lunes, 21 de mayo de 2018

La Casa del Caracol


LA CASA DEL CARACOL
Almaro




Durmió el caracol 300 años, encerrado en su hogar de piedra;  cuando el sueño acabó y vino la necesidad de ver la luz, salió de su morada intacta, levantó no sin dificultad los pseudópodos entumecidos por el descanso casi eterno. Sacó la cabeza y sintió la rudeza del sol sobre sus  acrisolados ojos. Miró a su alrededor buscando recuerdos en su memoria insondable que le permitieran ubicarse en su presente subrepticio y lejano.


Estupefacto con los brillos irreconocibles, los vientos inmutables y el frío de las rocas, más eternas aún; dio un primer paso, buscó de nuevo entre su memoria calcárea algo que le aferrara con la vida, con el destino inmemorial de despertar después de tanto tiempo. Nada halló, nada vio que le perteneciera. Todo había cambiado, todo cuanto conocía había fenecido  y todo había nacido de nuevo sobre los estrépitos rocosos de los muertos.  Había que decidir entre volver al caparazón incorruptible o arriesgarse a traspasar la piedra. Era menester tomar decisiones inmediatas y soportar el rigor del camino que el destino asumiera. Volvió sobre su vientre, nada sintió que ya no conociera, nada vio que ya no hubiera repetido noche tras noches durante los últimos 300 años. Volvió  a la luz, ya con ahínco, ya con ganas, nada le parecía más extraño que volver a su cueva infinita. Vino entonces un primer paso, el definitivo; el viento de la noche arreció sobre el acantilado, las mareas alcanzaron con su brisa el canto de las rocas, una llovizna fría desafió el ímpetu de la coraza y el caracol volvió a refugiarse.

Durmió, agobiado por el fracaso y adormecido por la paciencia de la espera. Así pasaron 300 años más, hasta que la calidez del alba iluminó la concha y tuvo la fuerza para volver a intentarlo definitivamente. Por fin, salió de su concha, sintió el frío que nunca había conocido su espalda, sintió la brisa sobre sus ojos entre abiertos para resistirla, sintió el piso áspero de la roca y se aferró a ella con sus jugos biliares, abandonó su casa y caminó libre por primera vez, conquistó la cima de la piedra y pudo presenciar por mucho tiempo el magnífico manifiesto de las rocas sobre las cuales el mar escribe diariamente su propia historia. Leyó los aires y probó la brisa, su casa quedó abajo, muy abajo, ya no era menester volver a ella, la muerte llegaría en pocas horas y refugiarse de nuevo ya no valía la pena.


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