La chica de la tela
Almaro
Ya hace varios días que no viene; he
estado esperando inútilmente sobre las 9 o cerca de las 4, que eran las horas
en que acostumbraba a verla desde la ventana que deja luz al pequeño escritorio
donde trabajo en esta agencia de viajes. Ella venía, silenciosa, sola, con su
maletita de estudiante, dejaba en el suelo sus pertenencias, sacaba una enorme
tela negra, y empezaba, sin decir una sola palabra, a improvisar una serie de
movimientos que con el tiempo se iban volviendo más fuertes, más intensos, más
conmovedores; después de algunos minutos, iniciaba un monólogo extraño, entre
sonidos estridentes y textos de alguna obra teatral, una poesía o alguna canción
de tierras lejanas; cantaba, gritaba, gemía, hablaba en susurros, con su voz
tenue, melancólica, fuerte, aguda y grave. La primera vez que se instaló frente
a mi ventana, pensé que se trataba de alguna chica buscando algún aliento
económico con su presentación unipersonal, sin ayuda, sin compañía, solo
algunos transeúntes que se dejaban salir de su camino para introducirse en la
rutina de esta chica; muchas personas la miraban extrañados al pasar a su lado,
e incluso, algunas veces los agentes del orden intentaron detener su ejercicio
infructuosamente, porque mientras ajustaban esos movimientos extraños a un
delito perseguible, el ejercicio se daba por finalizado; otras veces vi rostros
absortos convertidos en sonrisas y en otras ocasiones, vi gente dejar pasar
minutos de sus vidas para convertirse en su público gratuito.
Muchas veces la vi repetir su extraña
presentación, nunca pidió monedas ni esperaba recibir aplausos, solo ella y su
enorme tela negra llegaban y se iban en el mismo silencio absorto. Con el
tiempo comprendí que no era la necesidad de la limosna la causa de sus vueltas
en el suelo; entonces pensé que se trataba de una actriz de alguna compañía
teatral que había decidido abstraerse de su grupo para preparar su presentación;
también llegué a pensar que se trataba de una estudiante que por alguna razón extraña,
abandonaba la comodidad de los salones de clase y los portentos auditorios y por la dureza de los andenes y el cemento para desarrollar sus
corporencias, (que es como le llaman las actrices a las conversaciones que se
realizan con el cuerpo) sin más aspiraciones de público que los pocos transeúntes
extrañados, los policías al servicio de la cuadra y yo, yo desde mi ventana y
mi escritorio de venta de viajes.
Cuando ella convierte la calle en su
escuela, su campo de combate, su teatro, o lo que sea, los transeúntes se
detienen, miran un poco, pretenden haber comprendido alguna cosa, y luego se
retiran; yo no, yo me quedo observando toda la secuencia, paro mis ocupaciones
y me deleito con su voz y su danza, con su cuerpo y su cabello, casi tan largo
como la tela negra en que se envuelve sobre el suelo frío; Cuando termina cada
presentación, está extenuada, sudorosa, cansada; toma con el mismo silencio y
la misma calma su maletita de estudiante y se retira, sin aplausos, sin
público, solo yo, que ya no puedo concentrarme en estas solicitudes de créditos
de viaje. Pienso en qué querrá decir con sus discursos, por qué baila en su
tela y se deja envolver sobre ese suelo duro; por qué la gente no se queda
hasta el final, a ver qué pasa, cómo termina todo eso; pienso si por algún
momento cambiará la escena, dirá otra cosa, saldrá de su sencilla presentación
absorta y mirará de frente a mi ventana y sabrá que la observo, que disfruto
mirar su cabello negro, su tela interminable y sus ojos intensos, oscuros,
brillantes, su movimiento compulsivo y frecuente, su sonrisa y sus labios, su
sudor y su maletita de estudiante.
Ahora mismo no puedo concentrarme en
estos papeles, solo quiero saber en qué lugar de la ciudad su tela estará
envolviendo su cuerpo, y cuanta gente pasará sin mirarla mientras yo deseo que
venga de nuevo, para salir de esta oficina lúgubre, a romper definitivamente mi
silencio, y hasta quizás acepte algún refresco, o un café; decirle que la
observo con la pasión del teatro o de la pantalla del cine; que quiero saber
por qué lo hace, qué nos quiere decir, de quién son esos textos, por qué
escogió precisamente instalarse frente a mi ventana. Ella no viene y no puedo
pensar en otra cosa, mientras se acumulan estas solicitudes de crédito de
viaje, de gente que quiere salir de esta ciudad bajo cualquier pretexto; yo en
cambio, quiero salir de mi oficina, quedarme en la ciudad y buscarla, porque en
algún lugar, estará silenciosa y bella, envuelta entre su tela y su cabello,
hablándole a los nadies, conquistando otros ojos, mientras los míos solo
quieren mirarla una vez más para poder volar con ella sobre su enorme tela
negra, en la que debe viajar todos los días desde su mundo mágico hasta mi ventana.
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