servir de caldera a los ánimos de una generación dispuesta a morir por la causa de la libertad.




1810 marca una ruta conflictiva contradictoria, en la cual la división entre criollos y la fragmentación colonial, -atada a los rezagos de un feudalismo vetusto- dio al traste con el sueño posible de la unidad de la patria, y lo que fue un epígrafe de futuro provisorio y libre, se convirtió en el epitafio de sus propios creadores. La experiencia posterior a la huida cobarde del virrey y su séquito de borlas espantadas, aquel 20 de julio, es ante todo aleccionante y triste: los nuevos dueños de tierras y esclavos (criollos ricos y clérigos) se apegaron a las cadenas que ataban al pasado servil y repulsaron el cambio hacia una república moderna; corrompi9dos por sus nuevas conquistas los terratenientes rompieron en trazas incontables las venas de la patria y lo que pudo ser un solo pueblo fue divido por odiosas diferencias alimentadas por falsos odios contra el resto de la raza hermana. La guerra vino a sellar el sino triste del fratricidio. Victoriosos unos un día, caían en la tarde como moscas, tras una zarpa vengativa que cambiaba en horas decretos y epigramas; los héroes de la noche eran en la mañana la ferviente muestra de abyección y vergüenza.



Mientras tanto, el oprobio ultramarino ganaba aire tras la recuperación de la corona en manos de sus antiguos dueños. Volvieron para usurpar lo liberado y en el mantel en el que se les sirvió la bienvenida, que más bien tenía el acento fúnebre de una vergonzosa abdicación, cayeron las cabezas en orden de importancia, de quienes hicieron lo posible en medio de tanto odios y reyertas.



Duró cinco años este experimento, y a pesar de las cabezas cortadas y los cuerpos calcinados a manera de escarnio, en las almas y las conciencias del pueblo ya había sido sembrada la semilla de la patria libre. Y un pueblo que ha conocido la libertad ya no puede dormir tranquilo si la ve asaltada. El nuevo asalto imperial solo duró unos cuantos años de terror y miseria; la pasificación, que era la demolición de las instituciones republicanas nacientes para levantar las vigas de la corona derrumbada y sombría, no logró contener el ímpetu de un pueblo ultrajado pero no rendido, asolado por la hambruna pero nunca abatido, y aún usando las faldas de sus mujeres ante la desnudez y la miseria, remontaron las montañas y cruzaron los valles para dar el cañonazo feroz con el que se sellaba para siempre la independencia de la patria naciente y el sueño de ser insignes guías de nuestra propia historia. Todo esto se logró después de un 20 de julio. Los agostos triunfantes y los años siguientes deben su gloria a la gallardía, la entereza y la honra de quienes, un 20 de julio abrieron la zenda de la independencia para que no volviera a ser clausurada.




¿Qué tanto queda de aquello que llamamos independencia? No había bajado el alborozo por la patria nueva, cuando los caudillos criollos repletos de medallas y laureles, se aprestaban a imponer las banderas de los Estados Unidos en las nuevas naciones. Bolívar observó con desamparo la treta que se fraguaba contra la libertad, y preocupados por su reacción, los nuevos lacayos planearon su muerte. Escapó el padre de la Gran Colombia a la intentona homicida, pero no pudieron nuestros pueblos frenar el espíritu entreguista de una estirpe demasiado enseñada a obedecer y sumamente preocupada por expandir sus fortunas aún a costa de las patrias libres. Santander nos endeudó hasta siempre con el Norte; Mariano Ospina Rodríguez promovió una frenética campaña de anexión a los Estados Unidos, que de no haber sido por la intervención histórica del General Mosquera, seguramente habría consumado su genuflexo idilio. Rafael Nuñez trajo a los marines de la patria gringa para defender su degenerada regeneración y el favor fue pagado años después por otro conservador de bajo cuño: José Manuel Marroquín, quien pagó con Panamá los favores recibidos por el gobierno Yanky durante el exterminio fratricida de guerra de los mil días. Tras las bayonetas vinieron las multinacionales y con ellas la expoliación de la madre tierra y el hambre para los colombianos. Incontables son las maniobras entreguistas de los gobiernos de turno durante el siglo XX, salvo contadas excepciones. Militarismo, dominación de la economía e ideología del consumismo, son las principales consecuencias de la entrega al poder imperial de los Estados Unidos de Norteamérica. Solo por esto días el títere de turno ha entregado las bases militares en manos extranjeras, necesarias para preparar sus nuevas aventuras contra los gobiernos que en esta porción del continente trabajan por hacer posible el sueño de Bolívar y Nariño, San Martín y Manuela. Tenía razón Iriarte al plantear que las republiquetas que nacieron de nuestra independencia se parecen a sus genuinos fundadores. Si se parecieran a Nariño y a Bolívar, serían los Estados Unidos de Hispanoamérica.



La libertad está en ciernes; estamos amarrados al empréstito externo, y con este se manipula la política y el pensamiento. Las escuelas se empeñan por repetir las doctrinas que conducen al destino manifiesto, la televisión goza con la copia y los gobiernos se entregan antes que les pidan. Por eso, el bicentenario es una época para conmemorar aprendizajes y derrotas, de vivas victoriosas y lágrimas de muertes y tristezas. La época del bicentenario es para pensar sobre lo que hemos hecho con la patria de Nariño y Galán, Santander y Policarpa, de Caldas, de Torres y doña Antonia Santos. Vale la pena pensar si hemos hecho lo honrosamente correcto con la obra de la independencia, si hemos hecho de la patria el hogar deseado y el terruño que ofrecerá la sabia de nuestros nietos y bisnietas. La época del bicentenario es también una oportunidad para mirar el presente, no con la vista puesta en las fiestas de reverberaciones sobre lo acontecido hace ya tantos años, sino con la mirada en el futuro, que es el futuro de la humanidad. La época del bicentenario debe servir para reflexionar si nuestro pueblo tiene la dimensión histórica del reto que le corresponde, en medio de una patria mancillada y dolida por los azotes del tirano de turno o del protervo imperio que los manda.



Recuperar el camino de la independencia, no es cuento del pasado ni oblación de héroes: es el compromiso de quienes soñamos con un mundo libre de las tiranías remotas y cercanas, es nuestro compromiso con una generación que aspira abrazar la naturaleza como a nuestra propia madre y percatarnos que la hemos abandonado en manos avarientas y toscas al calor y al amparo. Volver a pensar la independencia, es cuestión de orientar la mirada en el horizonte, donde está la esperanza.







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