Universidad,
amor y revolución
“Creemos no equivocarnos, las resonancias del
corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos
viviendo una hora americana”. (Manifiesto Liminar, Córdoba 1918).
Mauricio
Rodríguez Amaya
Violentos,
terroristas, vagos, insensibles con la precaria economía nacional,
incendiarios, vulgares, profanos, demonios; estas y otras voces pululan en los
medios y en los púlpitos, desde donde
los poderosos que defienden el establecimiento intentan convencernos
que estos piquetes de energía con los que hoy nos
despierta el movimiento universitario, son solo manifestaciones pasajeras en
insensatas de agentes encubiertos del nuevo enemigo internacional o interno
(cualquiera que sea su nombre) para poner en riesgo las instituciones que los poderosos han creado con tanto esfuerzo, a costa de ignorancia,
violencia y fe. Basta abrir un canal oficial, encender la radio, o soportar un
titular de prensa, para ver el alud unísono de insultos y señalamientos
orientados a desprestigiar la fuerza vital del estudiantado, sus justas
consignas y sus formas creativas de encender la pradera.
Son épocas
de mentiras y verdades a medias; son épocas en que el odio es más importante
que la sensatez y la arrogancia es más admirada que la justicia. Es una época
de fascismo social; en las calles se oyen las voces del régimen vetusto que
pide a gritos que se levanten los bloqueos, que cesen las marchas, que los
estudiantes abandonen la estridencia de sus consignas, que vuelva el orden
aquel en que las calles le pertenecían a los automóviles y a los policías. Pero
no hay vuelta atrás, un estudiantado creativo y renovador ha decidido no dejar
detener la rueda de la historia que han puesto a andar; se han lanzado al paro
nacional y han ocupado las calles y las tarimas, los palcos y los balcones; han
osado recibir sus clases en las calles bloqueadas y también han debido
enfrentarse con gallardía a la tiránica violencia con que el gobierno resuelve
a bala lo que los estudiantes exigen con argumentos.
En estas épocas, el fascismo ha cambiado de cara, pasando de sus
tácticas autoritarias a la más diversas y democráticas formas de discriminación,
estigmatización y miedos; y preciso en estas épocas, cuando se caminaba a pasos
agigantados hacia atrás, el movimiento estudiantil emerge desde las
universidades públicas y privadas para intentar detener esta carrera loca hacia
el pasado; para darle perspectiva al futuro y para exigir que éstas y las generaciones
futuras tengan el legítimo derecho al estudio, a la crítica, al verbo sanador de
la poesía y al remedio impredecible de la ciencia. Ya van dos meses que el
paro y las manifestaciones exigen el financiamiento de la educación superior;
van más de 60 días en que el estudiantado va entre marchas y campamentos, entre
asambleas deliberativas y decisivas jornadas para definir el futuro del
movimiento. Se pide presupuesto, se exigen reformas a los modelos de enseñanza
e incluso se levantan propuestas para construir constituyentes universitarias.
En efecto, el movimiento universitario, no
solo exige financiación; en el corazón del debate están los cambios académicos y
curriculares, nuevos programas universitarios, transformaciones a los modelos
de enseñanza, acciones reales para conectar a la universidad con la comunidad,
reescribir nuestras historias y repensarnos colectivamente el devenir. No se
trata de una pelea solo por dinero, es también la brega para que la universidad
deje de ser la pizarra legitimadora de este orden de cosas decadente; se lucha
para la que la universidad reconozca y hable la lengua de los pueblos, de las
culturas, de las historias populares que tejen sus destinos emancipatorios; se
trata de poner nuestra universidad a la altura de las exigencias de las
ciencias y la técnica, para superar las taras del extractivismo, el
colonialismo, el patriarcado y el capitalismo; se trata de refundar la idea
misma de universidad, desde las voces otras y los colores otros, los que en las
distintas geografías de la América Nuestra siguen disputándose el derecho a
vivir y re-existir labrando tesoneramente la sobrevivencia de la especie
humana.
La
disputa por la universidad siempre será una disputa contra los saberes
dominantes que convierten la vida en recursos y a los humanos en medios; esa
disputa por el saber propio y el reconocimiento de nuestra propia historia, es
lo que realmente asusta al establecimiento; pensarán ellos en sus agobiantes poltronas
de Palacio, que aquello del dinero es negociable, pero lo que no están dispuestos
a entregar son sus miradas omnímodas del mundo, su decidida vocación por la
servidumbre y su emblemática apología de la violencia. Así que lo que está
construyendo hoy el movimiento universitario, -si logramos atenderlo con todos
los oídos, las ganas y el corazón- puede
ser una gran oportunidad para repensarnos la vida misma, la democracia, la protección
de los bienes comunes, la sociedad en donde sentir sea más importante que
obedecer y donde amar sea necesario, aunque no sea estrictamente productivo.
En
la universidad se tejen los amores y se tejen las revoluciones; se tejen los
romances del campamento, y el súbito beso sobre la capucha; se teje el honor de
la palabra y el deseo de abrazarnos en medio de la bruma y de los gases. En la
universidad se teje el deseo de hacer trizas este orden ruinoso que nos condena
al atraso y nos deja en ridículo ante el juicio prolijo de las
naciones. En la universidad se tejen los amores que caminarán juntos o
separados esos días de tropel y de asambleas, de besos furtivos y de abrazos
fraternos; recordarán las paredes universitarias, ese entresijo de discursos y
versos con el que nos enamoramos de la vida y de las luchas, las asambleas y
los campamentos serán memoria del deseo inalterable de mandar a la mierda una
sociedad que renunció a la esperanza y que ahora espera sentada los titulares
de la prensa mentirosa. En la universidad se tejen los amores y eso amores serán
por siempre revolucionarios, porque el amor es revolucionario, cuando es
verdadero.
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