De la
insurgencia armada a las
resurgencias populares
“Como el agua que espera su tiempo
para brotar sobre la tierra, vinieron los pueblos a usurpar la voz oficial, con
sus consignas y sus barricadas; hoy siguen llegando pueblos al concierto de las
nuevas luchas, las del agua, las de la vida, las del territorio, las del
trabajo, las de la semilla natural, las del derecho a la educación y a la
salud, las del derecho a vivir de nuevo a resurgir de las cenizas que dejó la
guerra.”
Mauricio Rodríguez Amaya
Muchas
lunas han durado las guerras y muchos soles han recibido los generales que con
ellas crecieron y que con ellas mueren y resucitan incansablemente. Muchos años
han durado las guerras y muchos hijos han cobrado sus noches. La Insurgencia
Armada, fue el producto de siglos de humillación y avasallamiento de los poderosos
contra pueblos inermes; fue la respuesta al tratamiento violento recibido por
los poderosos contra los humillados. La insurgencia en armas se convirtió en la
posibilidad de sobrevivencia que quedó a los pueblos desterrados de sus suelos
de origen; pero al mismo tiempo, esa insurgencia valiente de nuestros pueblos,
alimentó el pretexto incontrovertible de la guerra, que gorda y enferma de
hambre, creció borracha en la borrasca del “todos contra todos”. La guerra nos enseñó que el máximo objetivo era la victoria,
aunque pululara el hambre y el miedo. La autoridad legítima de la guerra se legitimó en la teoría siempre creativa del
enemigo interno o externo. Cualquier señal del enemigo se respondía con balas; cualquier
respiración peligrosa era leída como signo de debilidad institucional,
cualquier exclamación de protesta era causa rotunda contra los agitadores. Así,
la guerra nos fue poniendo en bandos; de un lado, los defensores de la
sacrosanta institucionalidad amenazada, y del otro, el resto, los peligrosos,
las brujas, los herejes, los dueños de sospecha y las desposeídas de pan y de salud.
La guerra ordenó el presupuesto, monopolizó las tierras, enterró a las víctimas
y consumió el herario. Hacer la guerra, se convirtió en el negocio más
promisorio al tiempo que sirvió de pretexto para perseguir y aniquilar las
voces que pedían paz, salud, una vela y un estero para soñar la vida y vivir
los sueños.
De
esta forma las luchas del pan y del agua fueron tratadas con las balas con que
se combate al enemigo interno; las luchas por la tierra y el maíz se convirtieron
en teatros de operaciones de los militares contra campesinos peligrosos para la
estabilidad del régimen. Las luchas por el trabajo fueron convertidas en
pretexto para perseguir guerrilleros en los sindicatos y en las fábricas. Las voces de los pueblos fueron acalladas,
perseguidas, sepultadas. Las largas marchas fueron diezmadas y las barricadas
populares fueron repelidas con las metralletas institucionales. Así pasaron los
años, hasta que se fue naturalizando la violencia y el oprobio se fue volviendo
parte del paisaje cotidiano.
Pero
desde debajo de la tierra, las voces que lucharon seguían insistiendo
tercamente en no morir; desde abajo, desde las canteras y los surcos, las voces
seguían repitiendo sus consignas y resistiéndose al olvido obligatorio; cuando
empezaron los tiempos de acallar los fusiles, esas voces se hicieron más
nítidas, más contundentes, y los que no habíamos muerto aprendimos a escuchar,
a aprender en silencio y volver a las marchas, a las calles, a la ribera del
río y a la boca de la mina. Como el agua que espera su tiempo para brotar sobre
la tierra, vinieron los pueblos a usurpar la voz oficial, con sus consignas y
sus barricadas; hoy siguen llegando pueblos al concierto de las nuevas luchas,
las del agua, las de la vida, las del territorio, las del trabajo, las de la
semilla natural, las del derecho a la educación y a la salud, las del derecho a
vivir de nuevo a resurgir de las cenizas que dejó la guerra. Llamo resurgencia popular a ese conjunto de fenómenos sociales, que estaban esperando brotar para hacer sentir sus polifonías y sus discursos, sus prácticas emancipatorias y sus agendas de cambio.
Resurge del pueblo de Cajamarca, Piedras y
Cumaral, la democracia popular como herramienta para defender el territorio; en
menos de 6 meses tres consultas populares le ganaron el pulso a las
multinacionales del Oro, que a nombre del extractivismo han extenuado los
territorios y la dignidad de sus gentes. También resurge la voz de los Concejos
municipales de Támesis y Jericó quienes desde las tribunas institucionales se
sostienen en impedir proyectos mineros en sus territorios.
La resurgencia de Buenaventura permitió el paro
más largo y hermoso de su historia. No hubo un solo habitante de esta ciudad
que no hiciera parte del Paro Cívico. El Gobierno ha hecho promesas y los
pueblos han aceptado esperar con escepticismo el compromiso de la palabra
empeñada; y si el gobierno no cumple, como es de conocerse su costumbre, el
paro volverá a vestir las calles con partidos de futbol y ollas comunitarias en
cada barrio de Buenaventura.
El Chocó salió a las calles y la
resurgencia popular dijo no más a siglos enteros de olvido y rezago; un acuerdo
con el Gobierno permitió levantar el paro, y la gente sabe que en adelante,
este país centralizado y racista deberá contar con la historia viva de los
pueblos del pacífico.
De la resurgencia de los pueblos indígenas
habla hoy la Guajira. Más de 70 días duró la huelga los obreros de la Empresa
operadora de la explotación salinera; también las autoridades indígenas Wayuu
han tomado el lugar dejado por los obreros de la huelga, y se han tomado las
instalaciones de la Empresa privada para exigir cambios en las condiciones del
contrato de operación que empobreció a Manaure y enriqueció un grupo de patronos
que desprecian el saber y el sabor de la sal de los Wayuu. También están en
paro los Wayuu que defienden su territorio en la Alta Guajira contra las
trampas de la Empresa EPM quien decidió dejar de cumplir los acuerdos de la
Consulta Previa. Y están en pie de lucha los pueblos Wayuu que viven sobre el
ferrocarril del Cerrejón que extrae el carbón de Colombia sin que los pueblos originarios
puedan disfrutar la renta del extractivismo.
Los maestros y las maestras, lograron la
movilización más grande de los últimos años, para mejorar sus condiciones de
trabajo y para cambiar al mismo tiempo las condiciones en que el Estado central
ha postrado a los colegios y las escuelas. Resurgen los diálogos de luchas
entre estudiantes, maestros y comunidades para exigir presupuesto para
educación, infraestructura de calidad, y
gratuidad de la educación.
Resurge la voz de los educadores y las
educadoras populares, los que han sembrado metodologías participativas y
apuestas de conocimiento decoloniales, antipatriarcales y anticapitalistas.
Resurge el sueño de una universidad popular de los pueblos, y hoy cientos de hombres y mujeres comparten
esta nueva apuesta colectiva.
Resurge la prensa popular y alternativa, la
voz de las regiones y las poblaciones marginadas, la que se enfrenta al
monopolio institucional televisado. Resurgen las madres comunitarias y sus
luchas por sus derechos, resurgen los activistas de derechos humanos, resurgen
las voces trasgresoras del arte popular rompiendo el orden de las calles y los
teatros. Resurge un país que de las cenizas de la guerra, clama por su
oportunidad definitiva de cambiar la historia.
Es
la época de las resurgencias populares. Es el momento de volver a las luchas de
los excluidos, los marginados, las mujeres y los hombres de la lengua nativa,
del sembradío y de la fábrica. Es la resurgencia de su lucha y de sus voces; es
la resurgencia de sus sueños, por los que vivieron y murieron los abuelos y las
abuelas que sembraron por primera vez esta porción del mundo y que hoy ha
decido asumir el reto de renacer para cambiar el destino trágico al que nos
había condenado el pretexto oficial de la guerra.
_________________________________________________