miércoles, 24 de abril de 2019

La decadencia del Capo


La decadencia del capo
Almaro

“Para perseguir a este tirano búho, hay que bajar con él hasta el fondo del abismo, siguiéndolo en su voloteo vertiginoso en las tinieblas (…) era un despreciable y oscuro soñador de crímenes; aquel déspota, fue un arcaísmo político, un extraño en este siglo, una especie de fraile loco, escapado de su celda, y tocado del misticismo de la destrucción”.
José María Vargas Vila, De los divinos y los Humanos. Sobre otro déspota parecido al protagonista de esta nota.

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Son famosas las decadencias de los usurpadores, de los déspotas y los sátrapas. Pero las caídas de sus cuerpos descompuestos no son silenciosas ni calmadas; por el contrario, están repletas de jadeos y gritos espantosos, de olores hediondos de la fetidez que despliegan mientras caen. No hay caída de un tirano que no termine estrellada sobre la sangre que derramó en los cuerpos de su pueblo; no hay silencio en la decadencia de los asesinos; precisamente porque esos estertores melancólicos y dramáticos son su voz agónica ante la inevitable circunstancia de su desgracia.

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Este hombre minúsculo se hizo grande en la felonía de la trampa y la traición; creció rodeado de los capos que le formaron para ser uno de los mismos, uno de ellos, el más servil y útil capo de entre ellos; aprendió de lealtades y de rutas, aprendió que era útil matar comunistas para ocultar las guerras de la mafia; su padre manejaba todo, conocía muy bien a sus enemigos y sus amigos eran pocos. Era poderoso como solo él pero la muerte le llegó pronto, producto de las mismas traiciones e inquinas que le habían llevado a convertirse en uno de esos hombres duros que la mafia protege. El estudiante se hizo maestro y burócrata, hizo aeropuertos y limpió las rutas de competidores indeseados; muchos murieron hasta que él se convirtió en esa especie de jefe medio que manda pero que obedece, que grita pero que calla, que mata pero pide permiso. En las épocas en que los capos se volvían héroes, él se escondió en la fila trastera de los cobardes; así que la furia cayó sobre la arrogancia de los poderosos y él se quedó abajo, esperando el momento de asaltar el vacío dejado por sus antiguos dirigentes. Era la época de la opulencia y la arrogancia, de los escándalos y los espectáculos como muestras de poder y de encanto; amenazar, cumplir, matar, seguir reinando, era la línea poderosa de los capos mayores; él aprendió el arte de encubrirse, de pasar por debajo desapercibido. Se hizo gobernante muy joven y acumuló su propio poder. Cada día dependía menos de sus mentores hasta que le estorbaron y entonces vino la difícil pero plácida tarea de exterminarlos. Sus ejércitos, ahora al servicio del Estado que combatían, llevaron a la muerte al más grande de sus maestros.

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Ya sin aspavientos, él tomó su lugar, de a poco, como crece la hiedra y el regaliz en selvas húmedas de ansias de poder y secas de decencia. Se tornó imprescindible, consolidó su ejército, controló las rutas del narco, los contactos, los jefes medios, unificó a los narcos regionales, refundó la patria ante el poder impotente de su insignia mafiosa y llegó a Presidente. Ya en el gobierno, amnistió a sus socios y exilió a sus contradictores, aquellos que quedaban de otroras épocas cuando él no era más que el mensajero, el aprendiz, el joven dúctil y locuaz que consumaba cumplidamente las órdenes que le eran asignadas.

Gobernó largo tiempo; instauró el miedo, creó escombreras de tumbas, mató miles y los vistió para la muerte, tomó el derecho para destruir el derecho, creó leyes para asegurar su impunidad y se hizo reelegir usando las trampas y las balas que desde joven había aprendido a cultivar pacientemente. Quiso mantenerse en el poder que envenena su espíritu engreído y paciente, pero las cosas habían cambiado, y aquellos que lo usaron para limpiar el país de sindicalistas y campesinos, ya no necesitaban de la misma forma de sus servicios. Le ofrecieron un partido propio y un puesto en el Congreso, como otros sátrapas en otras geografías, que después de matar se hicieron senadores.

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Vinieron épocas de cierta calma, donde su poder se convirtió en problema para una parte de los poderosos que representaba. Nunca dejó de ser el mensajero aquel que cumplía cabalmente cada orden, nunca pudo ponerse a la cima del mundo, porque el mundo le pertenece a los que alimentan la guerra que lo usa.

Sigue presentándose como el gran jefe, pero siempre ha sido el mensajero otrora preferido, ahora medio incomodo mensajero. Hizo la guerra, alimentó la guerra, necesita la guerra porque ahí es cuando más lo necesitan. Controla sus redes de asesinos, los pájaros oscuros de la muerte que lo siguen tratándo como el capo supremo entre los capos. Pero ineludiblemente estorba a las élites que lo usaron y él lo sabe. Ha empezado la caída, su caída funesta, su desaparición trágica.

Ha iniciado su ocaso; su final melancólico y trágico. Pero él, tan cobarde y paciente, no quiere dejar de ser, de aparentar ser la sombra que todo lo oscurece, el buitre que decide la carroña, el apóstol santificado de la decadencia. Ahora, en su caída impredecible, grita, amenaza, deja las babas exaltadas en la mesa, gruñe inverosímil, dispara bocanadas inefables de insultos. Su caída será lenta y dolorosa, su final será escandaloso y perverso, él es la perversión. Ha empezado su degeneración y del estadista que quiso ser, quedarán sus sombras y las miles de tumbas en que sostuvo su oscuro mandato. Viene su fin, por eso grita, por eso enloquece y no hay medicina natural que atenúe el desespero de su alma mordaz y sucia ante la inminencia de su caída al fondo del abismo.
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10 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente compañero.

pielcanela dijo...

Que bien lograda la intención, te atrapa hasta saber de quién hablas, enmascara inteligentemente el nombre del ejército que le sigue. Un texto muy optimista, yo soy quizá un poco más pesimista, pero me gusta la idea.

Mauricio Rodriguez Amaya dijo...

Gracias por tu comentario. Como decía Borjes. En épocas de crisis la esperanza es un deber. Un abrazo.

salti dijo...

Excelente apéndice para 100 años de soledad? ummm

Anónimo dijo...

Exelente, bien logrado poético y hasta lirico

Unknown dijo...

Genial, para un buen entendedor,un buen comienzo para un final

Anónimo dijo...

Dios nos proteja de la retaleación de la bestia...

Unknown dijo...

Excelente descripción del Matarife y su decadencia

Unknown dijo...

Uribe deja una descendencia de lacayos como él lo fué

Anónimo dijo...

Muy bien narrado. Solo desde el arte la realidad cobra vida y desaliena el espíritu. Abre el espacio-tiempo desde múltiples puntos de observación