La
ANDES, una secundarista de 24 añitos
Mauricio Rodríguez Amaya
En el octubre lluvioso de 1994, cerca de 600 estudiantes secundaristas de todas las regiones colombianas nos encontramos durante tres días, bajo el abrigo inspirador del Colegio Camilo Torres de Bogotá, para darle inicio a una historia de la que aún seguimos enamorados y tenemos el amor y el honor de contarla; en ese octubre rojo y gris tomamos la decisión de darle vida a la Asociación Nacional de Estudiantes de Secundaria, la ANDES.
No teníamos claro cómo
lograríamos mantener una propuesta nacional con nuestros escasos recursos y
nuestros liminares conocimientos de la política y la vida; aun así, arrancamos
el reto de construir una organización que articulara y promoviera las luchas
estudiantiles regionales; el Congreso de Secundaria del 94 era un encuentro de
colectivos estudiantiles y de referentes organizativos territoriales. Estábamos
estrenando la ley 115 y algunos habíamos iniciado la tarea de reconstruir los
consejos estudiantiles, que la estigmatización y la violencia habían
desaparecido casi por completo. Algunos veníamos de procesos regionales
significativos, como en nuestro caso, pues un año antes habíamos creado la
Coordinación Regional de Estudiantes de Secundaria (CRES) en Cúcuta y logramos vincular a líderes estudiantiles de más de 20 colegios públicos y privados en
un movimiento que recordaba las históricas luchas de los 70, de las cuales, por
supuesto, no teníamos mayor conocimiento. Recuerdo la fuerza del movimiento
secundarista de Medellín y del Atlántico, de Bucaramanga, de Cali y de Yumbo,
en donde se habían articulado procesos escolares
con impacto regional.
Recuerdo la diversidad del
Congreso y lo dificultoso que resultaba poner de acuerdo tal complejidad; el
Congreso era una polifonía de las
militancias de la juco y los trosquistas, los colectivos anarquistas y los
objetores de conciencia, los jóvenes liberales y de las juventudes misioneras
de la Pastoral Social; pero la mayoría de los y las participantes venían de
ninguna experiencia política o de ninguna escuela militante; venían del arte
callejero y el teatro estudiantil;
estaban también los poetas y las poetisas, las artistas plásticas y los
deportistas, estaban los distraídos y los desinteresados, había de todo, y
todos compartíamos el mismo sueño, juntarnos para luchar mejor, unirnos para
recrearnos y aprender a ser jóvenes en medio de la tradición conservadora y la
limitada democracia escolar. Habíamos iniciado un sueño, habíamos emprendido el
reto de hacer un grano de historia en la inmensa marea de las resistencias y
las alternativas.
Después vino la etapa difícil, que consistía en garantizar que el proyecto no se hundiera entre la
efervescencia juvenil y la falta de recursos materiales para sacar adelante las
tareas; sin duda el magisterio fue un aliado determinante; en muchas regiones,
los sindicatos de maestras y maestros nos dieron la mano de forma
solidaria y permanente; también fue clave hacer amigos en otras latitudes y
vincularnos a las luchas latinoamericanas y caribeñas; irrumpimos, un año después
en Neiva con un Encuentro del Objetores de Conciencia, en el que el Glorioso Ejército
Nacional nos tildó de guerrilleros por haber puesto en el fondo del escenario
la bandera de Norte de Santander (Luego tuvieron que corregir el señalamiento,
aunque dudo mucho que hayan implementado algún plan de estudios sobre los
símbolos de los departamentos colombianos); también nacieron las escuelas
nacionales de liderazgo y realizamos la Primera Marcha estudiantil de Tunja
hasta Bogotá, en abril del 99, cuando el país estero estaba paralizado para
intentar detener la política ultraconservadora del establecimiento.
La Andes se volvió un
protagonista indispensable en las luchas nacionales por la educación, en las movilizaciones
por el presupuesto, en las jornadas interminables contra la guerra y contra el
Servicio Militar Obligatorio; fue un referente determinante para la creación de
la Asamblea Nacional de Jóvenes por la
Paz y nunca ha dejado de gritar en las calles y en las escuelas, “presupuesto
presupuesto para la educación, no más armas ni dinero para la represión”.
Muy temprano, terminado el
Congreso del 94, cuando la tecnología solo nos ofrecía Paint para pensarnos la
imagen, una caracola se fue volviendo un Sol, nuestro sol andino, el solecito
que las muchachas pintaban en su rostro para iluminar nuestras marchas y
nuestras consignas. Ese solecito sigue iluminando los rostros bellos del
estudiantado secundarista y nos sigue indicando el camino de las luchas
nuestras, de las luchas del agua y de la tierra, de los tejidos luminosos de
dignidad que campean por toda la América Nuestra. Ese solecito se incrustó en
nuestro corazón como un tatuaje. Basta ver cuando en estos años nos encontramos viejos amigos de la secundaria
y el silencio y las miradas son más que suficientes para saber que ese solecito sigue brillando en nuestra
memoria personal y colectiva.
Hoy acompañé a mi sobrino a
tomar el bus que lo llevaría a la XIII Escuela de Liderazgo Estudiantil para la
Paz, precisamente en la tierra del Sol, en el corazón de Boyacá, ahí donde nuestros
abuelos y nuestras abuelas enfrentaron con asidua entereza las fuerzas
pervertidas del genocidio colonial, y no sin bajas, lograron salvaguardar al
Sol, Dios Mayor de las tierras Andinas y los mares de agua dulce que nacen en Tota;
Así que desde allá y desde acá, que brille el Sol de la ANDES por muchos años
más para que siga iluminando la esperanza de las nuevas generaciones.
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