sábado, 10 de noviembre de 2018

Universidad, amor y revolución


Universidad, amor y revolución

“Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”. (Manifiesto Liminar, Córdoba 1918).

Mauricio Rodríguez Amaya

 
Violentos, terroristas, vagos, insensibles con la precaria economía nacional, incendiarios, vulgares, profanos, demonios; estas y otras voces pululan en los medios y en los púlpitos, desde donde  los poderosos que defienden el establecimiento intentan convencernos que estos piquetes de energía con los que hoy nos despierta el movimiento universitario, son solo manifestaciones pasajeras en insensatas de agentes encubiertos del nuevo enemigo internacional o interno (cualquiera que sea su nombre) para poner en riesgo las instituciones que los poderosos han creado con tanto esfuerzo, a costa de ignorancia, violencia y fe. Basta abrir un canal oficial, encender la radio, o soportar un titular de prensa, para ver el alud unísono de insultos y señalamientos orientados a desprestigiar la fuerza vital del estudiantado, sus justas consignas y sus formas creativas de encender la pradera.
 
Son épocas de mentiras y verdades a medias; son épocas en que el odio es más importante que la sensatez y la arrogancia es más admirada que la justicia. Es una época de fascismo social; en las calles se oyen las voces del régimen vetusto que pide a gritos que se levanten los bloqueos, que cesen las marchas, que los estudiantes abandonen la estridencia de sus consignas, que vuelva el orden aquel en que las calles le pertenecían a los automóviles y a los policías. Pero no hay vuelta atrás, un estudiantado creativo y renovador ha decidido no dejar detener la rueda de la historia que han puesto a andar; se han lanzado al paro nacional y han ocupado las calles y las tarimas, los palcos y los balcones; han osado recibir sus clases en las calles bloqueadas y también han debido enfrentarse con gallardía a la tiránica violencia con que el gobierno resuelve a bala lo que los estudiantes exigen con argumentos.

En estas épocas, el fascismo ha cambiado de cara, pasando de sus tácticas autoritarias a la más diversas y democráticas formas de discriminación, estigmatización y miedos; y preciso en estas épocas, cuando se caminaba a pasos agigantados hacia atrás, el movimiento estudiantil emerge desde las universidades públicas y privadas para intentar detener esta carrera loca hacia el pasado; para darle perspectiva al futuro y para exigir que éstas y las generaciones futuras tengan el legítimo derecho al estudio, a la crítica, al verbo sanador de la poesía y al remedio impredecible de la ciencia. Ya van dos meses que el paro y las manifestaciones exigen el financiamiento de la educación superior; van más de 60 días en que el estudiantado va entre marchas y campamentos, entre asambleas deliberativas y decisivas jornadas para definir el futuro del movimiento. Se pide presupuesto, se exigen reformas a los modelos de enseñanza e incluso se levantan propuestas para construir constituyentes universitarias.  
En efecto, el movimiento universitario, no solo exige financiación; en el corazón del debate están los cambios académicos y curriculares, nuevos programas universitarios, transformaciones a los modelos de enseñanza, acciones reales para conectar a la universidad con la comunidad, reescribir nuestras historias y repensarnos colectivamente el devenir. No se trata de una pelea solo por dinero, es también la brega para que la universidad deje de ser la pizarra legitimadora de este orden de cosas decadente; se lucha para la que la universidad reconozca y hable la lengua de los pueblos, de las culturas, de las historias populares que tejen sus destinos emancipatorios; se trata de poner nuestra universidad a la altura de las exigencias de las ciencias y la técnica, para superar las taras del extractivismo, el colonialismo, el patriarcado y el capitalismo; se trata de refundar la idea misma de universidad, desde las voces otras y los colores otros, los que en las distintas geografías de la América Nuestra siguen disputándose el derecho a vivir y re-existir labrando tesoneramente la sobrevivencia de la especie humana.
 
La disputa por la universidad siempre será una disputa contra los saberes dominantes que convierten la vida en recursos y a los humanos en medios; esa disputa por el saber propio y el reconocimiento de nuestra propia historia, es lo que realmente asusta al establecimiento; pensarán ellos en sus agobiantes poltronas de Palacio, que aquello del dinero es negociable, pero lo que no están dispuestos a entregar son sus miradas omnímodas del mundo, su decidida vocación por la servidumbre y su emblemática apología de la violencia. Así que lo que está construyendo hoy el movimiento universitario, -si logramos atenderlo con todos los oídos, las ganas y el corazón-  puede ser una gran oportunidad para repensarnos la vida misma, la democracia, la protección de los bienes comunes, la sociedad en donde sentir sea más importante que obedecer y donde amar sea necesario, aunque no sea estrictamente productivo.   
 
En la universidad se tejen los amores y se tejen las revoluciones; se tejen los romances del campamento, y el súbito beso sobre la capucha; se teje el honor de la palabra y el deseo de abrazarnos en medio de la bruma y de los gases. En la universidad se teje el deseo de hacer trizas este orden ruinoso que nos condena al atraso y nos deja en ridículo ante el juicio prolijo de las naciones. En la universidad se tejen los amores que caminarán juntos o separados esos días de tropel y de asambleas, de besos furtivos y de abrazos fraternos; recordarán las paredes universitarias, ese entresijo de discursos y versos con el que nos enamoramos de la vida y de las luchas, las asambleas y los campamentos serán memoria del deseo inalterable de mandar a la mierda una sociedad que renunció a la esperanza y que ahora espera sentada los titulares de la prensa mentirosa. En la universidad se tejen los amores y eso amores serán por siempre revolucionarios, porque el amor es revolucionario, cuando es verdadero.  
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