Con un programa antiuribista, y un candidato de unidad, el Polo sería capaz no sólo de pasar a la segunda vuelta, sino incluso de quedar de primero en la primera. Por: Antonio Caballero Tomado de Semana/1 de marzo/2009 Dijo Carlos Gaviria en la inauguración del congreso del Polo que este tiene muchos "dirigentes idóneos" que además están "deseosos de enarbolar con dignidad nuestra bandera". Traduzco al lenguaje llano: que quieren ser candidatos presidenciales. El problema es justamente que están demasiados deseosos: quieren serlo a cualquier precio.A cualquier costo para el Polo, y para lo que el Polo aspira a representar: la esperanza de un cambio en el manejo político, económico y social de este país anquilosado y deshecho, ahogado en la miseria y en la sangre.
Pero tienen razón los llamados "radicales" o "extremistas" del Polo, así llamados para desacreditarlos presentándolos como locos sectarios. Lo que son es coherentes. El Polo no tiene sentido si es sólo para hacer uribismo sin Uribe; uribismo en alianza con sectores o personajes políticos cuya única discrepancia con el caudillo estriba en que no aprueban la perpetuación de su persona en la Presidencia de la República, al tiempo que comparten todos sus principios: la seguridad democrática, la confianza inversionista, la cohesión social (de todas hay que decir "así llamadas": pues rara vez la práctica habrá sido tan contraria a la teoría como bajo Álvaro Uribe). Que comparten, pues, la guerra a muerte, la entrega del país a las multinacionales y la polarización de la población entre "colombianos de bien" y "terroristas". Esa alianza contra natura, destructiva hasta para ellos mismos es la que proponen "dirigentes idóneos" como Gustavo Petro o Lucho Garzón. Porque ¿cree alguien de verdad -empezando por ellos mismos, por muy cegados de amor propio que están- que sus posibles aliados electorales los van a escoger como sus candidatos presidenciales? A lo sumo les darán algún cargo en Coldeportes o una embajada en la FAO. ¿Con eso se conforma su ambición?
Candidaturas presidenciales. Mucho me he burlado yo de la obsesión monomaníaca de los colombianos con el simple juego de los cálculos electorales. Pero es un hecho que en Colombia la acción política de las personas o de los partidos forzosamente pasa por ahí: casi no hay otros ámbitos. De manera que lo que se discute ahora en el Polo es eso: las elecciones presidenciales del año 2010.
Hay dos posibilidades: que Álvaro Uribe aspire a una segunda reelección y sea el candidato del uribismo, o que no.
Si lo es (como estoy seguro de que lo será, torciéndole una vez más, en medio de grandes aplausos, el pescuezo a la Constitución) ganará las elecciones, y una vez más en la primera vuelta. Porque aunque en su segundo período ha gobernado incluso peor que en el primero (salvo para sus amigos y para las multinacionales), este sigue siendo un país amedrentado y fácilmente manipulable por el poder. En ese caso, el Polo debe ir a esa primera vuelta solo, con su propio programa y su propio candidato, para no confundirse en la inevitable derrota con unos aliados igualmente derrotados a los que les habrá entregado su personalidad y sus principios, a cambio de nada. O sí: a cambio de su propia evaporación.
Si Uribe no es candidato (posibilidad remota, pero posible), habrá una segunda vuelta electoral. Pues no es verosímil que ninguno de los sargentos de Uribe, aún con su bendición explícita, sea capaz de ganar en la primera, en el supuesto, ya bastante improbable, de que el uribismo sin Uribe conserve su unidad. También en ese caso el Polo debe presentarse a la primera vuelta con su propio programa, distinto y obviamente contrario al de los uribistas, al de los conservadores, al de los liberales-neoliberales. Un programa que fue muy bien esbozado por Carlos Gaviria en su discurso inaugural del Congreso: cambio de modelo económico (no el neoliberalismo de todos los demás); reforma al campo (o sea, reforma a la contrarreforma agraria de los narcos y los paras); impuestos a los ricos (en vez de las actuales subvenciones); política favorable al empleo (y no, como ahora, al aumento del desempleo); seguridad ciudadana respetuosa de los Derechos Humanos (sin falsos positivos) y acompañada de la búsqueda de salidas políticas (y no sólo militares) al conflicto armado; y recuperación de la soberanía del Estado "enajenada sin escrúpulos por el proyecto del doctor Uribe" (y no sólo por él: por todos sus predecesores desde López Michelsen, por lo menos). El Polo, digo, debe presentarse con un programa como ese. Y con su propio candidato. El cual, me parece a mí, no puede ser sino Carlos Gaviria.
No por los tan mentados 2.600.000 votos que su candidatura obtuvo en 2006, que en realidad no eran suyos, y ni siquiera del Polo, sino del antiuribismo (frente a los abrumadores siete millones y medio que respaldaron al propio Uribe). Sino porque el único antiuribismo serio, hoy como entonces, es el que representa el Polo: los demás, repito, son uribismos sin Uribe. Y el único candidato capaz de mantener la unidad del Polo es Gaviria: todos los demás posibles candidatos, por idóneos que sean, son garantía de división. La unidad del Polo está pegada con babas, de acuerdo: el Polo está hoy tan dividido como cuando se unió. Pero las babas de Carlos Gaviria son las únicas que, por lo visto, pegan algo. Con un programa antiuribista, y un candidato de unidad, el Polo sería capaz no sólo de pasar a la segunda vuelta, sino incluso de quedar de primero en la primera.
Y entonces sí sería la hora de hablar de alianzas.
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