lunes, 10 de octubre de 2016

Por qué a una feroz invasión le llamamos descubrimiento?

Por qué a una feroz invasión le llamamos descubrimiento?



Fuimos invadidos, no descubiertos; nosotros ya habíamos descubierto nuestro mundo, nuestra magia y nuestra ciencia, nuestros temores y nuestros anhelos, nuestra vida y  nuestra muerte.

Mauricio Rodríguez Amaya




El nombre de  esta tierra no era América, ni nosotros éramos Americanos; la tierra que pisamos se llamaba Chaxra Yunca, Hicha, pachamama; nuestros abuelos eran chibcha, chacha, calincha, guache, guaricha, cihuati. Somos Americanos porque fue el nombre que nos dio el invasor y que aprendimos a usar, como su lengua, en su lengua y contra ellos a través de su lengua. Como en la metáfora de Calibán, aprendimos su lengua, para combatirlos, para recuperar la dignidad, para no renunciar a la existencia, para que no fueran olvidados nuestros abuelos y nuestras abuelas, en las costas de Santo Domingo y Panamá, las mesetas  de Tenochitlán ni en las intrincadas montañas de la ciudad secreta de Machupichu.

Fuimos invadidos, no descubiertos; nosotros ya habíamos descubierto nuestro mundo, nuestra magia y nuestra ciencia, nuestros temores y nuestros anhelos, nuestra vida y  nuestra muerte; nosotros ya habíamos descubierto la redondez de la tierra y el calendario y los números, la rueda y el destino, la paz y la guerra. La palabra y la escritura habían sido descubiertas también en nuestros pueblos. Nuestros abuelos y nuestras abuelas descubrieron hace más de cinco mil años que la naturaleza es madre hermana hija, que la tierra es madre, que el sol es padre, que la luna es hermana y que la flor es hija y es hijo el jitomate y el maíz y el pan.


Cuando vino el invasor,  no hubo una sola historia, sino muchas, pero ninguna conduce a un descubrimiento. Algunos de los hombres de occidente, asesinaron a nuestros hombres y a mujeres, por la fuerza de la guerra o por traición, con honor algunos y muchos con cobardía y sevicia. Otros se dedicaron a conocer nuestras culturas y a conocernos; incluso en algunos casos muy contados, hablaron nuestra lengua, luego la pervirtieron y nos prohibieron usarla  por siempre jamás. Violaron su palabra, que la nuestra era sagrada; nos impusieron sus leyes y sus escrituras, sus rituales y sus cultos, sus odios y sus demonios; fuimos invadidos, engañados, traicionados, pero nunca pudieron descubrir la magia de nuestras montañas, ni la potencia magnífica de nuestras mariposas, ni la calma de nuestros volcanes, ni la paciencia de nuestras manos.  Nunca pudieron descubrir nuestro encanto natural y nuestra fe en lo profano, en lo vivo, en el universo cósmico que habla con nosotros y para nosotros habla.


La voz de Aymara y Chibcha, retumban en los socavones y en las plazas; no hubo descubrimiento alguno, solo hubo traición, muerte y codicia. No pueden llamar descubridores a los encubridores de un crimen monumental que hoy sigue cobrando vidas en las calles de nuestras ciudades; que sigue imponiendo la muerte, el olvido y la pobreza por toda esta América, que así se llama ahora la tierra nuestra, Nuestra América, la que sigue esperando, con la tranquilidad del abuelo y las esperanza inalterable del niño, a que venga por fin el turno de reescribir dignamente nuestra propia historia, esa que falta contarle al mundo entero para que sepa que fuimos invadidos muchas veces, de mil maneras, pero ni una sola de ellas puede llamarse un descubrimiento.



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