sábado, 15 de junio de 2019

Hija


Hija






Almaro

Nací el mismo día cuando vi tus ojos. Ya tenía sospechas que vendrías para revolcarlo todo, para poner a latir este corazón inagotable, para llenar de vida la vida completa, para que cada paso y cada palabra tuya lo cambiara todo, lo hiciera letra, flor, caricia, amor, alimento, calma. Llegaste entre los vientos de abril y las esperanzas de la juventud; traías entre tus manos la estrella que me guía.
 

Fuimos caminando desde la casa al primer día del colegio y ni tú, ni tu mami ni yo queríamos movernos de la puerta; vivimos heridas de los primeros días y aprendimos a curarnos juntos; luego todo era una fiesta entre colores y dibujos mágicos que aun conservo como se conservan los tesoros de la Atlántida. Luego fuimos muchos días a la escuela y al parque, a la tienda y al cine; en las noches, leímos muchas historias que se iban quedando en tu memoria mientras venían los sueños, y cuando sentías que mi voz se apagaba, entre el cansancio y las horas, volvías en sí para pedir con tu voz entre dormida, sigue leyendo. 




También nos separamos muchos días y las lágrimas nos hicieron abrazarnos infinitamente para recordarnos que en nuestros brazos están los secretos que se necesitan para respirar. Luego vinieron tus palabras bellas, tu amor por las divinas, tu canto a tientas de las letras de las populares, y tu sonrisa milagrosa en la que se olvidaban todas las angustias.



Aprendimos a leernos los cuentos y los ojos, a quedarnos en silencio sobre los dibujos y sobre la pradera de los parques. Aprendimos a respirar al mismo tiempo y aprendí a subir las escaleras mientras me ganabas todas las carreras. Aprendí a vivir por primera vez siguiendo cada uno de tus pasos. Aprendimos a viajar juntos y a conocer de la mano otros destinos, otros idiomas, otras geografías de este planeta que se nos quiere volver más pequeñito.

Vas creciendo y en tus ojos es donde quedan los secretos de la esperanza; en cada marca de este calendario estás más grande, y a veces a mi lado, sueñas con alcanzar mi estatura mediana. Reconoces que te falta trabajo, pero estás tranquila porque sabes que más temprano que tarde me mirarás desde más arriba y besarás mi cabeza cuando me abraces en silencio y mi corazón brinque como niño cerquita de tus brazos.


Hija, tu tallaste la forma perfecta de este corazón, has acompañado mis triunfos y me has visto llorar en esos días de las cosas difíciles; hemos conversado por horas, sobre las cosas que nos enseñan y nos desenseñan estos días turbulentos, donde el odio pareciera ganarle la batalla al amor y en donde las gentes se estrellan en los paraderos de sus propios afanes. Pero tu hija mía, sigues vertiendo calma en esta vida que respira para tenerte cerca, que no se rinde, porque tú eres el más grande de los triunfos, el más perfectamente sencillo deseo de vivir.



Gracias por acompañar este camino, gracias por haber mirado hacia este planeta, cuando antes de venir, decidiste escogernos a tu mami y sus ojos gigantes y a mí, con este corazón que ya te pertenecía antes de conocerte. Gracias por caminar a mi lado y por ganarme las carreras en las escaleras y los parques, gracias por escribir tan bello como lo haces, gracias por compartir esta pasión por las letras y las lecturas y gracias por enseñarme que el tamaño del amor está hecho a la medida de tu sonrisa y a la forma exacta de tus abrazos. El camino nos llevará a nuevos destinos y también volveremos de vez en cuando a los senderos ya  caminados para recordarme, recordarnos, que el aire de tu aliento es el que necesito diariamente para respirar.







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