jueves, 9 de abril de 2015

Reivindicamos la política, la vida y la paz. Carta a los aplausos de Vallejo

Reivindicamos la política, la vida y la paz. Carta a los aplausos de Vallejo
Son indiscutibles las razones por las que Fernando Vallejo merece ser leído y escuchado con absoluto respeto. La admiración que convocan sus obras está bien plasmada en los muchos premios que le han sido otorgados y en los corazones de las personas que esperan sus nuevas palabras para ovacionarle.
No obstante, las acostumbradas posturas de Vallejo contra todo y contra todos aparecen en el año 2015 de un modo especial por todos los cambios posibles y riesgos que reúne nuestro tiempo como interpelaciones decisivas para quienes reivindicamos la política, la vida y la paz. Los muchos aplausos que concitó, sobre todo de personas jóvenes, con lo que dijo en uno de los eventos más grandes que se han hecho en Bogotá sobre la cultura y la paz implican una discusión que tenemos que dar como generación sobre lo que somos ahora y sobre lo que seremos en el futuro.
Aplausos para Vallejo. Las palabras del autor de la celebrada novela “La virgen de los sicarios”, un título que es como un tatuaje de nuestra época, fueron un repudio a los personajes que ocupan las primeras planas de los medios de comunicación como un catálogo de asociaciones entre apellidos, crímenes e ilegitimidades. Y son un repudio a la clase política y su falta de vergüenza, y una denuncia justa de muchas cosas que sabemos y con las que nos hemos tenido que acostumbrar a vivir. Dichas por Vallejo, el respetado Vallejo, fueron además un conjuro, una cachetada efectiva como quisiéramos darle miles a miles, una que en serio les puede llegar, como no ocurre con nuestras iras anónimas.
Pero las palabras de Vallejo tienen otro alcance, aplausos. En la mirada de un país en el que todo merece ser repudiado, excepto la responsabilidad individual, porque 'yo no dañé nada', hay un abismo de indignidad en el que se cuestiona sólo la moral ajena y no hay una autocrítica que invite a construir una Colombia distinta ala que se dice repudiar. El abismo al que conduce la idea de que después de ver y reconocer el horror que ha sido nuestra historia, a través de la narrativa engañosa que se ha impuesto por la TV y por muchos libros, deberíamos repudiar a la política como causante de todos nuestros problemas, como la caja de Pandora de la que han salido todos los males de nuestra sociedad.
Más acá de las diatribas de Vallejo, no se puede esperar que algún día caigan del cielo la justicia, ni la democracia ni otras tantas cosas necesarias para lograr una Colombia mejor para los millones que requieren vivir en dignidad. No se puede esperar ninguna de estas cosas ni la “justicia para las víctimas” que reclama Vallejo si, al mismo tiempo, se permite la degradación de la política como campo e instrumento de transformaciones reales.
La razón por la que esta carta es para los aplausos más que para Vallejo es porque él no es ni el primero, ni el último ni el único que convoca los aplausos contra la política misma como una supuesta forma de salvarnos de la corrupción. Y la razón por la que esta carta es urgente es porque en este momento, en 2015, cuando se avanza en los diálogos de paz como nunca antes, estamos ante la pregunta acerca de qué vamos a hacer como generación frente a los cambios que se avecinan, tarde o temprano. Lo quiera Vallejo o no, con su repudio de la política y de la participación, la paz se vislumbra como un escenario de consolidación del poder corrupto que ha querido imponerse en nuestro territorio, sin herencia de rebeldías ni de resistencias, sin nuestras energías como posibilidad ni alternativa, ni la de hijos que no vale la pena tener.
Involucrarse, amar, meterse, participar, crear y colaborar con otros y otras para que se pueda crear y vivir dignamente, y para que se pueda soñar con otro mundo posible y se pueda hacerlo realidad a través de hechos concretos, no es ni será jamás un campo despejado de felicidad asegurada. Es cierto y duele, aplausos, que esa lista diaria de muertos y de horrores corroboran lo terrible que puede ser la política, pero el riesgo de nuestra época y que hace del discurso de Vallejo una alerta tan sonora es que por quedarnos en el esfuerzo ético de hacer visible la tragedia y denunciarla, perdamos la posibilidad de reconocer la dignidad que subyace a la mucha política que se ha hecho en Colombia y en el mundo, y a la que le debemos la mucha dignidad y esperanza que hoy guardamos en el corazón muchos jóvenes, hombres y mujeres, que reivindicamos la política. No podemos desconocer la gran lucha que ha mantenido viva la posibilidad de una solución política del conflicto, a pesar del gran negocio que ha significado para los más poderosos exterminar poblaciones enteras, negar los derechos fundamentales e imponer un modelo injusto y excluyente en nuestro país, bajo la excusa de la existencia del conflicto mismo.
La violencia se estableció tanto en Colombia que ideas expresadas por Vallejo, como la que parece reclamar que se restaure la Ley del Talión  aumentada, terminan siendo aplaudidas y alabadas. Es por eso hoy, más que nunca, es urgente la construcción de la paz con las voces de todas y todos, no como un concepto vacío sino desde nuestras acciones cotidianas.
La certeza que nos asiste radica en el rescate de la ética y de la política misma, de la política comprendida como un instrumento y campo para la felicidad y la emancipación, que son posibles cuando van de la mano de nuevas formas y prácticas éticas de la política para la humanidad y la naturaleza.
Aplausos de irreverencia y de rebeldía, de amor por los animales, de rechazo a la corrupción y las violencias es lo que requiere Colombia: la reflexión que deviene en polémica superficial es como una lectura marchita y estéril. De las mismas ganas de cambiar las cosas y desde la misma indignación está consolidándose una generación que quiere asumir los desafíos de su tiempo, que busca ser radical en la esperanza, con la memoria bien puesta en el dolor tanto como en la dignidad, que reivindica la política, la vida y la paz. Aplausos para la generación que somos y que podemos ser.

Firmamos:
José Antequera Guzmán
Fernanda Espinosa Moreno
Francisco Javier Cuadros
Donka Atanasova
Mauricio Rodríguez Amaya
Juan Ballestas
Lorena Aristizabal
Carlos Alberto Benavides
Andrés Camacho
Alhena Caicedo
David Flórez
Marcela Tovar
Omar Vera
Brayan Jiménez Rodríguez
Natalia Munevar
Camilo Álvarez
Juan Carlos Villamizar
David Villanueva
Alejandro Quiceno
Gabriel Becerra
Gabriel Delgado
María Fernanda Sarmiento Bonilla

 Siguen firmas

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