El
Nacional-Chovinismo
Por:
Mauricio Rodríguez Amaya
En épocas en que nos considerábamos
inferiores o iguales, por debajo de nuestra verdadera condición humana,
aceptamos inscribirnos en ese despreciable sistema interamericano de protección
de Derechos Humanos; ese sistema
defiende intereses de quienes sin el
alcance de nuestra cultura, pretenden ponerse a nuestro nivel sin que ni su
sangre ni su intelecto los legitime
Cada
vez más solos, más puros, más nacionales; las instancias de justicia
internacional desaparecen ante nuestros ojos como si nunca hubieran existido,
para bien de nuestras propias verdades. Cada vez estamos más convencidos de
nuestro propio destino manifiesto, imbuidos en nuestras locomotoras que llevan
el progreso del subsuelo al puerto sin hacer ninguna parada cerca a nuestras
casas. Cada vez más solos, más nacionales, más orgullosos de nuestra felicidad
a borbotones, la misma que nos permite ganar premios de sonrisas año tras año,
mientras las lágrimas se ocultan para mejorar el paisaje. Entre más pobres y
miserables más engreídos de nuestro rotundo éxito en la brega por alcanzar el
tan prometido paraíso; entre más nacionales más seguros de no hacer parte de
esa plebe que contagia democracias por todo el continente en contra del deseo
de los verdaderos propietarios del progreso. Esa es la fuente de nuestro
renovado nacional-chovinismo, el que predica nuestro honorabilísimo Señor
Presidente, heredero legítimo de Chauvin, muestra incólume de nuestra más noble
pureza intelectual, referente contemporáneo de la justicia y del derecho.
El Nacional-Chovinismo permite
defendernos incluso de nosotros mismos: hace algunos años, cuando no teníamos
conciencia de nuestra prolífica pureza intelectual, algunos manzanillos
diplomáticos firmaron el Pacto de Bogotá; invitaron cancilleres y diplomáticos
de culturas menos desarrolladas y por error y por desgracia, nos rebajamos a su
nivel. En abril de 1948 nos sometimos a un requerimiento injusto con nuestro
portentoso origen superior nacional; aceptamos que las controversias con
nuestros vecinos serían resueltas, sin más mediación ni dilaciones, por la Corte Internacional de
Justicia de la Haya; nada más deshonroso para nuestra sangre y nuestro
intelecto que someternos como iguales con pueblos inferiores, vecinos pero
inferiores; para bien de nuestra superioridad nacional, nuestro Presidente y Guía
Supremo, ha decidido que ese famoso Pacto de Bogotá no existe y nunca debió
haber existido; ha optado por retirarnos de semejante oprobio para imponer ante
nuestros ojos nuestra voluntad superior, por encima de todo esquema que limite
nuestras infinitas condiciones principales.
El Nacional-Chauvinismo
nos protege de los estertores democráticos que a nombre de una supuesta justicia
internacional vienen imponiendo culturas despreciables e impuras; En épocas en
que nos considerábamos inferiores o iguales, por debajo de nuestra verdadera
condición humana, aceptamos inscribirnos en ese depravado sistema
interamericano de protección de Derechos Humanos; ese sistema defiende intereses de quienes sin el alcance de
nuestra cultura, pretenden ponerse a nuestro nivel sin que ni su sangre ni su
intelecto los legitime; llaman derechos humanos a las degradaciones de pueblos
infectos, a las limitaciones de gentes confinadas, a las inmundicias de
culturas basabas en democracias contaminantes; Algunos nacionales de miserable
cuño, han acudido a esas cortes roñosas para intentar detener nuestro futuro
superior, incluso esas cortes han pretendido emitir decisiones contra nuestra
razones de justicia, irrumpiendo abusivamente la superioridad de nuestro
sistema jurídico, cuestionando el poder de nuestras autoridades nacionales,
constituidas por la Fe Católica y por la pureza de la Raza, llamadas a
protegernos de las desviaciones de quienes por error acceden a los puestos de
poder que están destinados para nuestros machos y ricos más ilustres y poderosos.
Sirva de ejemplo el caso Petro, ese semihombre minúsculo que promovió, para
vergüenza de nuestro orgullo nacional, un proceso contra nuestro Estado ante una
Comisión Interamericana. De nuevo, el Conductor de la Patria, cortó de un tajo
semejante vagabundería e impuso lo que la verdad exige: que esa Comisión
Interamericana no existe, que esa decisión pervertida de proteger a Petro no
existe, que ese señor Petro nunca debió haber asumido un cargo de Alcalde
porque esos asientos están destinados para hombres puros, dignos del poder,
representantes de toda nuestra orgullosa estética nacional.
Ni las Cortes de la Haya
existen, ni el Sistema interamericano existe, ni siquiera nuestros vecinos
existen a los ojos de nuestro ilustre Presidente. Solo existimos nosotros y
nuestras verdades, nuestro orgullo nacional y superioridad histórica; En el
mundo existen dos tipos de seres humanos: nosotros, los de supremacía
demostrada, y los demás, los inferiores, los débiles, los que recurren a la denigrante
justicia internacional para intentar defenderse de su propia impotencia
histórica. Hoy se hace más necesaria la defensa de la plataforma
nacional-chovinista porque solo mirándonos a nosotros mismos y negándonos a la
influencia mezquina de pueblos precarios e inferiores, podremos mantener
nuestro orgullo nacional, nuestra pureza patria, nuestro intelecto límpido y
nuestro perfecto e inmutable sistema de justicia.
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