Por
qué a una feroz invasión le llamamos descubrimiento?
Fuimos invadidos, no
descubiertos; nosotros ya habíamos descubierto nuestro mundo, nuestra magia y nuestra
ciencia, nuestros temores y nuestros anhelos, nuestra vida y nuestra muerte.
Mauricio
Rodríguez Amaya
El nombre de esta tierra no era América, ni nosotros
éramos Americanos; la tierra que pisamos se llamaba Chaxra Yunca, Hicha,
pachamama; nuestros abuelos eran chibcha, chacha, calincha, guache, guaricha,
cihuati. Somos Americanos porque fue el nombre que nos dio el invasor y que
aprendimos a usar, como su lengua, en su lengua y contra ellos a través de su
lengua. Como en la metáfora de Calibán, aprendimos su lengua, para combatirlos,
para recuperar la dignidad, para no renunciar a la existencia, para que no fueran olvidados nuestros abuelos y nuestras abuelas, en las costas de
Santo Domingo y Panamá, las mesetas de
Tenochitlán ni en las intrincadas montañas de la ciudad secreta de Machupichu.
Fuimos invadidos, no
descubiertos; nosotros ya habíamos descubierto nuestro mundo, nuestra magia y nuestra
ciencia, nuestros temores y nuestros anhelos, nuestra vida y nuestra muerte; nosotros ya habíamos descubierto
la redondez de la tierra y el calendario y los números, la rueda y el destino,
la paz y la guerra. La palabra y la escritura habían sido descubiertas también en
nuestros pueblos. Nuestros abuelos y nuestras abuelas descubrieron hace más de cinco
mil años que la naturaleza es madre hermana hija, que la tierra es madre, que
el sol es padre, que la luna es hermana y que la flor es hija y es hijo el
jitomate y el maíz y el pan.
Cuando vino el
invasor, no hubo una sola historia, sino
muchas, pero ninguna conduce a un descubrimiento. Algunos de los hombres de
occidente, asesinaron a nuestros hombres y a mujeres, por la fuerza de la guerra o
por traición, con honor algunos y muchos con cobardía y sevicia. Otros se
dedicaron a conocer nuestras culturas y a conocernos; incluso en algunos casos muy contados, hablaron nuestra lengua, luego la pervirtieron y nos prohibieron
usarla por siempre jamás. Violaron su
palabra, que la nuestra era sagrada; nos impusieron sus leyes y sus escrituras,
sus rituales y sus cultos, sus odios y sus demonios; fuimos invadidos,
engañados, traicionados, pero nunca pudieron descubrir la magia de nuestras
montañas, ni la potencia magnífica de nuestras mariposas, ni la calma de
nuestros volcanes, ni la paciencia de nuestras manos. Nunca pudieron descubrir nuestro encanto
natural y nuestra fe en lo profano, en lo vivo, en el universo cósmico que
habla con nosotros y para nosotros habla.
La voz de Aymara y
Chibcha, retumban en los socavones y en las plazas; no hubo descubrimiento
alguno, solo hubo traición, muerte y codicia. No pueden llamar descubridores
a los encubridores de un crimen monumental que hoy sigue cobrando vidas en las
calles de nuestras ciudades; que sigue imponiendo la muerte, el olvido y la pobreza por toda esta América, que así se llama ahora la tierra nuestra,
Nuestra América, la que sigue esperando, con la tranquilidad del abuelo y las
esperanza inalterable del niño, a que venga por fin el turno de reescribir
dignamente nuestra propia historia, esa que falta contarle al mundo entero para
que sepa que fuimos invadidos muchas veces, de mil maneras, pero ni una sola de
ellas puede llamarse un descubrimiento.
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