almaro
Vino con el mar, y se fue con él; desde el astillero,
su vestido blanco combatía los vientos; morena de soles y ojo brillantes como luces
del puerto, su sonrisa esplendida, diáfana, interminable; sus labios finos y
gruesos, su boca era misterio poderoso de imperios
coloniales. Caminó contra el viento; mi tarea, recibirla de su travesía y
acompañarla complaciente al hotelito que desde antes había escogido para su
estadía; el día hervía y el sol estaba inmarcesible sobre todas las sienes negras y blancas, mulatas y mestizas. El puerto es el lugar en que se conjugan
los mundos, done se atesoran los vocablos precisos y el sitio donde todo tiene
un valor para traficantes y mercachifles.
Su español era escaso y mi ingles inexistente. Sus pocas
palabras eran inescuchables en el bullicio del mercado, los pesqueros y los
piratas, entre las ventas de la calle y el paso constante de los automóviles. La
guerra había empezado lejos, así que su llegada a estas calles escondidas, era inevitable. Ella venía a prevenirnos de las intrigas de los asesinos y al mismo tiempo a refugiarse
de su propia muerte. Yo era solo el desconocido encargado de llevarla al
hotel que serviría de escondite y de lugar de interminables reuniones y planes
de defensa. Salimos de la repelencia y del bullicio, logramos un café cercano,
tranquilo, poca luz, tenue de música y mustio de presencias; ahí pude verla perfectamente bella a la luz precisa de la
ventana. Dije algunas cosas para ganar confianza, sonreía, sonreía como sonríe
la noche repleta de lunas y de estrellas, sonreía como sonríen las perlas en
los mares de Kyona.
Haití fue tomada años antes y liberada por sus abuelos
y sus tatarabuelas; pero cada cuanto, los invasores volvían sobre ella para intentar recapturarla y humillarla como en los tiempos del cepo y de la hoguera; esta vez, las calles sangraban y lloraba el cielo a cántaros interminables la tragedia extendida por los bríos de la naturaleza indómita, que adolorida daba vueltas sobre su propio vientre; ni el terremoto aplazó la guerra y en las calles se confundían los cuerpos grises del cemento y las almas ensangrentadas de la guerra; Ella venía a recobrar sus fuerzas, a indicar estrategias, a buscar acalanto y a sonreír en esta tarde solaz ante mis
ojos perdidos en los suyos. Fueron tres horas arañando idiomas y destrozando
lenguas imprecisas. Un Vino acompañó la cena, y la noche fue intensa, negra
como sus pupilas, fría como la incertidumbre de la guerra y plácida como la caminata sobre la calle del hotel.
Noches enteras vine a verla, a aprender y a escuchar, a presentir
que algo de su sonrisa maravillosa y eterna era para mí. Ella era la paz, ella
venía a prevenirnos y a prepararnos. Era hija de Obá, pero se estremecía con la sevicia de los invasores, no deseaba un lucero como cárcel, no quería defraudar su
linaje ni su espada; hubo una noche en que su piel morena fue acariciada por
las aguas sórdidas de la mar; hubo un beso del que solo una estrella fue testiga,
hubo un abrazo que solo los vientos presenciaron distantes; hubo un sueño, en donde vi su alma
mientras ella contemplaba imperturbable los luceros donde viajan las almas que Obá
castiga cuando en la guerra pierden la batalla.
Una mañana volvió a su barco, camuflada en faldones y
camisas de algodón rosado, clandestina, imperceptible, volvía a la resistencia cargada de esperanzas. Se fue con las olas y
los vientos, volvió a su tierra a enfrentar invasiones y pecados, a pelear por
tierras libres, azotadas y liberadas mil veces. Yo no pude separarme del puerto hasta que el barco desapareció ante la mirada del tiempo; con ella se fue el sol y la noche me acompañó un buen rato mientras el éxtasis de la ciudad dejaba espacio para las brisas del mar frío; yo volví también a mis luchas, con la imagen detenida de ese beso recóndito, volvía a enfrentarme a mis propios enemigos, como ha mandado Obá, volvía con la esperanza que ella y su pueblo ganen de nuevo esta guerra, o a verla quizás en algún lucero, si Obá la condena al exilio de las noches, ante la pérdida de la batalla.
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