Mi
corazón, mi entendimiento
Pquyquy
Cho
(Corazón
bonito)
Almaro
He venido de tierras lejanas
que ahora me parecen extrañas y de las que pareciera que se borraran las
memorias. He venido a la conquista de tus secretos, al amasijo profano de tu
vientre y al tejido paciente de tus deseos. He conocido el lugar recóndito en
donde guardas mil riquezas, entre poemas en lenguas milenarias y pasos
caminados por hombres y mujeres que crearon este mundo que ahora tú me enseñas
viajando en las estrellas de tu cielo; me has llevado al sitio donde ocultas
tus libros secretos y las pócimas donde aprendiste a cambiar el mundo solo con tronar
tus dedos. No conocía tu lengua, pero de ella aprendí que corazón y
entendimiento son la misma cosa, se pronuncian con la misma fuerza y en las
mismas siete letras, como siete misterios. No sabía de los parajes profundos en
donde reyes y reinas entregaban al sol y a la luna sus tesoros fundidos en
jornadas extenuantes de saberes y fiestas; no conocía este mundo tuyo, repleto
de imaginación y de misterios, que ahora me parece tan cercano y tan propio.
Vine a conquistar la cumbre
pronunciada de tus labios, y a beber en tus besos esos lenguajes nuevos que se
escriben con el color de la montaña o las aguas prodigiosas de tus ríos; vine a
saborear el idilio sagrado de tus mejillas, en donde el frío reposa tiernamente
mientras mis manos temblorosas conocen poro a poro esos nuevos senderos. Tomaré
posesión de las alturas de tus senos y desde sus cumbres majestuosas y tibias
proclamaré mi nuevo reino; te tomaré por la cintura y clavaré mi espada en la
tierra fértil de tu cuerpo, dejaré en tus oídos una oración profana de jadeos
en donde prometeré no salir jamás de este paraíso sagrado que me ofreces hasta
morir idolatrando tu presencia y tus diosas. Bajaré a las profundidades de formas
cóncavas y dúctiles y con mi lengua tallaré mi nombre con la suavidad de las
aguas que nacen desde el fondo de tu vientre y vienen a alimentarme y a beberme.
Besaré
cada valle y cada curvatura de tu espalda y cabalgaré sobre ese terciopelo
majestuoso que solo conocen los frailejones y los duraznos, y la recorreré palmo
a palmo, a veces con la fuerza raudal del aguacero, a veces con la suavidad del
rocío que hace el amor al alba en cada pétalo.
Ya
no pronunciaré mi lengua, y aprenderé la tuya en la que corazón y entendimiento
son la misma cosa. Quiero morir enterrado en tu cuerpo, dejar que mi espíritu
sea liberado en los cielos radiantes de tus constelaciones, y quiero vivir mil
años entre las caricias de tus manos que labran la historia de tu pueblo, ese
pueblo que ha fraguado mil batallas para recuperar la memoria profanada por almas
invasoras y pérfidas y para lamer las cicatrices que en otras guerras
avasallaron sus cuerpos. No volveré a
partir, moriré complacido en las orillas de tus mares y tus lagunas de oro y
cielo; quemaré mis navíos y ya no conoceré otros destinos que no vengan de la
extensión maravillosa de tu cabello o de la oscuridad profunda de tus ojos o de
la paz sincera de tus besos. Naceré de nuevo, entre tu lengua, entre los hijos
bellos de tus tierras, y me quedaré mil años hecho polvo y cieno, planta
natural y pétalo, aquí en donde estarás tú, mi corazón, mi entendimiento.
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