Las ocho
guerras
Mauricio Rodríguez Amaya
Julio, 2028
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|
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quince años, el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo nos invitó a un
evento de conmemoración de su 35 aniversario, en esta multitudinaria reunión,
se dejó planteada una pregunta: ¿cómo será el país de los próximos quince años?
Bueno, no teníamos como saberlo, no conocíamos la paz, por lo menos la firma de
acuerdos que permitieran la superación del conflicto armado, éramos parte de la
generación que no conocía un solo día sin violencia; y peor aún, no teníamos ni
idea que habríamos de vivir el largo periodo de las ocho guerras.
La
historia cambió, dio vuelcos incomprensibles y
vertiginosos; parimos un nuevo destino en medio de miles de
incertidumbres, conflictos necesarios y aprendizajes complejos. Después de la
firma de los acuerdos de paz, el país tomó un nuevo aire; las alas de los
pueblos se multiplicaron y las calles se llenaron de gente para exigir cambios
profundos, los colores se tomaron las calles y las calles se llenaron de
protestas y las protestas estaban hinchadas de programas y los programas eran
el futuro. Pero, como era de esperarse, muchos aún no comprendían los giros de
la historia, y al contrario, hicieron todo cuanto estuvo en sus manos para
evitar los cambios. Así llegó esa época
apasionante y dolorosa, que los historiadores contemporáneos llaman el período
de las ocho guerras. Paradójicamente, la guerrilla más antigua del mundo dejaba
las últimas armas, mientras cientos de personas por todo el territorio
colombiano las tomaban por primera vez. Todos sabemos que el periodo de las ocho
guerras fue menos largo pero mucho más intenso que la época anterior, y en
cierta forma sin él, no estaríamos hoy hablando de los cambios que logramos.
Primero vino la guerra de la tierra, en la que miles de campesinos saltaron
sobre millones de hectáreas despobladas y dedicadas al engorde financiero;
familias enteras se inmolaron para que fuera posible recuperar la pequeña
propiedad campesina en el país con la mayor concentración latifundista; muchos
murieron, aún en este momento no ha sido posible indicar cuantos, pero la
guerra se ganó y no hubo suficientes balas ni bombas para despoblar un país que
estaba siendo reconquistado y repoblado por la esperanza y la vida; pero si la
guerra de la tierra fue cruenta, la guerra del agua fue más dolorosa. Empresas
multinacionales eran las dueñas de las minas, el petróleo y el agua, y fueron necesarias las más de 300
asambleas populares, las consultas abiertas, los millones de votos, para que se
entendiera la necesidad de recuperar el control directo de la explotación de
los recursos naturales y particularmente, el control sobre el agua. Pueblos enteros,
miles de personas dejaron su vida en paréntesis, hasta no resolver el problema
de la expulsión de la trasnacionales del agua y de las minas; las gentes en las
plazas por más de cuatro meses en el año de las causas perdidas, lograron que
el Estado reconociera la propiedad legítima sobre la tierra, el agua y los
recursos naturales; fue la gente bajo las carpas, las lluvias matutinas y el
inquebrantable solsticio de ese invierno, lo que lograron recuperaran el
control sobre sus territorios, sus culturas sus imaginarios colectivos, sus
vidas. Vino la guerra de los desocupados y las miles de manifestaciones
atropelladas en las ciudades capitales; y esos desocupados se juntaron con los
sindicatos y ganaron mejores condiciones para el empleo y el trabajo digno; vimos venir la guerra del aire, y la
ganamos, y nunca tanta gente entendió
como en esos meses su derecho al oxígeno limpio; y vivimos la guerra del
petróleo y no se vendió un solo galón más de combustible privatizado; fuimos testigos
de la guerra del indio y los territorios crecieron y volvimos a disfrutar de
los sitios sagrados y se recuperaron cientos de estos lugares que habían sido
avasallados por las excavadoras del carbón y los metales; sufrimos la guerra de
los puertos, también conocida como la guerra negra, porque por todo el borde
descomunal del pacífico, miles de hombres y mujeres de tez morena y corazones
cálidos decidieron recuperar el rumbo de su propia historia. Esos días en que
se pararon los puertos de pacífico, sufrimos
los avatares del desabastecimiento, pero en medio de las necesidades, todos
sabíamos que era necesario aguantar, y así fue posible, volver a probar las
bondades de nuestro suelo y nuestras montañas, de nuestros mares y ríos que se
recuperaban vertiginosamente de la debacle próxima que produjo las guerras.
Luego
vinieron esos días difíciles, cuando la represión endureció sus tácticas ad
portas de la caída del régimen del Infame Monumental; soportamos con dignidad
las duras circunstancias en esa breve guerra de los colores, y pudimos conocer
el primer gobierno de los pueblos libres de la Colombia entera; el día de la
marcha de los colores, sentíamos que nos estábamos descubriendo a nosotros
mismos, que no había viaje hacia atrás y que era el momento de asumir la tarea
de inundar todas las literaturas con
nuestra propia historia.
Estos
quince años, desde el día en que el Colectivo nos indagó sobre el futuro, han
sido la cantera de otra vida, la vida de otros pueblos, la esperanza que
resurgió de las tristezas y de la muerte; han sido la vida repensándose y la
tierra produciendo de nuevo alimento y amor; el agua fluye y es de todos, se
puede respirar sin pagar el odioso impuesto del aire; se puede caminar por el
mundo y tener el pecho henchido de orgullo por estas ocho guerras que cambiaron
nuestras vidas para siempre.
1 comentario:
Disculpa Mauricio, pero cuando fue que ganamos esas guerras, la verdad, no me enteré.
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