Gasolina,
veneno y espacio público
Mauricio Rodríguez Amaya
“La
doble cara del control del espacio público es evidente; se reprimen las
movilizaciones indígenas y negras, feministas y proletarias, ambientalistas y
del arte popular; en la otra cara de la misma moneda, el fascismo estimula las
manifestaciones artísticas de la élite, celebra la guerra al tiempo que
garantiza las movilizaciones de las clases dominantes”
La radicalización del autoritarismo está cobrando una
nueva batalla por el control absoluto del espacio público; mientras, por un
lado, los regímenes autoritarios golpean con sevicia a quienes salen a las
marchas por sus derechos, como en Barcelona, Colombia o París; por otro lado,
se promueven manifestaciones públicas con gran cobertura mediática contra
gobiernos que claramente no siguen las directrices del pentágono. Mientras se
estimulan conciertos masivos con transmisión directa por más de 6 horas, como
en Cúcuta, al mismo tiempo, se reprimen los manifestantes en Ituango o el
Cauca; son expresiones diferentes con el mismo objetivo, consistente en
controlar el espacio público, en uniformar los discursos e incentivar el odio y
el fascismo social.
En Colombia, por ejemplo, mientras las manifestaciones
estudiantiles por el derecho a la educación fueron brutalmente reprimidas entre
octubre y diciembre de 2018, el mismo régimen garantizó todas las condiciones
para que el fascismo se movilizara a favor de la guerra y se exacerbara el odio
en una jornada a la que asistió el mismo Presidente de la República, en enero
de 2019. Igual sucede en la frontera, igual sucede en Europa, en Estados Unidos
y en Haití. La disputa por el espacio público cobra vidas cuando se trata de
las movilizaciones callejeras contra regímenes corruptos, pero incentiva la
toma de las calles, la quema con gasolina de alimentos o las balas perdidas,
cuando se trata de legitimar el odio y la guerra. El fascismo envenena
empanadas de las ventas ambulantes en Bogotá, mientras ve morir de hambre a los
niños de la Guajira o Haití; Celebra conciertos con artistas de Bolsillo en
Cúcuta, pero reprime brutalmente el arte callejero y las mingas indígenas en el
Cauca o en la Guajira. El fascismo estimula movilizaciones masivas a favor de
la guerra, pero prohíbe las marchas de los campesinos que luchan por la vida en
Antioquia.
La doble cara del control del espacio público es
evidente; se reprimen las movilizaciones indígenas y negras, feministas y
proletarias, ambientalistas y del arte popular; en la otra cara de la misma
moneda, el fascismo estimula las manifestaciones artísticas de la élite,
celebra la guerra al tiempo que garantiza las movilizaciones de las clases
dominantes; como en Bogotá, por ejemplo donde se reprime a quienes protestan
contra las ceremonias elitistas de sacrificio animal en la Plaza de
“Todos” La Santa María, mientras la
Policía crea corredores exclusivos para que esa misma élite pueda ingresar al disfrute
de la sevicia de la sangre en el ruedo.
Lo que está en juego, no es poco; es nada más y nada
menos que el control fascista de las calles, de los teatros, de los centros
comerciales, incluso de los parques donde aún es mal visto a mujeres que
amamantan a sus hijos menores. La icónica fascista del dolor y el control se
expresan como omnipotentes, en decisiones policivas y en directrices desde las
tarimas; la icónica del odio cobra terreno y las estéticas de la élite se basan
el uso machista y patriarcal de los cuerpos de mujeres y hombres. El control
fascista del espacio público impone un patrón democratizado, amplificado por la
moda y controlado por losa medios de comunicación. El espacio público
televisado es la imposición aparentemente diversa del control fascista sobre
los cuerpos, las estéticas y el poder político.
Como lo plantearía Boaventura de Sousa Santos, no se
trata solo del fascismo político del Siglo XX; hoy enfrentamos también un
fascismo social, que desde cierto pluralismo desprecia lo diferente, lo
racializado, lo pobre y lo extraño. La sociedad ha sido uniformada por la moda
y todo aquello que la controvierte es susceptible de ser cuestionado o
agredido. Los casos se multiplican por miles; y esta faceta de la nueva fase
del capitalismo global, impone la métrica uniformemente diversa de las
prácticas secularizadas del odio, la discriminación y el miedo.
No es un buen momento para quienes han luchado por el
acceso democrático al espacio público, es un momento de revés donde el fascismo
político y social imponen sus prácticas de adoctrinamiento corporal, y mental.
Ni los arboles de los parques se salvan de esta arremetida en ciudades como
Bogotá, donde el Alcalde ha decidido incrementar la tala, en una ciudad que se
calienta diariamente por el efecto invernadero. No son buenas noticias, ni son buenos momentos. Quizás
es necesario observar con detalle este fenómeno controlador del espacio público
para que reorientemos los esfuerzos por la reconquista democrática y
cosmopoliticista de las calles y los parques, las escuelas y los centros
culturales. Es hora de detenerse un poco, tomar distancia y alcanzar a percibir
las grietas desde las cuales es posible aun insistir en la brega diaria por el
derecho democrático del espacio público.
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